The Zero Theorem
¿Quiénes somos?, ¿de dónde venimos?, ¿a dónde vamos? Cada una de estas cuestiones apuntan a una misma problemática y nos conducen a una búsqueda inabarcable la cual, desde que los seres humanos existimos, nos apasiona y atormenta a partes iguales. Por su esencia metafísica son preguntas retóricas que pueden derivar en miles de respuestas, todas ellas imposibles de demostrar al cien por cien. A lo largo de la historia hemos puesto toda nuestra inteligencia, los servicios de la ciencia e incluso los de la religión para tratar de dar con una solución a los principales dilemas que se derivan de nuestra existencia. ¿Existe el alma humana?, ¿somos producto de una fuerza creadora divina o somos meros hijos de la nada?, ¿cuáles son los principios del origen y el final de nuestro universo?
En esas cuestiones anda inmerso Qohen Leth (Christoph Waltz), un excéntrico y solitario hacker que trata de progresar y conseguir las claves de un intrincado planteamiento matemático que podría desvelar los misterios del alma humana e incluso el significado de nuestra propia existencia (o la inexistencia del mismo). Qohen vive obsesionado con su enloquecedora búsqueda, tanto es así que su propia conciencia casi carece de una esencia individual, de hecho, siempre habla en plural y nunca utiliza el “yo” cuando se comunica. Su carácter monomaníaco y obsesivo lo convertirá en una especie de rara avis en su entorno laboral, por lo que sus problemas con la empresa para la que trabaja, una compañía que trata de solucionar complicadas cuestiones filosóficas a través de la informática, se verán acrecentados cuando su intención determinante de resolver las preguntas que tantos siglos nos llevan atormentando y su constancia lo lleven al filo de la obtención del gran secreto de la vida. O lo que viene a ser dicho de otra forma, The Zero Theorem nos plantea una trama en la que la que posturas totalmente antepuestas luchan por que el sentido de la vida se descubra de una vez por todas o bien quede oculto para siempre.
Situada una vez más en uno de esos contextos futuristas que tanto gustan a Terry Gilliam, la nueva producción del ex Monty Python se presenta como una malograda distopía de trasfondo existencialista que combina algunos de los ingredientes que para bien y para mal ya son marca de la casa en la filmografía del británico. Barroquismo estético, arritmia en la fluidez, un tono totalmente alucinado y una excesiva superficialidad a la hora de exponer sus bazas argumentales.
Situada en un futuro dominado por el consumismo salvaje y sobreexcitado en cuanto a estímulos audiovisuales, la historia de Terry Gilliam es una de esas distopías en las que la humanidad bucea perdida en su propio agobio y vacío existencial. Ahogados en los luminosos de un mundo que parece haberse convertido en una deshumanizada metrópolis que se asemeja más a un enorme centro comercial que a una ciudad, sus personajes vagan perdidos en una existencia que les limita a lo más inmediato y los aliena privándoles de reflexionar sobre temas importantes de su vida. Su día a día trabajando para empresas que los explotan sin disimulo apenas les deja resquicio alguno para el ocio y por ende para su desarrollo como seres humanos. Las emociones se antojan meros actos reflejos primitivos en una realidad dominada por los números y el sentido práctico de las relaciones humanas. Un contexto que tiene claros ecos de nuestros propios tiempos y que, como casi siempre, es lo más interesante de la cinta del realizador británico, pues de él se pueden aprovechar algunas ideas que expone para sacarles un poco de jugo como espectadores ávidos de aprovechar una historia que en los aspectos importantes de su trama resulta totalmente infructuosa, superficial e incluso frívola. Superficial porque Terry Gilliam parece más interesado en demostrar lo retorcidamente estrafalario que puede llegar a ser que en profundizar en los puntos esenciales que se supone que nos quiere contar. Frívola porque se ha optado por escoger una temática de objetivos casi megalómanos para luego perderse en la luminosidad de sus propios fuegos de artificios. E infructuosa porque con un guión mínimamente serio la apabullante imaginería ya habitual en las cintas del director hubiera relucido como nunca y habría sido el complemento perfecto que diese como resultado una buena obra a la que acercarse, en vez de una cinta aberrantemente difusa y borracha de sí misma.
Parece que ese lunático que en su día nos regaló propuestas arriesgadas, pero totalmente acertadas como 12 monos (12 Monkeys, 1995) o Miedo y asco en Las Vegas (Fear and Loathing in Las Vegas, 1998) ha perdido definitivamente el norte y ahora la brújula sólo le apunta al ombligo, pues poco podemos encontrar en The Zero Theorem aparte de un farragoso ejercicio cinematográfico embebecido de sí mismo. Ni siquiera el trabajo del siempre magnífico Christoph Waltz salva a la cinta del estropicio. Hay demasiada paja en su guión y demasiados devaneos entre su horror vacui estético y su atropellado desarrollo argumental como para hacer de todo un trabajo susceptible de ser disfrutado. Desgraciadamente, The Zero Theorem es una película que sólo podrán disfrutar los más incondicionales del incombustible cómico inglés. Los demás, difícilmente podrán siquiera terminar de ver una cinta que puede sacar de quicio a cualquiera que aún conserve un cierto sentido de la lógica y aprecie su salud mental.
Ya intuíamos que Terry Gilliam no tendría las respuestas de esas cuestiones filosóficas que hasta ahora nadie ha sabido solucionar, era de esperar. Lo que nos pilla totalmente desprevenidos (o quizás ya no tanto) es percatarnos de que tampoco tiene una buena historia que contarnos. The Zero Theorem parece más un recordatorio al espectador de que su autor sigue vivo que otra cosa. Un mero trámite artístico con el ego como razón de ser en el que el resto de cuestiones quedan desdibujadas. Pues, nada, muy bien… ya hemos cumplido todos con la cita. Pero yo me vuelvo rápido para seguir escuchando a los que realmente están contando relatos más interesantes.
Calificación: 2/10
Título original: The Zero Theorem
Año: 2013
Duración: 107 min.
País: Reino Unido
Director: Terry Gilliam
Guion: Pat Rushin
Música: George Fenton
Fotografía: Nicola Pecorini
Reparto: Christoph Waltz, Matt Damon, Tilda Swinton, Mélanie Thierry, David Thewlis, Ben Whishaw, Peter Stormare, Sanjeev Bhaskar
Productora: The Zanuck Company / Zanuck Independent / Mediapro Studios / Voltage Pictures