No llores, vuela
El pasado viernes 21 de marzo arrancó la 17ª edición del Festival de Málaga, evento, que como todos sabemos, está dedicado especialmente al cine español y que cada vez goza de una mejor salud a pesar de los tiempos difíciles que corren para nuestra industria cinematográfica. Sólo había que darse un paseo por los alrededores de la alfombra roja o las taquillas de los diferentes cines de la ciudad para darse cuenta de la enorme expectación que despierta en el público un acontecimiento de tales características. Sin duda, todo un triunfo que acaba traduciéndose en una fiesta donde artistas y espectadores van de la mano.
En esta ocasión, No llores, vuela (Aloft, 2014) de la directora peruana Claudia Llosa, fue la película que se encargó de inaugurar el evento de forma oficial. La producción en principio viene precedida de unos ingredientes llamativos que invitan a pagar la entrada. El primero de ellos es la propia directora, quien con su anterior película, La teta asustada (2009), consiguió un relevante reconocimiento que abarcó desde la nominación a mejor película de habla no inglesa en los Oscar, hasta la victoria en el Festival internacional de Berlín, donde consiguió hacerse con el Oso de oro, premio que se otorga a la película ganadora. Pero, además de Claudia Llosa, No llores, vuela cuenta con un atractivo reparto encabezado por Jennifer Conelly; el resto de los ingredientes que sobre el papel resultan llamativos son sus premisas dramáticas y su localización, la árida e imponente región de Manitoba, en Canadá.
Aunque por desgracia, no todo lo que parece que va a funcionar sobre el papel, termina haciéndolo en la práctica. Luego veremos por qué, pero el caso es que el resultado final de la cinta de la sobrina del famoso escritor, Mario Vargas Llosa, lejos de funcionar, acaba hundiéndose en el fango de sus propias pretensiones, resultando una cinta agreste y fallida.
El planteamiento dramático de la cinta es el siguiente: Un desgraciado accidente hace que las vidas de Nana Kunning (Jennifer Conelly) e Iván (Cillian Murphy), madre e hijo respectivamente, se separen durante años. La culpa y la impotencia que le produce a Nana el desafortunado suceso resultarán un peso insalvable para su ánimo, por lo que se verá arrastrada a romper con sus vínculos naturales y abandonar a su hijo, a quien culpa de su horrible desgracia. Desde entonces, sus vidas transcurren separadas por la enorme distancia que las praderas de Manitoba ponen entre ambos. Ella, quizás afectada por la desesperación, se convierte en una sanadora que asegura poder curar a través del arte; y él, termina por ser un hombre apasionado por la cetrería que ha rehecho su vida a duras penas con el paso del tiempo. Sin embargo, las heridas de ambos siguen abiertas. A pesar de que la vida sigue, ellos siguen sangrando pena, rencor, dudas e impotencia. Marcados por un duro pasado, viven profundamente atormentados por sus recuerdos, preguntándose aún el significado de todo lo que ocurrió y lamiéndose las heridas de lo sucedido. Será una joven periodista interesada en las supuestas facultades curativas de Nana, Jannia (Mélanie Laurent) la que propicie que Iván inicie un viaje hacia el reencuentro con su madre, restándole kilómetros a un árido desierto de hielo y de tristeza infinita.
Por tanto, podemos decir que estamos ante una historia empapada por el drama, el rencor, el sentimiento de culpa y los sentimientos encontrados. No llores, vuela nos sitúa en un mundo donde sus personajes parecen ser incapaces de aceptar los golpes del destino sin buscar un culpable o un significado inherente. El horrible trauma que separa las vidas de Nana e Iván los condena a una infructuosa búsqueda de respuestas a una serie de cuestiones que nunca nadie podrá responder, resultando en última instancia por ser un veneno que pudre el espíritu y su propia existencia, haciendo que su incesante y reprimido llanto prosiga, impidiéndoles vivir, o como reza el título, volar. Y es que en el fondo, Claudia Llosa nos quiere hacer reflexionar sobre la naturaleza del dolor, el rencor y el despecho, elementos que en el fondo son vistos en la cinta como una enfermedad que sólo pueden ser curados a través del milagro del perdón y la aceptación, milagros que, irónicamente, no dependen de otros mundos más etéreos, sino que están en las manos de cada uno de nosotros. Así pues, Llosa deambula de lo terrenal a lo transcendental con atrevimiento, confiriendo a su obra un mensaje y una finalidad que por atrevida y profunda vale la pena, pero que por la forma de su narrativa y su estética, termina horriblemente malograda.
