Girlhood
La directora de cine francesa Céline Sciamma es conocida por una serie de características que la hacen distinguirse entre los nuevos realizadores del nuevo panorama europeo, y más concretamente, de nuestro país vecino. La más llamativa de todas tiene que ver con su temática recurrente, ya que muestra una tendencia evidente a fijar su mirada cinematográfica en las distintas etapas precedentes a la edad adulta. Pero además de ésta, otro de los rasgos que guardan en común sus producciones es la elección de personajes femeninos como protagonistas de sus historias, las cuales por cierto, siempre están interpretadas por actrices desconocidas elegidas en castings de barrios obreros de París. Y es que Céline Sciamma es una artista comprometida con los asuntos que afectan a la parte más joven de la sociedad francesa de hoy día, es por ello que su cine tiende a ser un reflejo relativamente veraz de la situación de este sector de la población gala. Sus películas tienen la voluntad implícita de funcionar como un espejo fiel donde se pueda mirar su país en primera instancia y luego Europa al completo. Como muestra, tres botones, Lirios de agua (2007), Tomboy (2011), y la cinta que nos ocupa en este momento, la que cierra la trilogía sobre los conflictos de las edades tempranas de los franceses de a pié, habitantes de barrios humildes, Girlhood (2014), también conocida como La banda de las chicas.
La última cinta de Sciamma tiene como protagonista a Marieme, una adolescente de 16 años que vive en un hogar en el que la figura materna está casi ausente por estar siempre buscándose la vida en trabajos no cualificados y la figura paterna está representada por un hermano que hace las veces de “hombre de la casa” a su manera, o sea, impartiendo orden a base de violencia y malas formas. Marieme no es la única mujer de la casa, pues con ella viven sus dos hermanas menores las cuales se las arreglan como pueden para que su hogar siga adelante con la máxima normalidad posible. Las chicas son el centro de un hogar que se tambalea por las circunstancias, y esto será un hecho que se repetirá a lo largo de la cinta durante todo su metraje, siendo el pilar central del ideario de la producción. Es decir, Girlhood es básicamente una cinta en la que las mujeres se las arreglan a duras penas y como pueden ante los diferentes contextos hostiles que el mundo interpone ante ellas.
La escuela también es un sitio difícil para cualquier adolescente. Es la etapa de la vida donde las inseguridades afloran y la identidad parece más frágil que nunca. Años en los que los que cualquier individuo se convierte en alguien altamente influenciable y en ocasiones confuso. A Marieme no le va demasiado bien en la escuela, de hecho sus circunstancias familiares le han llevado a suspender el curso previo al instituto al no permitirle estudiar todo lo que debería. A pesar de ser una chica responsable, Marieme está destinada al fracaso escolar. Aquí aflora un mensaje muy claro lanzado a quien lo quiera recoger por parte de la directora, las condiciones sociales precarias afectan directamente al futuro de los más jóvenes. Hay que cuidarla como queremos que provechosos sean nuestros días futuros.
Confusa a raíz de las circunstancias, desilusionada al ver esfumarse sus sueños más inmediatos y obligada a permanecer en un estado casi permanente de alerta en una sociedad violentada que parece moverse por códigos estrictamente animales, Marieme cae en la órbita de una pandilla de chicas malas; una de esas que hacen de la unión su fuerza y de camino se permiten el lujo de imponer respeto a base de atemorizar a quien se le cruza por delante, pegarle una buena tunda a quien se propase con ellas o simplemente echarse unas risas mangando unas prendas. A partir de entonces la chica responsable y honesta que era Marieme empieza a perder la inocencia y a ver el mundo con otros ojos. El abuso de poder y la violencia no es éticamente aceptable, e incluso no es disfrutable para una persona de esencia bondadosa, pero a cambio, pertenecer a una banda de chicas malas supone una especie de oasis de protección y complicidad en un mundo que parece empeñado en mostrarle los dientes a cada momento del día. Así pues, una vez más, las chicas se unen para hacer fuerza. Y no será la única vez, sino que habrá más en la historia de Marieme. De hecho su historia es una especie de odisea adolescente en busca de una identidad alejada del rol y el estereotipo débil y secundario que aún a día de hoy se le presupone a la mujer en una sociedad que nunca ha dejado de ser patriarcal, salvaje e implacable.
