El señor Wilder y yo
Wilder y Coe
La excelente novela de Jonathan Coe, El señor Wilder y yo, utiliza la fórmula bien conocida de combinar ficción y no ficción. El libro ofrece una espléndida biografía y análisis de la filmografía del director, por un lado, y por otro, da la oportunidad al novelista para dibujar su retrato como gran artista y hombre de la mayor calidad humana. El instrumento utilizado por el novelista británico está constituido por la genial invención de la narradora de la novela, Calista Frangopoulou, que conoce accidentalmente a Wilder en Los Ángeles muy joven y es contratada para el rodaje de Fedora en 1977. Nadie mejor que Calista para identificarse plenamente con Billy, a quien admira profundamente y en quien reconoce un hombre extraordinariamente humano y dotado de una gran generosidad. Calista, que se convierte más adelante en compositora de bandas sonoras, prefiere a Ravel y Debussy «porque no se recreaban en ampulosos pasajes triunfales, su música daba vueltas con timidez e ironía e implicaba un mundo en que la joie de vivre coexistía siempre con una melancolía implacable y persistente» (justamente el “toque Wilder”).
¿Por qué eligió Jonathan Coe, como trasfondo del libro, el “principio del fin” del director austríaco y el rodaje de un claro fracaso como Fedora, una película que estaba decidido a realizar contra viento y marea y a pesar de la titubeante opinión de su íntimo colaborador Iz Diamond? Tal vez la explicación radique en que uno se puede aproximar mucho mejor a una personalidad humana y artística tan formidable como la de Wilder no en sus momentos estelares sino en el de su decadencia, observando cómo en esa fase de su vida, un ser humano sabe reaccionar y mostrar lo mejor de sí mismo ante las dificultades que surgen. En realidad, Coe reivindica totalmente al creador de Fedora, diluyendo sus fallos en la generosidad del intento. Según el novelista, lo que de verdad cuenta es «la compasión de Wilder por sus personajes, por esos personajes envejecidos (ya sean hombres o mujeres) que luchan por encontrar su papel en un mundo al que solo le interesan la juventud y la novedad».
Sin negar ese rasgo ternurista y compasivo (acentuado en sus últimas películas), Fedora resulta una obra fallida, porque, esta vez, como pasó con otras películas del director, junto a sus colosales obras maestras, el filme no funcionó. No tenía tal vez por qué haber sido así. El argumento que se emplea siempre con Fedora es que Wilder ya no era el rey de Hollywood y que, en definitiva, era un director pasado, que no se podía adaptar a los nuevos tiempos, tanto en lo que respecta al nuevo cine que se estaba haciendo (el de la “panda de la barba”, Scorsese, Spielberg, Coppola…) como a la nueva sociedad que había ya surgido en los años 60. Es difícil, no obstante, aceptar un argumento tan simplificador. Fueron muchos, sin duda, los fallos de Wilder en relación con la película: el libro que eligió, Crowned Heads, un guion anticuado y en muchas ocasiones melodramático, o la actriz Marthe Keller, con la que Wilder se vio obligado a contratar en lugar de la que él hubiese preferido, Marlene Dietrich.

Wilder se decidió, una vez acabada la película, por doblar las voces de las dos protagonistas (Marthe Keller e Hildegard Ken) con la de una única actriz alemana, Inga Bunsch, que resultó muy insulsa. Utilizó parcialmente la música de Miklós Rózsa, prescindiendo de ella en los títulos de crédito, lo que su amigo el compositor nunca le perdonó. Jonathan Coe menciona en su novela la extravagante frase final de la película, «La manta eléctrica que le había mandado me la devolvieron», tan lejos del «nadie es perfecto» de Con faldas y a lo loco (1959) o del «Cállate y reparte» de El apartamento (1960). Su coguionista Iz Diamond le insistió en que debía incorporar elementos de humor, a lo que se negó en rotundo. Es este un dato bastante inexplicable sobre el que habría que detenerse. El crepúsculo de los dioses (1950), el gran referente de Fedora y sin duda el formidable éxito que Wilder quería repetir, es una película que combina perfectamente el drama y el humor (es muy posible que Erich von Stroheim contribuyera decisivamente a ello). Posiblemente el director prefirió en esta ocasión un tono serio, que no permitiera reírse de las viejas glorias, aunque no ocultara las grandes manipulaciones del cine. Es también muy probable que quisiera acercarse al máximo a la elegancia y a la insinuación del “toque Lubitsch”.
Jonathan Coe insiste en su novela en el factor alemán. La película había sido rechazada por Hollywood, donde pensaban que perderían dinero, y se apoyaba en una financiación alemana, sobre la que Wilder se mostraba ambivalente. «Si la película triunfa será mi venganza contra Hollywood, y si fracasa será mi venganza por lo que pasó en Auschwitz», afirmaba públicamente el director. Wilder emigró a los Estados Unidos en 1934, tras una estancia en París de un año, huyendo de los nazi. Sin embargo, su madre, su abuela y su padrastro fueron deportados y exterminados en Auschwitz. El novelista británico incluye en las páginas centrales del libro un guión que describe la huida de Wilder y sus actividades inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, ayudando a las autoridades aliadas a identificar a los directores que se quedaron en Alemania colaborando con Hitler. Realizó también un documental sobre los campos de concentración. Es evidente que este terrible pasado alemán estaba firmemente incrustado en su personalidad. Al final de su vida, la película que hubiese querido realizar era La lista de Schindler (1993), que dirigió Spielberg, uno de los de la “panda de la barba”, que mejor definía los nuevos tiempos de Hollywood con el gran éxito de Tiburón (1975).

En la parte final de la novela, cuando ya se está acabando el rodaje de Fedora, Calista tiene un largo diálogo con Wilder, en que este le explica su postura ante el cine y las dificultades que puede encontrar en estos nuevos tiempos: «Sé que esta película que estoy haciendo ahora es una de mis películas más serias (quiero que sea seria, que sea triste), pero eso no significa que cuando el público salga del cine, sienta que le has estado metiendo la cabeza en el váter las últimas dos horas, ¿entiendes? La vida es horrible. Vas al cine porque durante dos horas le darán a tu vida un poco de chispa ,ya sea por el humor o las risas o aunque sólo sea… no sé, por unos trajes bonitos o unos actores guapos o algo; una chispa que no tenía antes. Un poco de alegría, supongo».
Explica Wilder que directores como Lubitsch, que ha vivido la Primera Guerra Mundial, o él mismo, que ha sufrido las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial, están marcados por esa experiencia, pero precisamente por eso la violencia en primer plano (de Taxi Driver de Scorsese o Tiburón) es para ellos incomprensible y sólo puede constituir un trasfondo indirecto (todo lo esencial y contundente que se quiera) de sus obras. Billy llega incluso a decirle a Calista que aunque siempre ha sido definido como un cínico, «tiene una idea bastante romántica de lo que debería de ser una película». Se apresura a comentarle que su afirmación debe quedar entre ellos. Es posible que en ese momento esté ganado por el afecto que le provoca el cariño y la admiración de Calista. Jonathan Coe, con esa increíble capacidad como escritor que tiene para ofrecernos un relato fluido, sencillo y conmovedor, nos ha ido introduciendo en esta escena, sin que apenas lo percibamos, en el mundo de su novela.
Título original: Mr. Wilder & Me
Autor: Jonathan Coe
Año: 2022
Páginas: 280
País: Reino Unido
Idioma original: Inglés
Traducción: Javier Lacruz
Editorial: Anagrama