La fosa
Los que por curiosidad lean la sinopsis de La fosa (de título original La fossa, Pere Vilà i Barceló, 2014) verán que la última propuesta del realizador y guionista catalán nos habla de los fantasmas de un pasado tormentoso que parece que nunca se acaba de enterrar; el de la guerra civil española y los traumas posteriores que generó. En esta ocasión, la ya recurrente temática se aborda desde la perspectiva centrada en lo personal e intimista, en concreto, desde el prisma de su personaje principal, Josep, un hombre ya anciano que, tras escuchar en la radio la noticia del hallazgo de una fosa común en el que fuera escenario de La batalla del Ebro, decide fugarse del geriátrico donde vive para visitar el lugar.
El viaje de Josep será todo lo difícil que puede resultarle a un anciano con movilidad reducida el desplazarse por caminos agrestes y confusos. Ni sus facultades físicas, ni sus facultades mentales facilitarán el trayecto del prófugo. Por supuesto, tampoco ayudará el hecho de verse acompañado a cada paso por los dolorosos recuerdos que la noticia ha despertado de nuevo, haciendo que se reabran las heridas que ya parecían cerradas. Un exilio político forzoso, una vida interrumpida por la guerra, un eterno paréntesis durante los años de la posguerra, un reintento de recuperar un amor roto por los conflictos ideológicos de un país que ha mirado al vecino demasiados años como a un enemigo… Muchas de las víctimas de nuestra guerra civil ya están bajo tierra, descansando en su sepulcro o en fosas perdidas en algún lugar de nuestro mapa, sin embargo, el pasado parece empeñado en resurgir de sus propias cenizas para martirizar a los que aún pueden contarlo. Josep es el ejemplo de ello y La fosa el testimonio en forma de relato personal y alegato cinematográfico.
Hasta aquí ningún problema aparente, el dilema puede aparecer cuando se afronte la película sin una información mínima previa, ya que estamos ante una de esas películas que parece que confunden la narrativa hiperrealista y mínima con hacer cine dándole la espalda al espectador. Y es que la última película de Pere Vilá y Barceló parece un ejercicio cinematográfico concebido de puertas hacia adentro, una obra audiovisual reacia a contarnos explícitamente lo que ocurre en el universo que propone y que en definitiva se antoja dirigida por y para el propio autor.
Me atrevo a decir que cintas como ésta son las que dan mala fama al cine de autor y terminan convirtiéndolo en objeto de parodia y absurdos prejuicios. Cuando el minimalismo argumental y el tono sobreobjetivo y desdramatizado se confunde con la negativa gratuita a contar lo que está ocurriendo en la historia que propones, tu obra se convierte en un fracaso audiovisual, al menos en su dimensión puramente comunicativa. Aquí no hay justificación aparente para que se opte por tal decisión de girarle la espalda al espectador. No busquen metáforas, no busquen ese tipo de cine donde los gestos compensan (o complementan) el silencio. Aquí la falta de diálogo y el escaso desarrollo se convierte en un ejercicio de autocomplacencia. Las largas tomas y los planos sostenidos se transforman en algo sistemático, por lo que pierden todo el significado por puro capricho formal. En definitiva, todo es demasiado consciente e incluso snob como para no terminar ofuscando al espectador.
Y es que ya basta de que nos tomen por espectadores sin criterio. Más allá de que todo arte esté sujeto a tantas lecturas como miradas puede recibir, más allá de la libertad absoluta creativa y de las difusas fronteras aceptadas de lo formal y lo estético, está la concepción del arte en sí mismo, el cual no puede puede entenderse si no es como un ejercicio puramente expresivo, ya sea para aliviar nuestra propia necesidad o para comunicársela a los demás. Entiendo ambas posturas, pero también intuyo que aquí el autor está más pendiente de dárselas de inteligente e interesante que de otra cosa.
La Fosa se asemeja demasiado a una de esas historias que en el fondo sólo conoce al detalle quien la cuenta y si acaso alguna persona más que también la ha vivido. Aquí ni se nos quiere narrar abiertamente, ni se lo plantean siquiera. Si acaso nos dejan entrever los hilos de la historia mirando por la mirilla de una puerta que nos deja al otro lado de lo poco que ocurre. Para colmo, cuando se deciden a abrirla y la película nos cuenta en su tramo central el frustrado reencuentro de Josep con su expareja, todo se vuelve inverosímil y excesivamente irreal, por lo que no sabemos si es peor el remedio que la enfermedad.
Parece que el director catalán se ha dejado llevar por su propia indulgencia y no ha tenido reparos en entregarnos una especie de sucedáneo mal entendido del cine de Gus van Sant. Entre la pompa estilística y el tono tacaño, al espectador no le queda otra que sentirse un estúpido al igual que cuando no le invitan a una fiesta. Imposible que no se terminen preguntando qué coño hacen en la butaca de un cine viendo una película que parece concebida para el disfrute de pocos más que sus propios autores. El vergonzoso tramo final de la misma sólo es la puntilla final para un estropicio audiovisual del que no se salva ni el bueno de Lluís Homar, ni el puntualmente vistoso, pero igualmente gratuito uso del blanco y negro de sus fotogramas.
La próxima vez deja la puerta al menos entreabierta, o nadie va a dignarse a pagar por tu cine, Pere. Sólo hay que ver la (casi) unánime horrible acogida que tu obra ha tenido en festivales como el Festival de Cine Europeo de Sevilla. O casi todo el mundo es tonto y no sabemos valorar como es debido a La fosa, o te has pasado de vueltas y te has olvidado de que al otro lado de la pantalla iba a haber gente esperando a que le contases algo más de lo único y personal que puede llegar a ser tu cine.
Una verdadera lástima eso de salir de la sala con la sensación de haber perdido el tiempo.
Calificación: 1/10
Año: 2014
Duración: 90 min.
País: España
Director: Pere Vilà i Barceló
Guion: Pere Vilà i Barcelò, Laura Merino
Música: —
Fotografía: Jose Luís Bernal
Reparto: Lluís Homar, Emma Vilarasau, Àlex Monner
Productora: Manium Produccions / DDM Visual / Televisió de Girona