Jimmy’s Hall
Vuelve Ken Loach, vuelve su cine bañado en temática política y trasfondo social. Los que ya conocemos al director británico sabemos de antemano a lo que nos vamos a enfrentar cuando vamos a ver alguna de sus películas. Sería una tontería, después de una carrera tan dilatada como la suya que nos pillara por sorpresa alguna de sus obras, al menos no es el caso de Jimmy’s Hall, un drama político basado en hechos reales que gira en torno a la figura del histórico líder y activista irlandés, James Gralton, el cual pasó a la historia entre otras cosas por haber sido el único deportado por la República de Irlanda.
Siempre comprometido con las causas sociales, el cine de Ken Loach se ha caracterizado por presentar sin ningún tipo de tapujos una postura ideológica defensora de los valores socialistas e incluso comunistas, como es el caso de la cinta que nos ocupa. Es por ello que sus obras frecuentemente suelen ir acompañadas de apasionadas críticas en su contra, las más habituales señalando el supuesto espíritu manipulador y panfletario que suelen dan a entender. No vamos a entrar en polémicas, pero está claro que tanto defender ciegamente esta postura como arremeter en su contra es tiempo perdido, ya que cuando el arte se concibe como elemento propagandístico, o al menos como vehículo de denuncia es lógico que éste tenga que adoptar un ideario en concreto, por lo que, echarle en cara que carezca de una objetividad total es, si no absurdo, una muestra del desconocimiento de la esencia del propio autor. En este apartado, Jimmy’s Hall también cumple las características que se le presuponen a una cinta de Ken Loach, pues su carga activista rezuma en su fotogramas, siempre cargados de rabia, denuncia y voluntad realista.
En ésta, su última propuesta, el contexto donde se sitúa la trama es en la Irlanda de la década de los 30. Aunque primero unos créditos iniciales confeccionados a base de imágenes de archivo y música jazz, nos recuerdan que al otro lado del océanos, en los Estados Unidos, se pasó en poco tiempo de la era de la economía imparable a la debacle económica, de Los locos años 20 al crack de la bolsa. Un fenómeno que sin duda terminaría cambiando al mundo entero tanto social como política y económicamente. Aquellos años los viviría James Gralton en tierras estadounidenses. Mientras tanto, paralelamente, Irlanda se vería sumida en una serie de violentos conflictos que derivarían en la independencia del país respecto al imperio británico y en una guerra civil. Por tanto, una vez Gralton vuelve a su tierra natal (tal y como veremos en las primeras escenas de la película), pisará una Irlanda muy distinta a la que dejó atrás hace diez años. Ahora el país dormita en una aparente calma, sus valores siguen siendo en esencia los mismos, pero yacen latentes vientos y ansias de cambio.
En ese marco de transición y conflicto subyacente la figura del conocido activista de izquierdas se vuelve clave esencial. Aquellos que recuerdan sus discursos saben que James es una persona apasionada que cree ciegamente en sus postulados políticos, la fama que acompaña a Gralton es la de ser una persona luchadora que batalla por metas sociales y trata de universalizar la vida digna entre los más desfavorecidos. Él estuvo ausente durante una década, pero su discurso no, y ahora que está de vuelta los parroquianos lo reciben como una especie de nuevo mesías capaz de traer el bien a la comunidad, un bien que se materializará en la reconstrucción de un centro social en el que poder acceder a la educación, y poder practicar artes como la danza tradicional, la poesía, la pintura, y por qué no, los bailes de jazz… Aunque claro, no todos los parroquianos verán con buenos ojos la vuelta de un personaje de tales características, pues para las altas esferas, terratenientes y representantes de la iglesia, James Gralton no es más que un agitador de masas, comunista, antisistema y anticlerical que sólo pretende adoctrinar utilizando su salón como tapadera. Éste será el conflicto principal de la nueva cinta de Ken Loach, un trabajo que sorprendentemente resulta más alegre y esperanzador de lo habitual a pesar de no perder su mordiente habitual y de no temer mojarse en cuanto a los argumentos que expone.
Con una conseguida puesta en escena y una dirección artística cuanto menos, notable, Jimmy’s Hall es una interesante película que acumula todos los ingredientes ya representativos del autor. Es cierto que sus unidimensionales personajes lastran una historia que podría haber sido más creíble otorgando a cada uno de sus protagonistas un poco más de dimensión, pues el recurso de mostrar “a los malos” sólo cometiendo fechorías y viceversa, además de tramposo, termina resultando inverosímil. Pero para compensar este aspecto ya típico en su filmografía, tenemos una historia cálida y esperanzadora de interpretaciones atractivas y de un ritmo extrañamente ágil, teniendo en cuenta que el realizador británico a veces peca de ser excesivamente denso.
Por supuesto que Jimmy´s Hall es un alegato al uso a favor de la lucha social en contra del caciquismo de las élites dominantes y por supuesto que la carga contestataria es la causa y el por qué de la cinta. Pero detrás de ella subyacen algunos elementos suficientemente interesantes por sí solos, como por ejemplo los paralelismos que sutilmente se remarcan entre algunos aspectos que guardan en común la dialéctica comunista y la de la iglesia católica, postulados que, a pesar de compartir algunas de sus metas más básicas están antepuestos filosófica e históricamente. Es como si Ken Loach nos hubiese querido transmitir que en el fondo es absurda tanta lucha infructuosa entre las diferentes clases sociales y las diferentes élites religiosas y políticas cuando supuestamente el bien hacia el prójimo es el primer mandamiento que en realidad debería primar en nuestra siempre agitada realidad. Sin duda, esta cuestión no es ni fácil de abarcar ni cómoda, sin embargo el director y su guionista, Paul Laverty, se las arreglan para reforzar el apartado puramente pragmático de la trama con estos aspectos más abstractos, sin que apenas nos demos cuenta y con una delicadeza digna de mencionar.
Como ingredientes extra, tenemos una fotografía y ambientación tremendamente conseguidas y una fenomenal banda sonora a caballo entre lo folk y el jazz, una mezcla de géneros que para nada es caprichosa, pues encaja al dedillo en un contexto lleno de contrastes entre las viejas ideas y los nuevos aires de cambio que por entonces estaban naciendo en el país y el resto del continente.
Háganme caso y denle una oportunidad a lo último de Ken Loach. Es un trabajo comprometido y sólido, pero a su vez sutil, valiente, y de un sorprendente vitalismo. No estamos ante una de las mejores películas del británico, pero sí ante una de las opciones más interesantes del cine político de los últimos meses. Así que quizás será mejor que dejemos nuestros prejuicios a un lado y nos acerquemos a Jimmy`s Hall. Los que no concuerden con su postura al menos se podrán regocijar en las buenas interpretaciones de Barry Ward y Jim Norton. No será por falta de atractivos…
Calificación: 6’5/10
Año: 2014
Duración: 106 min.
País: Rino Unido
Director: Ken Loach
Guion: Paul Laverty
Música: George Fenton
Fotografía: Robbie Ryan
Reparto: Barry Ward, Simone Kirby, Andrew Scott, Jim Norton, Brian F. O’Byrne, Francis Magee, Karl Geary
Productora: Coproducción Reino Unido-Irlanda-Francia