‘La Roja’ ganó en el 69º Zinemaldia
Análisis del cine español en San Sebastián 2021
‘La Roja’ ganó en el Festival de San Sebastián de este año, lo que tampoco es una novedad, recuérdese títulos como Los lunes al sol (Fernando León de Aranoa, 2002) o El artista y la modelo (Fernando Trueba, 2012). No se trata tan solo de la Sección Oficial, sino del conjunto de la programación del festival. El cine español ofreció un conjunto diverso y atractivo, muy alejado de ese cine cada vez más abstruso, el “cine de festival”, que puede dar la puntilla a las salas de cine, ya muy atacadas por las plataformas. Quién lo impide (Jonás Trueba) fue la película española más apreciada por la crítica, resaltando su autenticidad. Sin negar esta cualidad, hay partes muy ficcionadas —el viaje a Extremadura de los dos enamorados o el viaje de fin de curso— o que parecen haber sido bastante trabajadas antes del rodaje —los debates sobre lo que puede hacer la juventud para cambiar el mundo o el futuro de la generación más joven tras las crisis económicas y la pandemia—. En cuanto a autenticidad, tal vez sea la primera parte la más clara en este sentido, describiendo las incertidumbres y la lógica desorientación de los adolescentes. Jonás Trueba les propone que sean ellos los que decidan su representación y le contestan que quieren ser ellos mismos los representados en los personajes. En otra decisión dentro de la caja de sorpresas del jurado, este otorgó a Quién lo impide el premio a la mejor interpretación de reparto, cuando la película podía haber optado a otro premio mucho más acertado. La mezcla tan palmaria de ficción y documental (que siempre tiene algo de fabricado) va predominando cada vez más en el cine actual, pero habría que preguntarse si marca un camino seguro. El cine no debe limitarse a reproducir la realidad, sino que, como todo arte, debe aspirar a elaborar un producto propio, que entretenga y ayude, eso sí, a reflexionar y a plantearse de otra forma la vida.
Mediterráneo (Marcel Barrena) y Maixabel (Icíar Bollaín) ofrecen dos ejemplos espléndidos de elaboración cinematográfica a partir de dos situaciones bien reales: la labor de la ONG Open Arms y el éxito de la política de encuentros que pone en marcha Maixabel Lasa entre las víctimas de ETA y los que mataron a sus familiares. El filme de Barrena opta por una fórmula no documental que le permite no solo describir los comienzos de la gran contribución de la ONG Open Arms, sino profundizar gracias a su opción de ficción en aspectos muy emotivos y de gran calidad humana: la generosidad y los sacrificios de los socorristas catalanes y de su jefe Oscar (Oscar Camps, en la realidad), las dificultades para la colaboración entre europeos (en este caso, griegos y españoles) que los socorristas ayudarán decisivamente a ir resolviendo y que darán paso a una política común europea en esta materia, con todas las imperfecciones que en sus comienzos conlleva. La película insiste en las relaciones interpersonales del grupo que se ha trasladado desde Cataluña a Lesbos, las reticencias a que continúe la empresa de Oscar por más tiempo por parte de su compañero Gerard, del contable y de su propia hija y de cómo va cambiando esta actitud. La posición de la población griega va también evolucionando. El filme evita los melodramatismos, a pesar de la gran intensidad de algunos momentos y cuenta con excelentes interpretaciones de Eduard Fernández, Dani Rovira, Sergi López y Anna Castillo.
