La chica del 14 de julio

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Si definiéramos la palabra revolución como un cambio o transformación radical y profunda, a bote pronto, se nos ocurren muchos casos con los que ejemplificar el término. Ya pensemos en revoluciones científicas o tecnológicas, sociales o culturales, los casos a tener en cuenta son innumerables. De hecho, a medida que avanza la historia, las pequeñas y grandes revoluciones se dan cada vez con más frecuencia, cambios que, además, suelen ir estrechamente cogidos de la mano en sus respectivas disciplinas o campos.

Para que una revolución ocurra debe darse una problemática anterior que resolver, algo que se quiera cambiar. Digamos que se podría ver como un fenómeno de acción/reacción en el que las consecuencias además de ser radicales y profundamente renovadoras, suelen derivar en una resultado totalmente antepuesto comparado al Status Quo anterior.

Vayamos apeándonos de la abstracción. La Revolución Industrial, el avance de la informática y las nuevas tecnologías, La Revolución Francesa, el propio descubrimiento del fuego… Como vemos, un hecho puntual puede derivar en un cambio que afectará para siempre al devenir de nuestra historia. Por supuesto, en el arte dicho concepto aparece infinidad de veces a lo largo de nuestros siglos, derivando en una gran variedad de movimientos artísticos que contraponen radicalmente su punto de vista sobre el proceso y la finalidad del propio universo creativo.

En el cine, a pesar de su corta historia como arte, ya podemos contar varias revoluciones de más o menos calado. La aplicación del montaje cinematográfico o el sonido marcan un antes y un después en la historia de la gran pantalla, igualmente, las nuevas tecnologías digitales dieron pié a que el mundo de los efectos especiales marcasen de una forma capital el tono y tema de gran parte de nuestro cine actual; pero no sólo han sido de tipo técnico dichos cambios, a lo largo de las décadas en la que el cine se fue consolidando como un entretenimiento de masas fueron apareciendo diferentes movimientos que, concebidos como una reacción ante los dogmas formales, argumentales o incluso estéticos, trataban de proponer sus propias alternativas. Entre dichas rupturas con lo convencional podemos citar el Neorrealismo italiano, el Cine Dogma originario de los países nórdicos, o la Nouvelle Vague francesa, movimiento cinematográfico con el que la primera película de Antonin Peretjatko tiene muchísimo que ver.

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La Nouvelle Vague, o lo que en nuestro idioma viene a traducirse como La Nueva ola, fue un movimiento cinematográfico que surgió aproximadamente cuando la década de los 50 agonizaba en Francia (Por supuesto, hablamos concretamente de el caso francés y omitimos por razones de espacio otros casos similares en el resto de Europa). El término se utilizó para englobar a un grupo de nuevos directores de cine que reaccionaron contundentemente contra las normas que en la industria se tomaban por dogmas intocables, proponiendo por su parte nuevas formas tanto en la manera de hacer cine como en el fin de sus mismas temáticas. La renovadora actitud de este grupo entre los que se encontraban François Truffaut, Jean-Luc Godard, Éric Rohmer o Claude Chabrol, no sólo implicaba al campo del cine en sí mismo, sino que bebía y utilizaba conceptos igualmente revolucionarios tomados de otras disciplinas tan distintas como por ejemplo la política, la filosofía o la literatura. A nadie se le escapa que, fuera de sus aspectos puramente de autor (pues las películas de este movimiento se caracterizaban por tener una implicación muy marcada del lado más personal de cada realizador), el cine de la Nouvelle Vague presentaba desde sus inicios una evidente tendencia a retratar y exponer diferentes problemáticas sociales que por aquel entonces asaltaban a sus compatriotas y a los cineastas mismos. En otras palabras, podemos considerar la Nouvelle Vague como un movimiento que reaccionó contra los estándares del cine más comerciales y convencionales para proponer una mirada más comprometida con lo personal y lo social. Como resultado, surgieron un buen puñado de películas que hacían de su esencia arrolladoramente fresca, rabiosa, e individual su particular punta de lanza. A partir de entonces el Séptimo Arte se sacudió desde sus cimientos para aunar entre sus puntos de vista un tipo de cine que por sus propias aspiraciones se erigía como una respuesta firme que armonizaba la intelectualidad con el espíritu de progreso.

De aquellos padres de la revolución, de los cuales alguno sigue activo, quedaron algunos discípulos que mantuvieron el legado con la misma firmeza de sus antecesores. Y es ahora cuando entra en escena Peretjatko con su película, La chica del 14 de Julio (La fille du 14 juillet), no se sabe muy bien si para homenajear a estos revolucionarios, para destruir su doctrina a base de someterla a una buena dosis de Dadaísmo, o simplemente para hacer un poco ambas cosas a la vez.

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La chica del 14 de julio es una película que, si la juzgásemos exclusivamente por su forma, podría pasar por una cinta del propio Godard. Son numerosos los elementos que nos remiten a obras de realizadores como él. Desde el montaje dinámico y rabioso al espíritu vivaz de sus escenas, pasando por elementos concretos que parecen ya marca de la casa: momentos en los que se rompe la cuarta pared que hay entre la ficción y el público, despreocupación por el rigor del Racord, un uso poético y algo pedante de la voz en off, una banda sonora de llena de jazz y piezas clásicas y un largo etcétera que cada espectador, si bien no lo sabe ya de antemano, podrá descubrir por sí mismo con su visionado.

