SEFF 2015. Crónica del viernes 6 de noviembre
El primer día del SEFF 2015 comenzó en horario vespertino, puesto que no se había programado ninguna sesión para la mañana. Quizás que mejor. Más tiempo para cargar energías, que el festival se presenta intenso. El buen tiempo acompañó en todo momento en la primera jornada del certamen hasta tal punto de que se llegaron a alcanzar los 30 grados en la capital hispalense. Y en pleno noviembre, ya ven. Esto posibilitó que, incluso, al salir de la película inaugural nos encontráramos con una concentración muy numerosa de mujeres haciendo zumba o cualquier extraño «deporte» de esos que se practican ahora. Las consecuencias de encontrarse el Festival en un gran centro comercial…
Pero vayamos a las películas, que para eso hemos venido. El actor y cineasta Louis Garrel presentó su ópera prima, Les deux amis, la cual inauguró la XII edición del Festival de Cine Europeo 2015. La deliberada indefinición y el espíritu libre marcan la obra del primogénito del reputado director francés Philippe Garrel. El no seguir ningún rumbo aparente, el no contar nada en concreto, la supuesta y entregada rebeldía tanto en la forma como el fondo, son los pilares en los que sustentan esta obra. La historia se centra en dos treintañeros, ambos idiotas, desorientados y deseosos de mujeres, a cuales vidas entrará Mona, una vendedora en una tienda pero, que al igual que el pájaro que le regalan, no tiene libertad. En otras palabras, que tiene que dormir todas las noches en la cárcel a consecuencia de un delito que desconocemos. A partir de aquí, todo puede ocurrir. Un ménage a trois de lo más surrealista. Se intuye que Garrel quiere contarnos algo acerca de la amistad, cimentada en las mentiras y las medias verdades, la traición y la arbitrariedad, pero todo se encuentra muy en el aire. Es, lo más probable, la historia de unos no tan jóvenes que no quieren dejar la juventud, que no terminan de encontrar su camino, que se sienten solos en este mundo y que lo que les rodea es pura irracionalidad.
Leo en la web del festival que a la cinta la califican como una nouvelle Nouvelle Vague y, verdaderamente, no sé muy bien qué quiere significar eso. Lo que sí observo son muchos guiños a este revolucionario movimiento francés. Pero Les deux amis (Two Friends en su título internacional) no tiene nada de revolucionaria o moderna.Todo este aire transgresor o subversivo que respira ya lo hemos visto antes, y mucho mejor. El problema principal de la cinta radica en, paradojas, lo mejor de ella; esto es, el no terminar de definirse, el rondar de un lado hacia otro sin finalidad alguna, que, como digo, puede terminar por desorientar demasiado al espectador, cansarlo, irritarlo y hasta agotarlo. Que no ha sido mi caso. Su banda sonora se forma por música muy diversa, ecléctica, al igual que la manera en la que se encuentra introducida en la narración.Y la comedia es, por momentos, de lo que mejor funciona. Sin duda. Hay sketchs entre los dos protagonistas muy efectivos e inspirados. Por lo demás, un singular baile de la chica, un intento de suicidio muy impactante, unos diálogos de lo más disparatados en unas escaleras y poco más. Con todo, la apruebo por los pelos, y por los motivos ya citados. Pero viendo esta ópera prima de Louis Garrel, ¿quién sabrá ser capaz de pronosticar por dónde marchará la filmografía del francés? O, quizás, sea fácil adivinarlo. Juzguen ustedes.
La película no es un diamante por descubrir, ni muchísimo menos, pero sí es muy superior a La ignorancia de la sangre (Manuel Gómez Pereira, 2014), cinta que inauguró la edición pasada. Claro que el listón estaba realmente bajo, por no decir por los suelos. Quizás, Two Friends, por su espíritu rebelde, de enfant terrible, libre, que corretea sin alas, a veces sin orden alguno, cayendo en el ridículo por momentos, pero que contagia al espectador, que lo zamarrea, lo perturba, y le crea confusión, sea el espejo de lo que, en parte, supone mucho del el cine independiente europeo y, por ende, del alma de este festival, con el sello inconfundible de José Luis Cienfuegos.
