Spotlight
Cuentan los libros de historia que corría ya la mitad del siglo XIX cuando el escritor y político británico Edmund Burke se refirió a la prensa en un debate de apertura de la Cámara de los Comunes del Reino Unido como el «cuarto poder»; un poder que, según él, bien podía sumarse a los tres que sostienen a un Estado cualquiera dada su potente capacidad de influir en la opinión pública, y por ende, cambiarla. Lo que entonces algunos considerarían poco más que una frivolidad con aires de profecía se terminaría convirtiendo, con el tiempo, en un hecho irrefutable; tanto es así que en la actualidad ya pocos dudan de la potestad que tiene el periodismo no solo para generar opinión, sino incluso para reconducirla.
En este marco, como suele pasar con todo elemento susceptible de ser instrumentalizado, surgen lobbys que muestran muy poco o ningún reparo a la hora de convertir a tan digna profesión en un arma proselitista. Como consecuencia directa, y como ocurre siempre que hay dinero de por medio, la ética profesional se termina relativizando y cada vez resulta más difícil confiar en lo que dice cualquier periódico a pies juntillas sin recurrir al sano ejercicio de consultar otras fuentes alternativas. O lo que es lo mismo, pero dicho con otras palabras: el prestigio y la integridad de los periodistas está más cuestionado que nunca por parte de los propios individuos a los que estos se dirigen.
Aunque, claro está, generalizar nunca es justo. Y eso de meter a todos los profesionales de la información en el mismo saco es de ser tan poco inteligente como cínico. Es por ello que nunca está de más recordarle a la sociedad que dentro del turbio río aún hay quien está empeñado a nadar a contracorriente y prefiere preservar sus valores a pesar de que ello signifique renunciar a unos cuantos ceros más en su cuenta o le acarree un riesgo profesional (e incluso personal) que ninguno de nosotros desearíamos tener que sufrir. Estos «héroes de lo cotidiano» existieron, existen y atienden al principio básico de que la verdad, por mucho que pueda llegar a doler, está por encima de todo y debe ser llevada a la opinión pública con objetividad. Algo que Thomas MacCarthy parece querer subrayar con Spotlight (2015), una relato templado y apasionado a partes iguales donde se exaltan y se reivindican los mejores valores del llamado «cuarto poder».
Teniendo en cuenta las intenciones de Thomas McCarthy, Spotlight es una de esas películas que (no podía ser de otra forma) tenía que estar basada en hechos reales. Sin duda alguna, lo más consecuente cuando se va a reivindicar las virtudes del periodismo es recurrir a los logros del mismo y en esta ocasión aquello que en otras películas sirve para solo predisponer al espectador con afán sensacionalista ahora sirve como elemento de refuerzo de una propuesta que, más allá de lo que vale como obra cinematográfica (que ya es mucho), guarda un gran interés y una vital importancia como testimonio y prueba de que aquellos que vigilan lo que ocurre en nuestra sociedad también pueden cambiar nuestras vidas para bien, no solo desvelando la verdad, sino apelando a la justicia con ella.
Spotlight nos sitúa en el año 2002, una época difícil en la que los Estados Unidos aún estaban demasiado ocupados en recuperar un orgullo y una moral que el terrorismo islámico dejó bajo mínimos. Un año en el que, en medio del proceso de mutación social que mostraba una clara tendencia hacia el patriotismo, la inercia conservadora y el ultra catolicismo más reaccionario, un grupo de reporteros de investigación del Boston Globe decidió destapar los escándalos de pederastia cometidos durante décadas por sacerdotes de Massachussets. Un caso que más tarde se revelaría como un delito de tintes institucionales y que, además de poner un tema tabú en primera plana, cambió la percepción de feligreses y profanos y contribuyó a que se hiciera justicia y la sociedad se concienciara. La película de McCarthy no es más (ni menos) que una narración veraz y vehemente de un proceso de investigación que resultaría histórico en la historia del periodismo y la Iglesia moderna. Una crónica transparente y algo idealizada (por qué no decirlo) sobre todo lo que conlleva trabajar por y para la verdad, al precio que sea.