Ésa es la esencia de Girlhood, una propuesta interesante como concepto pero algo difusa en su desarrollo y resultado final.
Que sea de sobra sabido que la directora francesa tiene una cierta propensión a la narrativa medianamente minimalista no libra a Girlhood de resultar en líneas generales algo vacía e insulsa. Si bien muchos de sus aspectos directamente relacionados con los conflictos sociales que afectan a los adolescentes de nuestro entorno resultan interesantes, cuando la trama se centra en las peripecias de estos, se vuelve algo molesta de digerir e incluso cansina. Y es que no resulta demasiado atractivo eso de ver las tropelías de un grupito de chicas marroneras buscando grescas absurdas y entablando conversaciones descerebradas durante cerca de un tercio del metraje. Es cierto que entre tanto despropósito adolescente y tanto vacío existencial disfrazado de hostilidad se pueden dilucidar muchos de los problemas que asaltan a los más jóvenes, pero la verdad es que tanta tontería y tanto gallo de corral se termina haciendo algo cansino. Y es que Céline Sciamma nos propone una mirada tan cercana a sus protagonistas que nos mete de lleno en su mundo poco atractivo y casi no se permite ningún tipo de concesión a ningún tipo de profundidad argumental hasta que la película no llega a su tramo final. Es entonces cuando el interés aumenta, aunque quizás en un punto en el que ya es demasiado tarde, por lo que al final nos daremos cuenta de que estamos ante una obra demasiado irregular que flirtea con pocos complejos con el hastío puro y duro y con ciertos fogonazos de talento.
Quizás el mayor interés de la cinta radique en el plantel de actrices principales. Y es que todas ellas están geniales en cada uno de sus papeles. De hecho resulta tan sorprendente ver el grado de frescura y desparpajo que demuestran que es imposible no preguntarse de dónde surge a veces ese talento que parece ir unido a ciertos sectores sociales que no han tenido la oportunidad de tener una vida tan cómoda como las de los demás. Aparte de su plantel de protagonistas, la cinta se revela demasiado carente de ingredientes que la hagan digna de recomendar. Girlhood es una película que se puede ver sin demasiado problema y que tiene algunos puntos interesantes donde rascar. Pero una vez vista los sentimientos encontrados son inevitables. Habrá a quien le parezca una película pasable, a otros no les convencerá del todo, pero difícilmente apasionará a nadie ni causará un rechazo absoluto. A camino entre el “soy rebelde porque el mundo me hizo así” y “las chicas son guerreras”, el fin de la trilogía de la directora francesa nos recuerda que en esta sociedad, o te haces fuerte o te pisan. Unos valores que sin duda habría que revisar porque nos terminan afectando a todos y cada uno de nosotros, seamos jóvenes o no. Lástima que tanto desequilibrio empañe un mensaje tan válido como necesario.
Estrenada en el Festival de Cine Europeo 2014, la cinta pasó por las salas sevillanas sin pena ni gloria. Céline tiene mejor cine, quizás por ello ya no nos conformemos con lo poco que ofrece su última entrega. Habrá que esperar a la próxima…
Calificación: 4’5/10
Título original: Bande des filles (Girlhood)
Año: 2014
Duración: 112 min.
País: Francia
Director: Céline Sciamma
Guion: Céline Sciamma
Música: Jean-Baptiste de Laubier
Fotografía: Crystel Fournier
Reparto: Diabate Idrissa, Rabah Nait Oufella, Tatiana Rojo, Karidja Touré
Productora: Pyramide Distribution