Maixabel es posiblemente una de las mejores películas de Icíar Bollaín, y aunque se ajusta lo más fielmente posible a los hechos, la fórmula de ficción le permite a la directora mostrar aspectos muy significativos del trabajo de Maixabel Lasa, en los encuentros entre antiguos miembros de ETA y los familiares de las víctimas y en especial, entre la viuda de Juan María Jáuregui y el comando que asesinó a su marido. La relación entre Maixabel y Etxezarreta constituye la base de la película. Aunque el personaje que interpreta Luis Tosar no fue el autor material del atentado, sí fue en cambio, de los tres miembros del comando quien más estaba familiarizado con el momento revolucionario que entonces se vivía (en Cuba, Nicaragua, países árabes…). Etxezarreta reconoce que siguió un camino equivocado y va comprendiendo cómo Jáuregui fue además un hombre progresista y muy abierto a las reivindicaciones vascas. Maixabel le explica cómo fue miembro de ETA al principio y cómo defendió que se llegara a fondo en la investigación sobre la muerte de Lasa y Zabala. El exterrorista acude con Maixabel, al final de la película, a la reunión con familiares de víctimas, frente a la estela en medio de la montaña que recuerda a Jáuregui. Los encuentros han cumplido perfectamente su misión, ya que Etxezarreta se ha arrepentido de sus acciones y ha operado un proceso interno de culpabilización y disposición plena a pedir el perdón. Bollaín sabe evitar una excesiva emotividad y cuenta con grandes interpretaciones por parte de Blanca Portillo y Luis Tosar. Aunque obtuvo el Premio Irizar a la mejor película vasca, Maixabel podía haber sido incluida en el palmarés de la competición oficial.
¿Por qué hay que rechazar El buen patrón, de Fernando León de Aranoa? Está claro que la interpretación de Javier Bardem es de primera y no se le quiso dar ningún premio. Tal vez la película sea exagerada, aunque no hay que olvidar que se trata de una sátira, que aspira en tono mordaz a censurar y ridiculizar. La película, en todo caso, responde perfectamente a los cánones cinematográficos como arte. Bien narrada, bien dirigida, bien interpretada. Los personajes y los ambientes están muy bien delineados. Puede echarse en falta una descripción más ajustada del capitalismo contemporáneo, pero más allá de la crítica izquierdista de León de Aranoa, existe un considerable consenso en que habría que impulsar un nuevo camino hacia un capitalismo menos injusto y más igualitario. La elección del filme por la Academia del Cine para que represente a España en los Oscar ha reparado en cierto modo la relegación de la película en San Sebastián por parte del jurado.
Una cierta decepción acompañó la presentación de la obra de una de las primeras figuras con que cuenta el cine español, Alejandro Amenábar, máxime si se compara la serie La fortuna con la brillante aproximación a la Guerra Civil y a las figuras de Franco (la más notable, tal vez, hasta la fecha) y de Unamuno, que constituyó su película inmediatamente anterior, Mientras dure la guerra (2019). La primera incursión de Amenábar en el mundo de las series, tan meritoria en muchos aspectos, desmereció en comparación con las tres series que el Festival ofreció en 2020, Patria, Antidisturbios (consagración española en este campo) y We Are Who We Are, de Luca Guadagnino. Siguiendo los pasos de Spielberg, con el que está muy identificado, Amenábar intenta acercarse a un ambicioso thriller de aventuras, basado en el cómic de Paco Roca y Guillermo Corral (el diplomático que trabajó para la recuperación del tesoro del galeón español hundido a comienzos del siglo XIX en el estrecho de Gibraltar). Esta línea se confunde, no obstante, con otras derivaciones como la historia de amor entre los dos protagonistas, Álex y Lucía, la insistencia en la defensa de los intereses nacionales por parte de los funcionarios o los valores patrióticos, así como la comparación entre las culturas norteamericana y española, uno de los propósitos expresos del director. Todos estos temas podían haber seguido el tono del cómic que preside la serie. Algunas partes son muy acertadas: el arranque con la reacción española ante los actos de piratería de Atlantic, la caracterización del ministro de Cultura (Karra Elejalde) y la relación con su equipo y con Álex (el joven diplomático que Exteriores le adscribe), el mundo de la compañía pirata norteamericana que dirige Frank Wild (muy bien encarnado por Stanley Tucci), y el juicio en Estados Unidos (con el abogado norteamericano defensor de los intereses españoles que interpreta Clarke Peters). Es interesante, además, cómo la serie se entreabre al mundo de los grandes secretos internacionales encubiertos (a través de la figura que encarna Blanca Portillo). En definitiva, son múltiples los aciertos de La fortuna, aunque el resultado no sea el óptimo.