Resulta llamativo el tacto y la cautela con la que sus responsables han sabido tratar un tema tan espinoso como los abusos sexuales. Si bien es evidente que algunos aspectos desagradables no se pueden obviar en una historia de este tipo, es elogiable la reticencia que McCarthy y compañía han demostrado en cuanto a la posibilidad de caer en las garras del sensacionalismo. Esto, que puede parecer un mero acierto puntual en cuanto al tono se refiere, es un elemento vital si tenemos en cuenta que actualmente uno de los grandes males de la prensa es el infame amarillismo que inunda sus titulares y páginas, por lo que un paso en falso en este respecto hubiera resultado una traición a los propósitos de la obra en sí misma. Así pues, ante todo, Spotlight es una obra que resulta elogiable por la coherencia con la que está fabricada y por la honestidad y respeto que demuestra hacia el espectador. Sin grandes ademanes, sin demasiada afectación, sus argumentos se desarrollan logrando una exposición madura, clara y sin atajos ni subterfugios innecesarios. El resultado es una especie de meta-reportaje en el que los sucesos expuestos hieren, pero se antojan necesarios de ser analizados y digeridos. Una película que guarda un interés innegable, no solo por lo que denuncia, sino en lo que reivindica.
Parece que, después de haber tropezado a lo grande con esa vergonzosa incursión en el melodrama barato de tintes fantásticos que fue aquella desafortunada titulada Con la magia en sus zapatos (The Cobbler, 2014), Thomas McCarthy ha querido retomar la buena senda que ya había marcado con cintas como Win Win (2011), The Visitor (2007) y Vías Cruzadas (The Station Agent, 2003). Aquí volvemos a reconocer a aquel realizador interesado en contar buenas historias con una gran capacidad de dirigir a sus actores. Además, el portentoso elenco que lo acompaña en esta particular cruzada (Mark Ruffalo, Michael Keaton, Rachel McAdams, Liev Schreiber…) ayuda a que su cine esta vez suba algunos enteros; de hecho podría decirse que Spotlight es toda una sorpresa, ya que ha conseguido colarse como nominada a Mejor película y director (entre múltiples menciones más) en la próxima gala de los Oscar y parte incluso como favorita al haberse llevado galardones como el BAFTA.
Así pues, tenemos una oportunidad única de disfrutar de una obra seria, comprometida, valiente, bien actuada, correctamente narrada y dirigida que sin hacer demasiado ruido se ha hecho fuerte entre sus competidoras. Se le puede tachar una cierta falta de chispa en ciertos tramos, e incluso se puede señalar cierta condescendencia hacia sus personajes, pero la verdad es que ya hacía bastante tiempo que una película sobre periodistas resultaba tan cabal e irreprochable como ésta, y eso ya es suficiente aliciente como para invitar a probar con ella.
Concluyendo, Spotlight es muy recomendable para el espectador que exija disfrutar de un argumento con sustancia cuando va al cine porque convence. Y más allá de que los premios que recolecte, la producción cobra un especial valor para aquellos que ejercen o están interesados en ejercer la sacrificada y a veces desagradecida labor que muchas veces supone trabajar para lo que un día pasó a llamarse (no por capricho) el «cuarto poder». Vayan tomando nota una vez empiece a sonar la partitura de Howard Shore y el proyector ilumine la pantalla porque se va a hablar mucho de esto durante las próximas semanas.
Calificación: 8/10
Año: 2015
Duración: 121 min.
País: Estados Unidos
Director: Thomas McCarthy
Guion: Thomas McCarthy, Josh Singer
Música: Howard Shore
Fotografía: Masanobu Takayanagi
Reparto: Mark Ruffalo, Michael Keaton, Rachel McAdams, Liev Schreiber, John Slattery,Stanley Tucci, Brian d’Arcy James, Gene Amoroso, Billy Crudup, Elena Wohl, Doug Murray, Sharon McFarlane, Jamey Sheridan, Neal Huff, Robert B. Kennedy, Duane Murray, Brian Chamberlain, Michael Cyril Creighton, Paul Guilfoyle, Michael Countryman
Productora: OpenRoad Films / Participant Media / First Look / Anonymous Content / Rocklin / Faust