Y es que, si bien el argumento de la cinta deambula por terrenos que no son fáciles con cierto garbo, la narración de la historia va simplemente dando tumbos y tropiezos. El guión, que también viene firmado por la realizadora latinoamericana, es un ejemplo de cómo el no querer resultar evidente, termina confundiendo y cansando.
Pareciera que No llores, vuela quisiera contar sin decir, mostrando su realidad con cuentagotas y usando el circunloquio como recurso y dogma narrativo. Entre sus diálogos anodinos y esquivos, su narración paralela a caballo entre el pasado y futuro de sus personajes, o en definitiva, por culpa de tanto rodeo a la hora de desarrollar su argumento, el espectador acaba por sentirse ofendido de que lo traten como alguien que asiste a un juego de trileros. Y es que, probablemente, pocos se enteren de qué va la cosa hasta bien entrada la mitad de la cinta, o sea, en unos 50-60 minutos aproximadamente… Lo peor es que este modus operandi es la pauta general en toda la cinta, por lo que podemos afirmar que Llosa se la juega todo a dos escenas en concreto, las cuales son el clímax de su historia, puntos álgidos verdaderamente apasionados y acertados, pero que de por sí solos no aguantan casi dos horas de metraje contados de una forma tan arisca, esquiva y forzada. Sin duda, éste es el factor principal que hace de No llores, vuela una película fallida. Su narración saca al espectador de su atractiva propuesta, no invita al interés sino al rechazo, la confusión y al hastío. Y para colmo, lo hace de manera consciente, es decir, su autocomplacencia y sus ínfulas de ultra-drama con aspiraciones transcendentales acaban traicionando a lo que podía haber sido una producción bastante importante.
Para rematar, una horriblemente asfixiante fotografía en la que el primerísimo plano (con figuras cortadas inclusive) es la tónica, y la profundidad de campo es inexistente, hacen que uno se pregunte por qué demonios se le ocurre a nadie de rodar en un paraje tan abrumadoramente bello para que luego (salvo en dos o tres honrosas excepciones) no veamos nada más que figuras cercenadas, y paisajes borrosos. Si la autora quería usar la localización como una metáfora de aridez espiritual, lo ha malogrado escandalosamente con el enfoque de su fotografía.
Concluyendo, Claudia Llosa, ni nos cuenta en condiciones lo que anhelamos saber, ni nos deja al menos disfrutar del yermo y desolador paisaje para ambientar nuestro estado de ánimo. Es por ello que No llores, vuela es un estrepitoso desastre formal que ahoga en el fondo del agua helada de Manitoba un puñado de interesantes ideas. Un confuso desastre que algunos perdonarán por su desenlace, pero que a éste que escribe la crítica personalmente le sigue desangrando a día de hoy. Y es que siempre es una pena ver cómo se malogra una propuesta interesante.
De todas formas, no es una cinta a evitar. Estamos ante un planteamiento tan personal que a muchos puede calarles hondo. Depende de la medida en que se quieran dejar llevar por el tono pausado y huidizo de la película. Todo está en coger un poco de vuelo.
Calificación: 3,5/10
Título original: No llores, vuela (Aloft)
Año: 2014
Duración: 112 min.
País: España
Director: Claudia Llosa
Guion: Claudia Llosa
Música: Michael Brook
Fotografía: Nicolas Bolduc
Reparto: Jennifer Connelly, Mélanie Laurent, Cillian Murphy, William Shimell, Zen McGrath, Nancy Drake, Winta McGrath, Erika Marxx
Productora: Coproducción España-Canadá-Francia; Wanda Vision / Arcadia / TVE / CANAL+ / TV3