Luego vino Mia madre, película dirigida por el muy solvente e inteligente Nanni Moretti (Caro diario, Habemus Papam), realizador al que guardo gran estima. Aquí nos introduce en el mundo interior y exterior de una mujer de unos cuarenta años, directora de cine, y que atraviesa por un punto de inflexión en su vida, momento crucial para repasar toda su existencia. Margerita (interpretada plausiblemente por Margherita Buy) se encuentra sumergida en el caos de un rodaje mientras su madre está muy enferma, su relación con su novio no pasa por el mejor momento y además, descubre que la comunicación con su hija no es todo lo fluida que creía. Otros dos personajes que encontramos son su hermano (Moretti), quien se está encargando de cuidar a su madre y que atraviesa, igualmente, una crisis de identidad, además de plantearse seriamente por su trabajo; y, por otro lado, el norteamericano actor ególatra y medio psicótico Barry Huggins (fenomenal John Turturro), que actúa en su película y que debe hacerlo, como no, hablando en italiano, idioma que no maneja muy bien. Moretti toca temas muy profundos y que a un servidor apasionan. Habla de la realidad y la ficción, los sueños del cine y la verdad de la vida, de sus límites y de sus interconexiones, de lo onírico de nuestras existencias. Sobre la familia, la vejez, la muerte, nuestro paso por la vida. Sobre cómo afronta unos hermanos la enfermedad de una madre. Sobre el amor por las humanidades y su eterna utilidad en nuestra sociedad. Me he desternillado en las escenas del rodaje con el personaje de Turturro (véase la escena del coche o la del comedor de la fábrica) al igual que emocionado con los ¿sueños? de Margerita (véase esa interminable cola de un cine), delicadas, tiernas y efectivas metáforas, y otros momentos de gran sensibilidad. Como objeción, la historia de Nanni Moretti no termina de emocionar tanto como debiera (aunque lo haga) y tiene algunos problemas de intensidad, altibajos en el ritmo de la narración. Eso sí, grandísimo final. Bellísimo. Una película para sentirla y reflexionarla. Gran y lúcida obra.
Para terminar, y en la última sesión de la noche, le tocó el turno a la islandesa Rams, primer largo de Grímur Hákonarson. Viene de ganar el premio a la Mejor Película en la sección Un certain regard de Cannes y la Espiga de Oro en la 60 edición de la Seminci, por lo que las expectativas eran grandes. Y no ha defraudado, vaya que no. Se trata de una historia íntima, personal, la de dos hermanos (Gummi y Kiddi) que no se hablan desde hace 40 años. La cuestión es que viven cada uno al lado del otro y en un paisaje bucólico de la Islandia rural y no teniendo a más de cinco o seis vecinos en muchos kilómetros a la redonda. El amor que poseen por sus carneros y una terrible enfermedad epidémica que se cierne sobre estos, hará revolucionar a la aldea y a la relación de ambos hermanos. Comedia y drama se alternan en este largometraje que tiene ese necesario ritmo que poseen las cintas escandinavas, esa fotografía cautivadora que nos entregas unas bellas y arrebatadoras fotografías, esa armonía placentera y ese toque exótico que nos produce. Enormemente elogiables las actuaciones de los actores protagonistas. Y un final emocionante y enormemente bien filmado. Un final abierto y cerrado, al mismo tiempo. En cambio, a Rams le hecho en falta algo más de originalidad en su desarrollo y desenlace, que no sorprenden en lo más mínimo y que ya lo hemos visto infinidad de veces. Pese a esto, imposible perderse la bella, extraña y sentimental historia de estos dos hermanos que se aman, pero a su manera.
Esto ha sido todo en la primera jornada del Festival. De la gala inaugural no hablo porque no he ido, eso para otros. Que siga girando el carrete…