Secretos de guerra
No hay algo tan natural, ni tan trágico para algunos, como despedirnos de nuestros años tempranos. Tanto es así, que este tema ha sido (y será) uno de los argumentos más recurrentes en el cine y la literatura universal desde que el hombre es hombre y un día decidió expresarse mediante el arte. Secretos de Guerra (Oorlogsgeheimen, Dennis Bots; 2014) es una de esas obras que, en el fondo, hablan de esa pérdida de la inocencia y ese camino que tarde o temprano todos tenemos que recorrer. La principal diferencia es que, en su caso, no es tanto pérdida como privación y que el responsable directo es un conflicto bélico, la Segunda Guerra Mundial.
Corre el año 1943 y Tuur y Lambert, dos chicos holandeses que residen en un pueblo fronterizo con Bélgica, sobreviven a la ocupación militar alemana de su país con la relativa inconsciencia y audacia que otorga la niñez. Entre las esporádicas alertas de bombardeos y los continuos vaivenes de soldados uniformados que de vez en cuando perturban su tranquilo pueblo, las vidas de ambos transcurren como la de cualquier joven de su edad se desarrollaría en unas circunstancias similares. Observándolos, parece que ni la guerra, ni nada en el mundo es capaz de oscurecer la mirada limpia con la que los niños encaran el mundo. Pero nada más lejos de la realidad, pues lo fugaz de su candidez se convierte en algo volátil y casi etéreo cuando el lado más brutal del los adultos decide desvelar sus capas de miseria. Entonces las ganas de jugar en el patio de la escuela o aquella escapada a la cueva secreta que solo tu amigo y tú conocéis se antojan casi una frivolidad y entonces todo se subvierte y se pone en cuestión. Además, la división latente entre familias colaboracionistas y partidarias de la resistencia no hará otra cosa sino sumar presión a la ya difícil situación que supone ser un niño de un país que vive esas circunstancias. Así pues, podríamos decir que Secretos de guerra, más allá de su apariencia superficial de drama bélico, esconde una especie de relato elegíaco que clama por los momentos robados de una generación en concreto que no pudo disfrutar plenamente de sus años más preciados. Una generación que puede ser el perfecto reflejo de todas aquellas que han vivido lo mismo en cualquier lugar del mundo y en cualquier época de nuestra historia.
De entre todas las cosas que la guerra nos puede robar siendo niños, la película del realizador nacido en Zambia se centra especialmente en los casos que más afectan a nuestra dimensión más sentimental. Un primer amor truncado, un amigo fiel del que nos quieren separar, un hogar que deja de ser seguro… cada uno de estos conflictos florecen en Secretos de guerra con una naturalidad y sutileza que hablan muy a favor de su director y guionista en cuanto al tratamiento de la historia se refiere.
Aun sin haber leído la novela en que se basa su película, se aventura el buen saber hacer de Bots y compañía a la hora de exponer cada giro, cada suceso. El evidente afán de alejarse de cualquier tentación tremendista y la elegancia de su tono son dos de las características clave que ayudan a que la trama funcione y despierte la empatía del espectador, evitando cualquier atisbo de rechazo. Además, dentro de los márgenes que nos dejan las formas clásicas y el carácter prudente del trabajo del cineasta, se percibe una cierta soltura en el lenguaje puramente cinematográfico, el cual nos deja entrever que tras las cámaras se esconde alguien tan serio como capaz, uno de esos directores que parece preferir apostar por las metáforas y gestos sencillos en vez de cualquier tipo de aspaviento. El resultado es un buen ejemplo sobre cómo contar una dura historia infantil, sin sucumbir ante el recurrido «ultradrama» tan típico de estos tiempos. Secretos de guerra es una de esas historias que se dirige a sus espectadores con levedad y perspicacia, sabiendo que las palabras e imágenes sencillas priman y llegan más transparentes que cuando caen en el ruido y la distorsión de lo morboso. Y quienes aún duden de ello, que prueben a ver su tramo final y su desenlace.
Si bien esta voluntad de no salirse de los patrones narrativos y estéticos más clásicos privan a la cinta de casi cualquier capacidad de sorprender al espectador más ávido de alicientes innovadores, cabe señalar que existe un número de elementos dignos de mención que compensan este aspecto; la buena actuación de su trío de jóvenes protagonistas, la discreta pero eficaz partitura de André Dziezuk o la vistosa fotografía de Rolf Dekens no hacen sino ayudar a una propuesta en la que, cinematográficamente hablando, todo transcurre como se prevé que va a ocurrir, pero sin embargo no se pierde ni un ápice de interés, ni capacidad de emocionar.
Concluyendo, podría decirse que Secretos de guerra es una producción en la que predomina la corrección formal, el comedimiento y el clasicismo fílmico por encima de todo. Su respeto por las viejas formas encaja con lo que quiere comunicar y todo en ella funciona dentro de sus pretensiones. La deferencia que Dennis Bots demuestra tener hacia la historia que maneja y hacia el espectador al que se la cuenta hace que este triste relato sobre los años robados se vea con agrado y satisfaga, a pesar de no ser una obra maestra de esas llamadas a perdurar en la memoria colectiva, ni de gozar de la popularidad que otros relatos similares (pero no tan mesurados) suelen despertar, estamos ante una obra digna de ver y, por qué no, reivindicar en una cartelera que la reducirá implacablemente a una opción minoritaria.
Calificación: 7/10
Título original: Oorlogsgeheimen (Secrets of War)
Año: 2014
Duración: 94 min.
País: Holanda
Director: Dennis Bots
Guion: Karin van Holst Pellekaan (Novela: Jacques Vriens)
Música: André Dziezuk
Fotografía: Rolf Dekens
Reparto: Maas Bronkhuyzen, Joes Brauers, Pippa Allen, Luc Feit, Eva Duijvestein, Loek Peters, Annemarie Prins, Nils Verkooijen, Stefan de Walle, Juul Vrijdag
Productora: Rinkel Film / Bijker Productions