Otras secciones del 67º Festival de San Sebastián (y III)

Zombi Child

Otra sección referente y señera del Zinemaldia es, sin duda, Zatabalegi-Tabakalera. Aquí se muestran las obras –entre largometrajes, cortometrajes y series- más originales, transgresoras y/o radicales. Como la nueva película del francés Bertrand Bonello, Zombi Child, quien viaja a África para narrar una inusual historia de muertos vivientes. Bonello zombifica al espectador atrapándolo con el poder magnético de sus imágenes. Mantiene dos líneas temporales –un zombi haitiano que trabaja en una plantación de azúcar en 1962 y unas jóvenes estudiantes de un exclusivo colegio solo para mujeres en la Francia actual- para armar una explosiva reflexión etnográfica que sugiere preguntas acerca de la multiculturalidad, la forma en la que Occidente aprehende las culturas foráneas o la concepción de libertad. El vudú, la Revolución francesa y el desamor juvenil tienen cabida en esta estimulante obra que posee una primera hora de metraje sobresaliente. Queda claro, de nuevo, la capacidad de Bonello para sorprender, además de para retratar miríficamente el universo femenino. ¿Se podía a estas alturas realizar una película de zombis original? Zombi Child posee la afirmativa respuesta.

Otro de los grandes cineastas en activo a nivel internacional es el chino Diao Yinan, quien trajo a San Sebastián El lago del ganso salvaje, su cuarto largometraje. Un relato de enfrentamientos entre mafias que tiene a su protagonista (un gánster llamado Zhou Zenong) perseguido por estas bandas y por la policía, desconfiando de todo aquel que expresa querer ayudarle. Llama la atención el virtuosismo narrativo del arranque, con el recurso del flashback para situar el encuentro de los dos personajes principales -el gánster y una prostituta que ejerce en el lago que hace mención el título-, así como su punto gore tan estéticamente acertado. Los barrios marginales de China se hallan bien pincelados, retratados con perspicaz detallismo. Pese a que Yinan no calibre con total acierto su ejercicio estilístico en su tramo final, provocando la confusión entre lo preciso y lo pretencioso, estamos ante un thriller visualmente deslumbrante. Una de las películas asiáticas del año.

El argentino Andrés Di Tella regresa a la memoria familiar con Ficción privada, en la que articula un personalísimo documental sobre las interpretaciones y los ecos del pasado. Comienza con unos planos en los cuales se descubre una mano portando diversas fotografías antiguas, acaparando casi toda la pantalla, mientras la cámara avanza por las calles. Unas voces en off nos invitan a imaginar las vidas de las personas que habitan esas imágenes. Este procedimiento es solo uno de los que utiliza Di Tella para expandir sus reflexiones sobre el pasado y la memoria, después contrata a dos jóvenes para que lean durante días la correspondencia entre sus padres (él argentino y ella hindú) y conversa con su hija acerca de sus abuelos. El poder del cine y del relato vuelven a potenciarse en esta hermosa película, aunque en sus resultados no se descubran grandes hallazgos.

Los tiburones

Ya en Horizontes Latinos, sección reservada al mejor cine latinoamericano del año, se exhibieron títulos tan interesantes como Los tiburones, ópera prima de la uruguaya Lucía Garibaldi, premiada en Sundance y BAFICI.  En ella se narra el despertar sexual de Rosina, una adolescente de 14 años habitante de un pueblo costero que se enamora de un chico mayor que ella. Los escuálidos del título son utilizados como metáfora del peligro que supone las primeras relaciones de amor durante esa compleja etapa de la vida, en donde en ocasiones se puede terminar devorado como una simple presa. Esta coproducción entre Uruguay, Argentina y España supone otra nueva y aguda mirada feminista sobre temas universales que procede de Latinoamérica, y ya van unas cuantas. Suma méritos la actuación de su actriz protagonista, Antonella Aquistapache, y su potente desenlace.

