Masters del Universo
A algunos nos sigue flipando las movidas casposas. No nos engañemos, el aroma a ranciete, a resobao, a cutrecillo, nos sigue incentivando para ver cintas paridas en los 80. Pero con razón. Tantos efectos especiales perfectos, sin errores aparentes, cansan más que un bocata de arena y algunos preferimos de vez en cuando experimentar en los extraordinarios mundos de la imperfección y el error. Apreciar el bellísimo contraste entre la cara de póker y los mulets XXL. Ese paraíso de comedia, ciencia ficción, flipadas en «modo LSD», aventuras varias y personajes ricos en posibilidades que terminan quedándose entre nosotros más por su carisma que por sus habilidades extrasensoriales.
Sé que suena un poco a disco rallado, y más detrás del primer friki-párrafo, pero es que joyas del calibre de la que vamos a tratar, son casi imposibles de encontrar a día de hoy, siendo únicamente las obras prefabricadas de Uwe Boll (grande Uwe) unos de los máximos exponentes de la caspa en activo. Pero antes era otro rollo. Todo era así nenes. No había megacomputadoras que maquearan explosiones del copón, que maximizaran a niveles de órdago los disparos de láseres o que mejoraran el careto de criaturas/alienígenas/Harrison Ford; que va, nada de eso, nos teníamos que conformar con efectos del montón y con naves espaciales de cartón piedra. Pero ahí estaba su encanto, su magia. ¿Acaso Willow tiene menos potencia que El Señor de los Anillos? La épica es la misma, los personajes igual de currados o más; pero la pasta y la técnica: ni por asomo.
Hoy centramos el foco en, quizás, una de las mayores (que no mejores) fantasías épicas de los últimos (casi) 30 años. Un producto creado en su día para petarla, pero finalmente abocado al fracaso por pasarse de pastelona, infantiloide y por ser más limitada que Hulk en un Vueling. Se trata de Masters del Universo, la adaptación de la serie de animación fantástica He-Man y Los Amos del Universo (1983-1985); una versión de aquella lucha encarnizada entre He-man (el hombre más poderoso del universo) y sus compis contra el mal, encarnado por la figura de Skeletor y sus malotes de turno para la protección del Reino de Eternia. Una lucha a hostia limpia entre buenos y malos por el control de un planeta «especial».
Tras el éxito de la serie de animación, y, sobre todo, de las figuras de acción creadas por Mattel (todos los chavales de aquella época y de épocas posteriores -me incluyo- tenían alguna); era el turno de dar un manotazo en la mesa y darle a todo fan lo que buscaba: una película de imagen real que dejara a toda la peña con la boca abierta cual aligátor. 1987 fue el año. Gary Goddard, realizador con poco recorrido, sería el encargado de firmar la cinta que todo el mundo esperaba… pero al final, como que no. Ya fuera por las limitaciones técnicas de por aquel entonces y/o por los límites de presupuesto existentes; la historia atractiva y llamativa que todo el mundo soñaba/imaginaba terminó convirtiéndose en un sueño de Freddy Kruegger pasado por la galaxia de Dune pero ambientado en la Tierra (EE.UU.) en los 80 con nuestros habitantes como aliados (una locura).
Empecemos con los detalles. Los buenos en nuestra historia aparecían con carisma negativo, envueltos en trajes futuristas hechos con Diseña la moda y resultantes de recortar las piezas sobrantes del vestuario de Mad Max: más allá de la cúpula del trueno. Entre ellos, destacaba la figura de He-Man (Dolph Lundgren), una versión de Conan pero con un bronceado tropical severo, el jefe de ese escuadrón de broma, que se completaría con Man-at-arms + su hija, dotados de fuerza – 3 para el combate y lentitud + 7 en el mismo, y con el enano salsón (salao) Gwildor, un mago creando artilugios infernales-musicales preciosos, siendo uno de ellos el arma para abrir puertas interestelares (pa’ cagarse). También del lado bueno, aparecerían tres terrícolas: una tipa de instituto que curra de noche en un restaurante y su novio «el músico», y el típico calvete de las películas de los 80 (como Regreso al futuro), Mr. James Tolkan, que aquí hacía de policía encabronado 24/7. En el bando malo, cabe destacar al malo malote Skeletor (Frank Langella), una momia embutida en el traje de Eduardo Manostijeras y con capa Jedi, que finalmente es chapada en oro por el «Poder de Greyskol». Junto a él, aparece una líder de grupo con los ojos bonitos, con mucho mando pero poca fuerza mental; un sargento-monigote que parece una señora mayor con la permanente con más uñas de lo normal; una bestia tontuna mezcla de Chewbacca, Bestia de los X-Men y un váter; un reptiliano zoquete con el casco de Darth Vader y muy buenas intenciones; y un señor mercenario calvete curtido en más batallas y con más galones pero con la misma maestría a la espada que un mono loco. Pues bien, todos ellos librarán una batalla épica en la Tierra (con un desembarco en plan «cabalgata de los reyes magos») en la que se darán de galletas hasta que sólo quede uno, un maestro de maestros, un jefazo supremo que reinará el reino de Eternia por siempre.
Con un guión en modo servilleta, intenciones inmejorables y con una infralabor de dirección; Masters del Universo se convirtió en un cuento desordenado con tiros sin sentido y extra ridículo en el que personajes aparecen en un teatrillo (con 3 decorados eso sí) difuso hasta que al final ganan los que ganan. Nada convence, todo está hecho tan random que o bien lo que quieres o terminas odiándolo con todo tu cuore. Peleas en «tiempo bala» (menudas estocadas de broma se dan Langella y Lundgren), situaciones ridículas (todas ellas con Gwildor de por medio) y un trabajo más que cuestionable de la coral de actores (¿Dónde está Frank Langella?), hacen que el producto aparezca más como un juego de mesa llevado a la gran pantalla que como una adaptación en condiciones de una aventura interestelar épica.
Lo dicho: nuestra cinta huele mal desde que empieza y eso o termina por encantarte o por desplazarte forzosamente hacía el infierno de Dante. Pero tiene algo. Algunos la seguimos flipando con ese «me la suda» parecer retro y ese amor positivo hacía la serie original, quitándole algo de hierro a la carnavalesca puesta en escena final. Al menos se intentó lo que se pudo y eso honra al realizador. El resto huele fatal de lejos. Aun así, si tenéis la posibilidad de chequearla, dadle duro, merece la pena únicamente por recordar los vaqueros «a la piedra», los mulets «a punta pala» y ese olor estelar pasado.
Calificación: 5/10
Título original: Masters of the Universe
Año: 1987
Duración: 106 min.
País: Estados Unidos
Director: Gary Goddard
Guión: David Odell
Música: Bill Conti
Fotografía: Hanania Baer
Reparto: Dolph Lundgren, Frank Langella, Meg Foster, Billy Barty, Courteney Cox, Robert Duncan McNeill, James Tolkan, Christina Pickles, Jon Cypher, Chelsea Field, Tony Carroll, Pons Maar, Anthony De Longis, Robert Towers
Productora: Cannon Group