Otras secciones del 67º Festival de San Sebastián (II)

La segunda sección más importante del festival tras la Oficial se advierte poco defendida por la organización del Zinemaldia y de escaso interés entre la crítica, teniendo gran parte de culpa la sombra que le hace Perlas. Hablamos de New Directors y aunque incompleto, aquí un repaso por algunos de los títulos que pudieron visionarse. La surcoreana Scattered Night supone el debut de las directoras Lee Jihyoung y Kim Sol, un Kramer contra Kramer desde el punto de vista de la hija menor, en versión asiática y actualizada al tiempo presente. Sumin es una niña que se enfrenta junto a su hermano mayor al divorcio de sus padres, observando cómo se desestructura el núcleo familiar y teniendo que decidir con quién desea vivir. Sin música, con una comedida puesta en escena y un nivel interpretativo muy alto por parte del elenco, la espléndia Scattered Night también indaga en la forma en la que la sociedad coreana ofrece y recibe afectos, así como la importancia que le otorga a la escuela y los estudios.
La noruega Disco fue una de las películas más marcianas del festival, cuya presencia se agradece en cualquier certamen cinematográfico. El segundo largometraje de Jorunn Myklebust Syversen aúna música electrónica y competiciones de baile con el fanatismo religioso más feroz (en este caso el del cristianismo evangélico). La vida de una joven de 19 años se tambalea al comprobar que su cuerpo no le responde en un campeonato mundial de baile disco, y al mismo tiempo verse obligada por su familia a concentrarse más en la fe. Las dilatas secuencias en las que diferentes predicadores despliegan sus aterradoras garrulerías terminan por agotar al espectador, siendo este mismo uno de los propósitos de su directora, cansar y molestar al respetable para así ampliar el efecto de su denuncia.
Otro de los visionados más impactantes del Zinemaldia fue el de Algunas bestias, segunda película del chileno Jorge Riquelme Serrano. Se trata de un despiadado estudio de la depravación humana a través de una familia de tres generaciones a los que el director encierra durante un fin de semana en una pequeña isla, cuyo plano cenital de esta supone la apertura del filme. Cuando el guarda de la isla salga huyendo propiciará la aparición de la verdadera naturaleza de las personas allí congregadas. Planos sostenidos en el tiempo a un nivel narrativo e interpretativo mayúsculo, una siniestra música acompañando a buena parte de las secuencias y un manejo de la información que se va proporcionando al espectador con inteligencia hacen de Algunas bestias una propuesta notable, que tuvo su reconocimiento con el premio del jurado a la mejor película de esta sección. Ver en pantalla a Paulina García y Alfredo Castro juntos es un deleite máximo, a pesar de la incomodidad que provocan muchas de sus escenas. El cine chileno está de enhorabuena y en esta edición del festival hemos podido corroborarlo.

Desde Lituania llegó Nematoma, segundo filme en solitario de Ingas Jonynas. Un rotundo noir que introduce temas tan diversos como el perdón, la voraz industria televisiva y sus falsos realitys, o la ceguera –en sus múltiples dimensiones- con una estética estilizada. Jonynas arranca con secuencias del pasado que paulatinamente irán encajando en la narración presente y muestra a dos personajes –un bailarín que se hace pasar por ciego para ir a un concurso y un expresidiario- cuyo nexo se descubrirá más adelante. Una retorcida parábola sobre la venganza. Larga vida al noir de los países bálticos.
La española Las letras de Jordi nació como un proyecto del máster en documental creativo de la Universitat Pompeu Fabra sobre el santuario de Lourdes. Su directora, Maider Fernández Iriarte, terminó realizando un afectuoso y sincero acercamiento a la figura de Jordi, un hombre de 51 años con parálisis cerebral. Esta honesta aproximación a su universo, con tablas de cartón con el abecedario para comunicarse con él, es elogiable, así como las nuevas formas de representación de la no ficción que aplica Fernández Iriarte. Sus resultados, sin embargo, no siempre son los más óptimos. A veces el dispositivo formal juega en su contra y provoca distanciamiento con la persona retratada, debido a sus duraderos planos fijos y a la aparición de la propia directora en la narración. Con todo, una valiente obra que tiene en sus primeros diez minutos y en sus diez finales la perfecta plasmación de su propuesta. Un canto a la fe y al cine como asideros vitales y hasta curativos.
El premio del Jurado de la Juventud (compuesto por unos 150 jóvenes entre 18 y 25 años) fue para la argentina Las buenas intenciones, entrañable estreno en el largometraje de Ana García Blaya. En ella narra el periodo de su infancia en el que teniendo 10 años vivía en Argentina durante la década de los 90 con sus dos padres separados, quienes se intercambiaban los días para quedarse con ella y sus hermanos. García Blaya focaliza la relación que mantenía con su padre y este con sus tres hijos. La singularidad viene por insertar en la narración vídeos caseros grabados por el padre (personaje de ficción) con su cámara digital y vídeos domésticos en super-8 que grabó el padre real de la directora. Si bien es cierto que Las buenas intenciones no deslumbra, también lo es que se disfruta mucho con su visionado.