Nacida para ganar
Nacida para ganar es un proyecto que comenzó llamándose Móstoles no es lo que parece o la importancia de llamarse Encarna, así, cual Frankenstein o el moderno Prometeo, con título doble. Seguramente, en algún momento alguien pensó que se trataba de un título llamativo pero demasiado largo y poco comercial, por lo que finalmente se desechó y pasó a convertirse en el definitivo Nacida para ganar. Gancho comercial seguramente ha ganado (¿se imaginan a la gente en la ventanilla del cine pidiendo una entrada para Móstoles no es lo que parece o la importancia de llamarse Encarna?) pero vista la película, sin duda tenía su sentido ese doble título. Un sentido que ahora, al haber cambiado, se ha perdido y ya no casa de ninguna manera con las referencias a los dobles títulos que se hacen en determinados momentos y que tienen su importancia dentro de la propia idiosincrasia de la película.
Vicente Villanueva, muy reconocido por su muy personal mirada de los universos femeninos, vuelve a contar una historia con mujeres en los roles protagónicos (prácticamente el único personaje masculino destacable es el de José Manuel Cervino), que tiene mucho de cinismo y de mala baba en la superficie, aunque después, como explicaremos más adelante, el fondo es otro. La jugada le sale bastante redonda, pues la cinta es sin duda entretenidísima, muy simpática y agradable, y no insulta la inteligencia de nadie con chistes chabacanos o de dudosa gracia. De hecho, no es una comedia de carcajadas, y seguramente es uno de los fallos más graves de la propuesta. Había espacio para ir bastante más al límite con el humor, y secuencias como la final en la entrega de premios pedían a gritos que la locura que está pasando (toda la película es en sí bastante surrealista en las cosas que pasan a los personajes) se reflejara más en los diálogos y los gags. Algún periodista en la sala comentaba que tenía un tono parecido al último Álex de la Iglesia, Mi gran noche (2015), y la verdad es que no le hubiera venido mal contagiarse un poco en algunos momentos de la bizarría del cine del realizador vasco. Tampoco se entiende muy bien el porqué de la extendida presencia en la trama de las Supremas de Móstoles (¿será porque son de Móstoles?), cuyas escenas no aportan demasiado al conjunto, salvo quizás el número musical final, con importante significado para el personaje de Trinidad Iglesias. Se podría haber sacado también más partido al famoso sketch de Martes y Trece y a su vinculación con la protagonista. Aun así, Villanueva pone en pantalla secuencias realmente brillantes, como la del casino, la del casting-entrevista o toda la final, y aprovecha maravillosamente las localizaciones y los elementos que caracterizan a cada uno de los personajes. Es en conjunto una película, como decíamos, realmente agradable y llena de buenos sentimientos regada por un cinismo muy de agradecer.
Así, lo mejor de la cinta es sin duda su nada disimulado canto a la diferencia y a la propia identidad de cada uno, la que cada persona lleva de casa, y no la que los demás quieren que sea. En la trama se contraponen continuamente dos modos de ver la vida: el de María Dolores, convencida de que la única receta para tener éxito en la vida es desearlo con todas las fuerzas posibles, mantener una actitud positiva y adoptar una imagen triunfadora, y la de Encarna, inicialmente seducida por el glamour del lyfestyle de alta ejecutiva, pero que es esencialmente una mujer normal, buena por naturaleza, honrada, trabajadora y sencilla. Resulta muy interesante la reflexión que plantea Villanueva acerca de la buena y la mala suerte, y de por qué unas personas sufren mientras otros tienen todo lo que desean. Con escenas como la del casting al que son sometidas las aspirantes a vendedoras de cremas (una de las más tronchantes de la cinta, por cierto), Villanueva termina por decirnos una verdad como un templo: la vida es como es, y tiene tanto momentos buenos como otros amargos, y a todos nos tienen que pasar y nos pasarán desgracias y también cosas maravillosas. Así, el famoso eslogan de vida de María Dolores de «se atrae lo que se piensa» termina por ser desmontado por la verdad de Encarna, que es la del amor, el dolor, la alegría, el éxito y el fracaso caminando de la mano de cada persona en el momento en que toca, sin que sea culpa o triunfo de nadie que sucedan así.
Otro gran acierto de Villanueva es el tratamiento de la relación entre los personajes de Encarna y Ginés (un fantástico José Manuel Cervino, premio Goya hace nueve años por Las 13 Rosas). Sin desvelar nada, se trata del punto de mayor emotividad de toda la cinta, y sin duda es la trama más grata y más sentida de la misma, al tratarse de la demostración de todo lo que quiere reivindicar el director en la película, que es la importancia de la sencillez y los buenos sentimientos. En este caso, es también una oda al amor en toda su grandeza, el amor que solo es visto y sentido por aquellos que lo sienten, al que no le hace falta ser visible o socialmente aceptado para ser auténtico.
