La mujer invisible
Tiempos difíciles (Hard Times), Grandes esperanzas (Great Expectations), Oliver Twist, Un cuento de navidad (A Christmas Carol)… Se puede decir que todo el mundo, de alguna forma u otra, ha tenido alguna vez un acercamiento a la obra del que es a día de hoy uno de los escritores más venerados de la historia de la literatura, Charles Dickens. Ya sea a través de las páginas de alguna de sus magníficas novelas o a través de las imágenes de las numerosas adaptaciones cinematográficas a las que éstas se han visto sometidas con el paso de los años, quien más y quien menos ha disfrutado del ingenio de una de las mentes más destacadas del mundo de las letras. Y es que si algo caracteriza a Charles Dickens como escritor, aparte de su inigualable estilo, es el haber gozado desde siempre de una popularidad asombrosamente amplia entre los lectores. Ya desde la misma época Victoriana el autor disfrutó de las mieles del éxito, pues las hordas de seguidores lo encumbraron en una de esas raras ocasiones como genio y profeta en su tierra mientras el autor aún vivía.
La genialidad de Dickens no sólo asombró al círculo de los escritores, eruditos y los críticos del momento, sino que, por diversos factores, llegó al corazón de los sectores más humildes de su país, estableciéndose desde entonces una especie de conexión moral y espiritual entre los desheredados de la humanidad y el propio Dickens. Quizás una de las características que propició este hermanamiento literario con el lado más popular de los lectores fue que Dickens siempre tuvo una especial sensibilidad a la hora de representar en sus novelas las desigualdades e injusticias de los tiempos que le tocó vivir. En otras palabras, si por algo destacó el genio británico fue por tener la virtud de plasmar en sus páginas las miserias a las que la clase trabajadora se veía abocada en la Inglaterra del siglo XIX, haciendo de la crítica social un vehículo narrativo poderoso que denunciaba por otra parte la avaricia y las miserias de las clases más poderosas y pudientes. Es por ello que Dickens siempre tuvo una especie de aura de escritor de pulcra moral, siendo concebido gracias a los ya eternos valores de sus obras como una especie de figura intachable en cuanto a su figura personal se refiere. Concepción que si bien no está carente de algo de lógica, resulta algo inocente, pues a veces olvidamos que el hombre que firma una obra literaria puede ser un ente totalmente distinta a la que conforma su universo de personajes.
Todo esto lo menciono porque considero que estos factores son esenciales a la hora de valorar la última película de Ralph Fiennes La mujer invisible (The Invisible Woman, 2013). El peso que supone la fama en vida y la engañosa concepción del autor como una intachable figura de cara a la galería son dos de los pilares principales que sostienen la propuesta del reconocido actor, haciendo de la cinta una especie de retrato intimista inquietante que posee la capacidad de desvelarnos las sombras más ocultas y el lado más desconocido y oscuro del novelista británico.
El título de la película de Ralph Fiennes, La mujer invisible, hace referencia a uno de los secretos (o quizás habría de decir leyenda, porque la historia nunca se terminó de confirmar a través de ninguna fuente fiable) mejor guardados, o al menos, una de las historias menos conocidas sobre la vida del autor inglés. Basada en la novela de Claire Tomalin, la última obra de Fiennes se centra en el affaire secreto que Charles Dickens mantuvo durante años con una muchacha bastante más joven que él, Ellen Ternan. En plena mitad del siglo XIX, Charles Dickens está casado y goza de la fama y el éxito que su obra le reporta, sin embargo, y a pesar de ser padre de diez hijos, su matrimonio con Catherine Thompson le resulta poco menos que una cárcel donde espíritu y mente no pueden volar por falta de inspiración; la apatía física e intelectual que su esposa le evoca lo llevará hacia unas tierras demasiado oscuras para los ojos de la sociedad Victoriana. La relación extramatrimonial con Ellen Ternan (Nelly) será la vía de escape del escritor, el único reducto que este encontrará para dar vía libre a sus pasiones más desatadas y su amor más contenido. Así pues, La mujer invisible es una historia de amor en la sombra, la historia de un secreto a voces que siempre se supo pero nadie quiso admitir que vio, la historia de una relación que se fraguó en la trastienda de la figura del autor y las reglas morales y religiosas de la sociedad Victoriana. Un retrato que parte del genio de las letras para extenderse a toda una época y un contexto en sí mismo. Y es que La mujer invisible tiene muchas más pinceladas de las que parece. Si nos la tomamos como un simple biopic no haremos justicia a lo que realmente hay detrás de la obra, es a través de la observación detenida de su contexto cuando la obra sube algunos enteros y gana en capas de contenido.
En dicho contexto subyacen temas secundarios que de por sí solos tienen suficiente carga de interés para valerse por sí solos. El papel de la mujer en la sociedad Victoriana de la Inglaterra del siglo XIX, el concepto de matrimonio en una sociedad patriarcal, religiosa y dominante, el tabú del divorcio, y otras cuestiones que de algún modo aún perviven en nuestra sociedad, ayudan a dar matices a esta historia de “amor invisible”.