Las leyes de la frontera (Daniel Monzón) se presentó fuera de concurso en la gala de clausura. Está basada en la novela de Javier Cercas, que evoca la España de los 70 (nuevamente la Transición, que el escritor ya trató directamente en el plano político en la obra Anatomía de un instante, publicado en el año 2009). El director se acerca al cine quinqui, el cual ya abordaron José Antonio de la Loma, Eloy de la Iglesia o Carlos Saura en Deprisa, deprisa (1981). La película se fija en El Zarco, quien fuera el delincuente más conocido de esa época. El tratamiento de Monzón es distinto al de los directores antes citados, dado que la sobriedad domina, a pesar del tema y de la violencia que se ve reflejada en la pantalla. Hay un claro propósito de desmitificación y neutralidad. La frontera, ambientada en Gerona, es la gran fractura que existe entre la clase media catalana, a la que pertenece el Gafitas (que al ser rechazado por sus compañeros de colegio se une a la banda del Zarco), y los quinquis, gitanos y charnegos, que proceden de unos barrios de pobreza y miseria extremas. La Transición recibe también una parte de crítica (en el trato que la policía da al Gafitas, exonerado de responsabilidad y convertido posteriormente en un abogado de éxito). A pesar de toda la maestría de Monzón, que ya se puso de manifiesto en Celda 211 (2009) y El Niño (2014), y de los buenos intérpretes con que cuenta, Las leyes de la frontera carece de la intensidad que podía haber requerido el tema y que está reñida con la sobriedad y el distanciamiento que se quiso imponer al filme.
La sección Made in Spain ofreció los dos grandes éxitos del Festival de Málaga, dos propuestas de cine vanguardista: Destello bravío y El ventre del mar. La primera es el notable debut cinematográfico de Ainhoa Rodríguez, de una belleza formal fuera de lo común y dotada de una gran originalidad. Bebiendo de influencias nacionales como Buñuel o Cuerda, o internacionales como David Lynch, la película muestra un pequeño pueblo de Extremadura condenado a la desaparición y que ofrece todos los ingredientes de la España vacía: despoblamiento, envejecimiento, soledad, exacerbación religiosa, jerarquías de clase, violencia, crueldad…. Ainhoa Rodríguez renuncia a una descripción realista y sigue un camino surrealista, combinado con un profundo humor negro. Superpone, sin importarle el orden, historias que pueden ser desgarradoras (como la escabrosa escena con una joven prostituta), abiertamente irreales (como el baile desenfrenado y sexual de las señoras del pueblo, intoxicadas por los dulces que han estado tomando) o incluso esotéricas(la escena final, con el cuervo en medio del salón del cortijo). El filme se centra en las mujeres, víctimas de la opresión machista, de la rutina y de la represión religiosa.
