Gunda

En algunos territorios de Europa viven más cerdos que personas. Es el caso de Cataluña, por ejemplo. Y en toda España, aportando otro dato significativo, se sacrificaron el pasado año 2020 un total de 56,4 millones de cerdos, una cifra mucho mayor que la de 47,3 millones de personas que habitan el país. La ganadería intensiva coge fuerza y España se sitúa líder de la UE en exportaciones de carne de cerdo. A estas cifras reveladoras habría que sumarles otras que no se suelen ni recoger ni examinar: ¿cuántas personas han visto en su vida un cerdo?, ¿cuántas de ellas han interactuado con un porcino mientras vivía y no solo en un plato? Es difícil alcanzar niveles de empatía con seres sintientes (en este caso un mamífero, al igual que nuestra especie humana) si no se ha tenido jamás contacto con ellos y cuando culturalmente se nos educa con el supuesto axioma de que el único vínculo que tenemos con estos es para consumirlos y utilizarlos según nuestro antojo y capricho.
El reputado y brillante cineasta ruso Viktor Kossakovsky, uno de los mejores directores europeos vivos, pretende acabar con el desconocimiento y vacío emocional de los humanos con respectos a otros animales. Y así, con su nueva obra, Gunda, acerca al espectador la vida recluida de una cerda y sus crías. Para ello ha creado un hipnótico filme en precioso blanco y negro, sin diálogos, sin música ni voz en off, con la ausencia de cualquier presencia humana y en apenas un único escenario. Un prodigio visual y sonoro. 90 minutos de placer estético, pero también de reflexión y dolor. La película comienza con el nacimiento de los hijos de Gunda y concluye con el peor horror imaginado. Un desenlace que da sentido a toda la obra y que Kossakovsky filma con maestría. Un fuera de campo sutil y certero y no por ello menos doloroso, demoledor, demostrando que a veces menos es más. Lejos de la truculencia de otros documentales y/o reportajes televisivos que denuncian la crueldad animal con explícitas imágenes de violencia y sadismo (en muchas ocasiones documentos también necesarios de ser mostrados), aquí Kossakovsky opta por una experiencia inmersiva y arrolladoramente bella, como ya hiciera en sus anteriores trabajos.

Decía el director ruso en una entrevista realizada hace un par de años que su deber como cineasta es hacer llorar al espectador al mostrar belleza en las imágenes. Un mandato logrado que recorre su notable filmografía. En Gunda lo vuelve a conseguir, y en esta ocasión con prácticamente un solo escenario, a diferencia de otros imprescindibles títulos suyos como ¡Vivan las antípodas! (2011) o Aquarela (2018), donde los cambios de espacios y entornos son recurrentes. Kossakovsky sitúa ahora la cámara en buena parte del metraje bien a ras de suelo o bien a la altura de los animales que filma: ya sean Gunda y sus crías o los pollos y vacas que también aparecen en el filme. El objetivo es captar pequeños momentos de sus vidas diarias, poéticos instantes en el que se muestran jugando, corriendo, amamantando, comiendo, bebiendo del agua de lluvia o inspeccionando el terreno. Otras escenas de su cotidianeidad, en cambio, no son tan apacibles, como el ya citado desenlace, esa otra en la que un gallo cojo tiene dificultades para moverse o aquella escena en la que otro gallo intenta escapar sin éxito de su celda y se asoma hacia el otro lado del vallado.
Filmada en granjas y santuarios de Noruega, España (Santuario Gaia de Girona) y Reino Unido, la película tuvo su estreno el pasado 2020 en la nueva sección Encounters de la Berlinale, consiguió importantes nominaciones (entre ellas la de mejor documental en los premios del cine europeo) y viene avalada por los numerosos elogios que la crítica y otros cineastas como Paul Thomas Anderson, Alfonso Cuarón o Pawel Pawlikowski han dicho sobre ella. Producida por el actor y activista por los derechos animales Joaquin Phoenix (productor habitual de películas animalistas),y estrenada en cines en nuestro país gracias a FILMIN, Gunda consigue que su protagonista permanezca en nuestras conciencias como ya hicieran los carismáticos cerdos de Babe, el cerdito valiente (Chris Noonan, 1995) u Okja (Bong Joon-ho, 2017), sin necesidad de ofrecer datos ni eslóganes. Más allá de su evidente discurso animalista y vegano, por el cual Kossakovsky sitúa al espectador en el lugar de los animales retratados y los hace reflexionar acerca de su situación, Gunda aborda temas universales como la vida, la maternidad, la esclavitud o la empatía, esa que tanta falta nos hace todavía.
Año: 2020
Duración: 93 min.
País: Noruega, Estados Unidos
Dirección: Viktor Kossakovsky
Guion: Viktor Kossakovsky, Ainara Vera
Fotografía: Viktor Kossakovsky, Egil Håskjold Larsen
Productora: Louverture Films, Sant and Usant