No sólo seremos testigos de la decadente relación entre Dickens y su esposa, no sólo veremos el apasionado affaire de éste con Nelly, veremos además unos personajes atados a las convenciones sociales que intentan parecer modélicos a ojos del vecino. Unos personajes que atados a los dogmas morales, anteponen una impostada fachada que oculte sus sombras y trapos sucios. En definitiva, una vez entremos de la mano de Ralph Fiennes en la trastienda de todo, conoceremos las facetas más oscuras de la vida de Dickens, haciendo que a más de uno, de camino, se le caiga el mito por los suelos, pues la figura del autor inglés no sale precisamente bien parada en esta ocasión si se la somete a un juicio riguroso, contrastando con la imagen que tenemos preconcebida de éste.
Si algo choca y tiene protagonismo en esta cinta es la representación del propio autor. Aquí se nos pinta como un hombre capaz de ejercer el dominio emocional más cruel o la frialdad más absoluta sobre las mujeres que le rodean. Encantador de puertas afuera, el Dickens que se nos retrata en la producción de Ralph Fiennes es capaz de caer en situaciones de cierta bajeza por culpa de sus pasiones, siendo capaz de humillar sin remordimientos (y a veces sin consciencia) a la propia madre de sus hijos o incluso la amada que vive mendigando su amor en la sombra. Es sin duda el personaje de Dickens el que se lleva la mayor parte del interés del espectador, gracias en gran parte a la interpretación del propio Fiennes, quien está sorprendentemente carismático y vivaz encarnando al escritor británico. Su actuación y las aristas del personaje al que interpreta son sin duda uno de los mayores atractivos de La mujer invisible, aunque sin duda estos no son los únicos a destacar en la producción.
Sin querer apartar aún la mirada del plantel de actores del que hace gala la producción, cabe señalar el gran trabajo de la joven Felicity Jones (a la que pudimos ver en The Amazing Spiderman 2: El poder de Electro, 2014), la cual interpreta a con una candidez y una inocencia inusual el personaje de Nelly y llega a darle los matices de madurez necesario cuando la trama lo requiere. Igualmente, no podemos dejar de mencionar la interpretación de Joanna Scanlan, actriz que interpreta a la esposa de Dickens con un trabajo que es todo un ejemplo de contención y discreción, precisamente los matices que su malogrado personaje requería.
Dejando aparte la parte interpretativa, que es sin duda el apartado más destacable de la película en cuestión, cabe decir que la producción cuenta con un apartado técnico destacable, ya que, desde su cuidada fotografía hasta su diseño de producción están cuidados con el mimo y la profesionalidad que la BBC acostumbra a hacer gala. Es muy difícil toparse con una película de esta productora que peque de estar poco cuidada, y en esta ocasión, el nivel estético es otra de las bazas a tener en cuenta a la hora de señalar virtudes.
En el lado negativo hay que decir que, a pesar del interés que pueda despertar la historia, la narración y el ritmo arrastrado del que ésta adolece no ayudan en demasía al disfrute del espectador, siendo sin duda esto el talón de Aquiles de la cinta. Quizás por puro mimetismo con el contexto y situación de la historia, el ritmo narrativo se antoja demasiado flemático como para que nos mantenga permanentemente atentos, por lo que más de una vez nos quedaremos con la sensación de que no nos importa todo lo que se nos cuenta y que por otra parte, tampoco se nos cuenta bien del todo lo que sí vemos en pantalla. En otras palabras, su principal escollo se encuentra en el guión adaptado y el aletargado montaje del director que ya nos ofreciese en 2011 Coriolanus, un guión al que parecen faltarle ciertos hilos para alcanzar un nivel más notable y un ritmo al que se le echa en falta algo de fogosidad . Así pues, lo que supone una interesante propuesta termina cayendo con demasiada frecuencia en una inquietante secuencia de idas y venidas de nuestra mirada al reloj, por lo que no podemos decir que estemos ante una película que apasione, a pesar de que funciona dentro de sus aspiraciones y resulta un producto decente dentro de los géneros en los que se engloba.
Por tanto, podemos decir que La mujer invisible es una película de contrastes; de luces y sombras. Luces y sombras de una de las figuras literarias más destacadas de la historia. Luces y sombras de la sociedad que lo vio vivir. Luces y sombras de las mujeres que amaron a Dickens sin condición, y luces y sombras de la misma obra de Fiennes en general.
La mujer invisible no es una obra maestra, ni siquiera una película notable. Su deliberada contención y su ritmo sigiloso contrastan con el apasionado trasfondo que ofrece y nos deja un sentimiento algo incómodo como de que todo podría haber sido mejor con algo más de chispa. No estamos tampoco ante una obra que nos confirme a Ralph Fiennes como un gran director, aún le quedan muchos aspectos que perfilar de su faceta como realizador. Lo que sí es seguro es que estamos ante una de las propuestas más dignas de la cartelera para esta semana, una mirada distinta sobre Charles Dickens. Un ejercicio de formalidad algo encorsetado en su propio academicismo que si bien no se revela como una de esas cintas que pasará a la historia del cine, nos recuerda que Fiennes, si bien aún no es el buen director que todo el mundo podría esperar, es (para el asombro de más de uno) un pedazo de actor como la copa de un pino.
Calificación: 6/10.
Título original: The Invisible Woman
Año: 2013
Duración: 111 min.
País: Estados Unidos
Director: Ralph Fiennes
Guión: Abi Morgan (Novela: Claire Tomalin)
Música: Ilan Eshkeri
Fotografía: Rob Hardy
Reparto: Ralph Fiennes, Felicity Jones, Michelle Fairley, Kristin Scott Thomas, Tom Hollander, Perdita Weeks, Tom Burke
Productora: BBC Films / Headline Pictures / Magnolia Mae Films