Y, por otro lado, El ventre del mar, Biznaga de Oro en el pasado Festival de Málaga, además de otros cinco premios más. Con un presupuesto muy limitado, Agustí Villaronga consigue una excelente película que se acerca a lo mejor de su producción, como Pa negre (2010). Ventajas, tal vez, de las dificultades a las que tiene que enfrentarse. La cinta, rodada fundamentalmente en interiores, combina teatro (su puesta en escena), pintura (el óleo sobre lienzo La balsa de la Medusa, de Géricault), literatura (voz en off de un bellísimo texto basado en un capítulo de la novela Océano mar de Alessandro Baricco), y fotografía (imágenes de naufragios contemporáneos de emigrantes, cedidas por Francesco Zizola). El vientre del mar se basa en la tragedia que vivió una balsa en 1816, abandonada en el mar tras el embarrancamiento de la fragata Alliance frente a las costas de Senegal. Una precaria embarcación en la que se hacinaron 147 personas, de las que solo sobrevivieron unos pocos. La balsa se vio envuelta por la más dramática lucha por la supervivencia, con terribles momentos de crueldad, locura y canibalismo. Aunque las imágenes contemporáneas recuerdan que este tipo de tragedias siguen estando presentes hoy en día, la película se centra, sobre todo, en una profunda reflexión sobre la condición humana, enfrentada a una situación límite en donde la muerte es inevitable. El oficial Savigny cree en una lucha salvaje por la supervivencia y el marinero Thomas opta, en cambio, por el amor y la solidaridad. En la parte final del filme, los dos personajes parecen acercarse, al descubrir Savigny, en un arranque místico, la grandeza del mar, que aparece como una divinidad eterna frente a las limitaciones de los hombres. Gran fotografía de Josep M. Civit y Blai Tomàs, e interpretaciones espléndidas y escenas muy brillantes que reflejan poderosamente al ser humano ante la presencia de la muerte (un elemento central en el cine del director mallorquín), además de su tendencia a la crueldad y el mal, pero también, hacia la piedad, la bondad y su apertura al misticismo.
En la Sección Oficial, aunque fuera de concurso, se presentó La hija, de Manuel Martín Cuenca. Se trata de la realización más conseguida hasta la fecha de su director, acompañada por un guion sobresaliente de Alejandro Hernández y él mismo, de una justeza, precisión y sobriedad admirables. Thriller que va tomando forma a medida que transcurre una historia, al principio teñida de trasfondos inquietantes pero que va inevitablemente desembocando en una tragedia sangrienta. La película se centra en tres personajes: un educador de un centro de menores (Javier Gutiérrez), su esposa frustrada por su infertilidad (Patricia López Arnaiz) y una adolescente embarazada de 14 años (la debutante Irene Virgüez). Como siempre en la filmografía de Martín Cuenca, hay un intento de ofrecer unos personajes que combinan aspectos muy humanos y bondadosos con otros más sombríos y tenebrosos, que se relacionan con un fondo violento y primitivo. Este aspecto se conecta con un cuarto personaje de la película, que es la Naturaleza agreste de la sierra del Segura, en donde se encuentra el hogar de la pareja protagonista, una casa de aspecto carcelario en lo alto del monte y al lado de un acantilado. Dos perros salvajes completan este cuadro un tanto vampírico en que se desarrolla la acción. El educador del centro de menores, que trata de recuperar el amor y la felicidad de su esposa (una enfermera desquiciada por la frustración de no poder ser madre), ofrece a una menor de 14 años de su centro, embarazada de tres meses, recogerla en su casa, cuidarla durante el embarazo y una vez que el bebé haya nacido, proporcionarle toda la ayuda económica y de otro tipo que necesite. Eso sí, a cambio de que les ceda el bebé. El pacto que parece muy honesto en un primer momento, se va complicando a causa de unos incidentes que acercan a la policía y del propio desarrollo del embarazo, que aumenta tanto la reafirmación de la maternidad de la adolescente como las ansias de maternidad de la esposa. La pareja está dispuesta al final a pagar cualquier precio para que su plan salga adelante. El problema principal de La hija es la continua oscilación entre una película de género, de horror (como se confirmará plenamente al final), y un cine que estudie los movimientos y reacciones de unos personajes contradictorios enfrentados al gran tema de la maternidad. ¿Locos, como piensa la joven (aunque distinga entre el educador y su mujer, víctima de una depresión) o normales, con la inevitable tentación de caer en manos de sus pasiones, en este caso, la frustración ante una maternidad que se les ha escapado? El lugar en el que vive la pareja y el plan urdido por el educador desde el primer momento van marcando una línea que va presagiando la tragedia e inclinando el filme a un thriller de terror.
En conclusión: el Zinemaldia 69 acogió cine español muy satisfactorio que a su calidad une la capacidad de atraer a un público en un momento de gran incertidumbre para las salas de cine. Lástima que el jurado se moviera en otras dimensiones.