Entre los intérpretes, brilla sin duda Alexandra Jiménez, que lleva unos años frenéticos de trabajo, y no es para menos. Jiménez, en un registro cómico absolutamente distinto del mostrado en Anacleto (Javier Ruiz Caldera, 2015), Los miércoles no existen (Peris Romano, 2015) o Requisitos para ser una persona normal (Leticia Dolera, 2015), demuestra que le sobra carisma y presencia para llevar sobre sus hombros el peso del protagonismo en una película. Es creíble, es natural como la vida misma, y tiene una habilidad innata para resultar simpática y despertar empatía. Es gracias a ella que Encarna resulta tan entrañable. No cabe olvidarse de Ana María Ayala, la gran revelación de la película, absolutamente descacharrante en un personaje que además es tratado por Villanueva con una agradecidísima normalidad (ya es hora de que empecemos a mirar a los actores como actores y por supuesto como personas, independientemente de sus características físicas), o por supuesto de Victoria Abril. Hay que tener un sentido del humor gigantesco para hacer lo que hace Abril en esta película. La manera en que se ríe de sí misma y de su imagen y la diversión que aporta son dignas del mayor de los aplausos.
Mención aparte merece Cristina Castaño en su vuelta a la gran pantalla después de diez años. En pocas palabras, la actriz de La que se avecina es el alma del largometraje. Es cuando su personaje entra en escena cuando por fin la película despega, mediante esa presentación también tan peculiar que tiene por las circunstancias en que se produce (gran introductor de personajes, Villanueva). Puede que de inicio cueste ver a Castaño como una ex-yonqui que atracaba gasolineras, pero su enorme interpretación salva el posible obstáculo inicial de la credibilidad más que con creces. Esperen a ver el efecto que crea la mezcla del aspecto impecable de María Dolores (siempre elegante, arreglada, vestida de marca, bellísima) con el deje poligonero que adopta en algunas escenas la actriz cuando habla. Esa mezcla da la medida perfecta del personaje, que al fin y al cabo es una «choni» con aires de grandeza (vamos, un poco como les pasaba a Tracey Ullman y Woody Allen en Granujas de medio pelo, pero sin camiseta con estampado de leopardo y con cremas en vez de galletas). Además, su talento para la comedia es innegable y da momentos bastante divertidos (atención a cuando explica su visión de su propio nombre y por qué ha decidido cambiarlo, o cuando pregunta a Encarna si tiene sexo con su novio, lo que da pie a una réplica brillante de la protagonista) y a la vez intensos (cuesta apartar la mirada de la pantalla cuando está ella, tan magnética es su presencia). Por desgracia, su personaje queda inexplicablemente «olvidado» en el clímax final, a pesar del juego que estaba dando, y se echa muy en falta que vuelva a aparecer en el epílogo de la historia, sobre todo porque no se termina por saber en qué estado queda su recién recuperada amistad con Encarna. Con todo, la gallega es naturalidad pura y queda confirmadísima como una de las mejores actrices cómicas del país, tal y como se puede ver en su trabajo televisivo. Bueno, o una de las mejores actrices, a secas. Por cierto, los más fans de Castaño, muy atentos al final de la película porque hay una sorpresa que les va a encantar. Hasta ahí podemos leer.
En definitiva, una comedia agradable, simpática, que combina bastante bien el surrealismo y el cinismo con una manifiesta ternura, y que hará pasar seguro un buen rato a espectadores desprejuiciados. Ya sabéis… se atrae lo que se piensa.
Lo mejor: Cristina Castaño, Alexandra Jiménez, Ana María Ayala, el sentido del humor de Victoria Abril y la inesperada ternura que desprende.
Lo peor: Podría haber ido mucho más al límite con el humor, y el final es quizás algo insatisfactorio.
Calificación: 7/10
Título original: Nacida para ganar
Año: 2016
País: España
Director: Vicente Villanueva
Guión: Vicente Villanueva
Música: Antonio Escobar
Fotografía: Aitor Mantxola
Reparto: Alexandra Jiménez, Cristina Castaño, Victoria Abril, Trinidad Iglesias, Susi Bodega,Luisi Bodega, Vicky Bodega, Ana María Ayala, Luisber Santiago, José Manuel Cervino
Productora: Tornasol Films / Hernández y Fernández P.C. / Mistery Producciones