En la juventud también posa su mirada el actor mexicano Gael García Bernal en Chicuarotes, su segundo largometraje como director. Versión tragicómica de la vida de ‘el Cagalera’ y ‘el Moloteco’, dos chavales del pueblo de San Gregorio Atlapulco (chicuarotes  es la forma en la que se denominan popularmente a las personas nacidas aquí) que ansían salir de este lugar al verse rodeado de pobreza, delincuencia, violencia y con nulas posibilidades de emprender un halagüeño futuro. A vueltas con la fábula de jóvenes intentando salir del pueblo donde nacieron, crecen y están condenados a morir –o metafóricamente, tal como se muestra en el filme: de peces de acuario que ya no pueden vivir en libertad dado que esas aguas lo han condicionado de por vida- García Bernal revela una historia actual sumergiendo al espectador en barrios marginados con individuos igualmente marginados que se comunican con su particular jerga. Lástima que en su tercer acto Chicuarotes no quede a la altura de lo presentando anteriormente debido a su disformidad en el tono empleado.

La última película de Andrés Wood (Machuca, Violeta se fue a los cielos) es osada en su planteamiento pero bastante tradicional en sus formas. El veterano realizador chileno alerta en Araña de la persistencia de este insecto (símbolo del extinto Frente Nacionalista Patria y Libertad, movimiento paramilitar de extrema derecha surgido durante el gobierno de Allende) en el tiempo presente, dando aviso del poder que aún conserva el fascismo en la sociedad e instituciones. A través de dos líneas temporales se nos presenta a tres miembros de este movimiento durante la década de los 70 y en la actualidad. Se echa en falta más complejidad a la hora de abordar ciertos temas -mayormente el que concierne a su conclusión- y menos brocha gorda en el dibujo de algunos personajes.

Nuestras madres

Una de las obras más brillantes de esta edición fue Nuestras madres, coproducción entre Guatemala, Bélgica y Francia dirigida por el debutante César Díaz y que ganó la Cámara de Oro a la mejor ópera prima en el pasado Festival de Cannes. Una proeza en su definición de la memoria, el pasado y la dignidad, así como de la mujer como víctima perpetua de la historia. Ernesto es un joven antropólogo guatemalteco que trabaja identificando cadáveres enterrados en fosas comunes, pertenecientes a desaparecidos durante la guerra civil (conflicto que duró más de 36 años y que dejó cerca de 200.000 fallecidos). Ernesto, además, busca a su padre, guerrillero igualmente desaparecido. Por medio, el juicio que sienta a los oficiales militares y que afecta a su familia, y la reclamación de unas mujeres para que desentierren a sus familiares sepultados en una finca privada. Díaz desgrana gradualmente los entresijos de la historia con una solidez formal asombrosa. El tempo siempre es el correcto y el mensaje que lanza al final del metraje traspasa allende las fronteras de Guatemala.

La guerra civil de este país aparece de nuevo en La llorona, atractiva incursión en el género de terror para tratar los antes comentados juicios contra los oficiales militares en el genocidio que tuvo lugar durante este periodo histórico. El espíritu de la llorona (mujer asesinada en la guerra) no deja dormir a un antiguo general absuelto de los cargos que se le imputaban. Los resultados de la tercera película del guatemalteco Jayro Bustamante -quien también presentó Temblores en el festival-  no son todo lo satisfactorios que se prometían en su planteamiento, pues la denuncia social deja paso al terror más convencional. Con todo, se aplaude la originalidad de Bustamante para introducirse en un tema tan peliagudo y de actualidad en su país.

Y por último, la película sorpresa (retomando el festival una antigua tradición) que de sorpresa tuvo poca, ya que el runrún de los primeros días se convirtió en realidad el martes al anunciar el título la propia organización. Joker llegaba con el elogio unánime de la crítica y el León de Oro en Venecia, y su paso por San Sebastián no defraudó. Estamos ante uno de los títulos del año. Su director, Todd Phillips (Escuela de pringaos, Resacón en Las Vegas, Salidos de cuentas), subvierte el mundo de DC Comics para crear un obra que apela directamente a la sublevación. Phillips y Scott Silver perfilan un lacerante y sombrío universo en donde las personas humildes (representadas por el payaso que encarna con espléndida habilidad el titánico Joaquin Phoenix en una interpretación memorable) no tienen cabida y son humilladas constantemente. Correrán ríos de tinta sobre esta apuesta redonda de Warner Bros. Nunca la risa había sido tan dolorosa.

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