The D Train
«Si eres un Don Nadie y no tienes la capacidad de ser popular, al menos rodéate de gente que lo sea». Dicha así, esta máxima puede parecer uno de los principios más bajos y poco recomendables que cualquier persona puede seguir en su vida; pero para Dan Landsman, el protagonista de The D Train (Jarrad Parul y Andrew Mogel, 2005), vampirizar la popularidad ajena, de repente, se ha convertido en un dogma casi sagrado.
Pongámonos en situación, Dan es un hombre todavía joven que no ha sabido desprenderse de sus inseguridades a medida que han transcurrido los años. Estancado en un trabajo poco prometedor y con un modo de vida basado en la familia, lo laboral y el entorno doméstico, Dan es uno de esos individuos que nunca han destacado en nada particular, sino más bien todo lo contrario. Y aunque éste, en el fondo, no tiene una vida desdichada ni excesivamente difícil, siempre ha anhelado tener un poco más de éxito y fama entre sus amigos y conocidos. Y es que, sincerémonos, ¿a quién no le gusta que le miren como a un triunfador? A la mayoría de nosotros, seguro. El problema viene cuando este tipo de sueños se nos van de las manos y se convierten en una obsesión. Cosa que le ocurrirá a Dan por culpa de sus ansias de parecer un hombre de éxito. El evento que marcará un antes y un después en su vida no es otro que la celebración de la vigésima reunión de antiguos alumnos del instituto, evento que por cierto coordina el mismo Dan y que le servirá para «dejar a todos con la boca abierta» cuando comprueben que Oliver Lawless, el chico más popular de las aulas por entonces (un guaperas que ahora sale en anuncios de televisión de nivel nacional), es ahora uno de sus mejores colegas (algo que, por supuesto, es un engaño). Esta especie de «popularidad de rebote» impostada se le presenta a Dan Landsman como la miel entre las mieles; como la única oportunidad de que de una puñetera vez todos lo dejen de ver como un eterno perdedor. Un recurso bastante penoso y cuestionable por el que Dan está dispuesto a arriesgar (literalmente) todo.
Esta obsesión desmedida por el éxito y la fama sirve a los autores de la película para construir una obra arriesgada, satírica hasta la hipérbole y grotesca hasta la incomodidad que guarda en lo diferente de su forma sus principales puntos a favor; aunque, por desgracia, también resulta demasiado irregular y descompensada y heterogénea en cuanto al uso de los registros se refiere. De hecho, el principal escollo que emborrona a la misma es el haber desperdiciado unos dos buenos primeros tercios de metraje con un tramo final insulso y totalmente innecesario. Algo que impide que al término de la misma impide que se salga con una sensación satisfactoria de la sala de cine.
Hay bastantes aspectos positivos que se pueden resaltar en The D Train. El más sobresaliente de ellos es su propia voluntad de crítica y su tono negro y mordaz. Cuando sus responsables echan mano de la comedia desacomplejada y lo sardónico, todo reluce con luz propia. Aunque sea a consta de ver al pobre de Jack Black (quien interpreta a Dan Landsman con bastante acierto) arrastrarse por unas migajas de fama. Es esa mezcla de incomodidad y vergüenza ajena que produce su personaje el pilar central de una película la cual, sin duda, hubiera superado de largo del aprobado si no se hubiese metido en dramas trillados y superfluos. Es tanta la mala baba que se derrocha en su planteamiento y su nudo, que un desenlace tan blando sabe irremediablemente a traición; algo que, por cierto, ocurre con más frecuencia de la que desearíamos en la comedia contemporánea y que no suele funcionar a no ser que se trate de un caso tratado con especial sensibilidad.
El caso es que The D Train funciona mucho mejor cuando hace su crítica desde la risa que cuando nos invita a conmovernos. Para colmo, Jack Black, echa por tierra un trabajo bien construido en cuanto tiene que llorar e intenta hacer pucheros y pasarse por atormentado. A partir de entonces, si nos reímos será por pura incomprensión y algo de vergüenza ajena, pero esta vez no provocada por la buena definición de un personaje bien dibujado, sino por comprobar lo fácil que es destrozar una película decente e interesante con tan solo una mala decisión.
A pesar de ello y de lo poco agraciada que es técnicamente, la película de Jarrad Paul y Andrew Mogel es un producto atractivo en cuanto que promete un puñado de futuras propuestas interesantes por parte de unos autores que parecen dispuestos a arriesgar con sus argumentos. Además, tiene un secundario interpretando un personaje divertidísimo (que nadie se pierda a Jeffrey Tambor y su papel de jefe renegado de las nuevas tecnologías) y algún que otro momento chocante e inspirado.
En lo que a lo demás se refiere, poco cabe destacar de la película en cuestión. Y es que, dejando de lado el constante tira y afloja de la incómoda relación entre Dan y Oliver y la ya mencionada crítica ácida a uno de los estereotipos más asimilados y superficiales de la sociedad norteamericana, poco o nada más interesante hay en The D Train. Decir otra cosa sería pasarse de transigente o abandonarse a una dinámica de mentiras en la que no nos gustaría caer vistas las consecuencias que tienen en la vida del propio Dan. Y es que, llamadnos raros, nosotros preferimos ser un poco menos populares con tal de ser un poco más honestos con lo que nos rodean. ¿Acaso no merece la pena? Fuera de bromas, otra peli en la que no aprueba Jack Black. Al paso que va lo vamos a tener que llamar «The D-Saster«.
Calificación: 4’5/10
Año: 2015
Duración: 97 min.
País: Estados Unidos
Director: Jarrad Paul, Andrew Mogel
Guion: Jarrad Paul, Andrew Mogel
Música: Andrew Dost
Fotografía: Giles Nuttgens
Reparto: Jack Black, James Marsden, Kathryn Hahn, Jeffrey Tambor, Mike White, Kyle Bornheimer, Russell Posner, Henry Zebrowski, Corrina Lyons, Donna Duplantier,Charlotte Gale, Denise Williamson, Han Soto, Danielle Greenup, Dermot Mulroney
Productora: Ealing Studios / Electric Dynamite / Londinium Films