Pero no, esto no es una película de Godard, más bien todo lo contrario. O bueno… más bien todo lo mismo pero pasado por el filtro de lo absurdo. Como ya hemos dicho, al final de la película no le queda a uno muy claro si Antonin Peretjatko ha querido homenajear a la Nouvelle Vague regalándole al movimiento una película de un género que casi éste dejo de lado, la comedia; o si más bien sus pretensiones se acercan más a la intención de pasarse todas las ínfulas intelectuales de aquellos cineastas “por el arco del triunfo”. Y es que La chica del 14 de Julio es de todo menos una película convencional. Es la revolución contra la revolución, es un ejercicio casi iconoclasta que mezcla sin ningún miedo al ridículo los patrones de aquel cine renovador con el humor más delirante. Imagínense que metemos en la misma receta las pelis de Godard y las de David Zucker (responsable de la saga Agárralo como puedas) y encima aderezamos el mismo plato con el humor de los Monty Python, o sin ir más lejos, de los marcianos patrios de Muchachada Nui. Ese humor autoconsciente de su rareza, plagado de referencias culturales y orgulloso de su inconexión, podría casar en principio con la ya mencionada intelectualidad de los autores de la Nouvelle Vague. ¿Por qué no darle una vuelta de tuerca radical a ese tipo de cine renovador y comprometido transformándolo en una comedia pasadísima de rosca que para colmo tenga el valor de permitirse cierta denuncia social?. En principio suena bien, es más, ojalá hubiera tenido semejante idea un director más capaz de alumbrar una buena obra, porque por desgracia, lo que es un genial concepto, en manos de Peretjatko, se queda en un proyecto tan valiente como fallido. Demasiado lejos de las glorias a las que ésta misma nos remite.

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Lo que se presupone una fresca y estrambótica comedia termina hundiéndose en sus propios lodos. Y es que una propuesta tan frenética y alocada como ésta que nos ocupa es difícil que se mantenga en pié durante casi hora y media. Lo que comienza como una trivial aventura de unos jóvenes que se embarcan juntos en un viaje a la playa con el propósito de pasárselo bien y de camino pillar cacho, acaba siendo una inconexa tortura en la que el cerebro del espectador dice “basta” por el bien de su propia salud. Si bien hay escenas que aisladas entre tanto caos funcionan por sí solas, el conjunto se hace tan delirante que el cansancio termina siendo una consecuencia inevitable por parte de quien la ve. La chica del 14 de Julio tiene una voluntad valiente, no se le puede negar, a pesar de su poco miedo al rechazo y de permitirse, como ya hemos señalado, hacer una crítica social y política a muchos de los temas que preocupan a la Francia de la crisis económica actual, su propia inconexión argumental y su voluntad rompedora acaba con cualquier posibilidad de que disfrutemos de ella. Lo que se intuye una especie de Road Movie que irónicamente auna las ganas de vivir con la denuncia del “No Future” de nuestras generaciones más jóvenes se pierde entre las brumas de su singularísimo sentido del humor. Y es que estamos ante una de esas películas que parece que no se preocupa en absoluto de gustarte o no. Se permite todas las licencias que haga falta sin tener en cuenta a nadie (por ejemplo la de haberse rodado a una velocidad de fotogramas por segundo que no es la convencional para las películas de hoy día sino de las del cine mudo). Es por ello que las reacciones que acaparará van a ser igualmente de opuestas que cuando se expone en un museo un orinal con el nombre de Marcel Duchamp inscrito a su lado. ¿Es eso arte?, preguntarán algunos; la respuesta queda bajo la consideración de cada individuo. Lo que sí queda claro es que estamos ante otra revolución, ante otro golpetazo en la mesa, o visto de otra forma, ante una sonora carcajada socarrona. Si dicha revolución ha surgido para dar forma a algo completamente nuevo o simplemente para destruir los esquemas que ya había impuestos es otro tema distinto que también da mucho de sí.

¿De quién y de qué se ríe Peretjatko?. Caben muchas interpretaciones. Dentro de tanto caos deliberado, dilucido que me he quedado enamorado un poco, ya para varios días, de Vimala Pons; confirmo además que estos franceses están un poco locos y que no me extraña que Francia haya sido la patria de tantas revoluciones artísticas y culturales. Por otra parte, me queda claro que, con esta crisis y con tanto capitalismo salvaje, como nos despistemos, nos hacen como en el argumento de esta película y de repente nos vamos vemos obligados a hacer como los protagonistas de esta peli: viviendo el verano a toda prisa porque los políticos nos suprimen por decreto el mes de agosto para que así trabajemos más y levantemos el país. Todo puede ser. Al menos en el mundo inconexo de Antonin Peretjatko. Al menos en estos tiempos locos y surrealistas. ¿Sirvieron para algo nuestras revoluciones?. Me quedo con la sensación de que algo no ha terminado de funcionar. Habrá que pensar en algo nuevo.

Calificación: 3/10.

 
 

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Título original: La fille du 14 juillet

Año: 2013

Duración: 88 min.

País: Francia

Director: Antonin Peretjatko

Guión: Antonin Peretjatko

Música: Thomas De Pourquery, Julien Roig

Fotografía: Simon Roca

Reparto: Vimala Pons, Vincent Macaigne, Marie-Lorna Vaconsin, Grégoire Tachnakian, Thomas Schmitt, Philippe Gouin, Pierre Merejkowsky, Claude Sanchez, Thomas Ruat, Thomas Vernant, Albert Delpy, Bruno Podalydès

Productora: Ecce Films

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