Festival de San Sebastián 2018 (Día 4)

La cineasta chilena Valeria Sarmiento ya ganó en San Sebastián el Gran Premio Donostia para Nuevos Realizadores por Mi boda contigo (1984), su primer largometraje de ficción, y ahora presenta El cuaderno negro, primera película proyectada en este cuarto día de festival. Teniendo en cuenta lo que este crítico novato ha podido visualizar, con esta obra se siguen cumpliendo las pautas que siguen los filmes vistos en Sección Oficial: la absoluta variedad y gran particularidad de todos ellos. En este caso Sarmiento relata la historia de aventuras que vive una extraña pareja formada por un huérfano y su joven enfermera. La película no consigue conectar con un género en concreto, no se sabe si se pretende hacer un filme de aventuras con toques dramáticos o si la finalidad era hacer reír, pues hay que aclarar que durante la proyección se escuchó alguna que otra carcajada motivada por algún diálogo que no soy capaz de comprender o encontrar la gracia (puede que se escape de mis facultades). Lo cierto es que El cuaderno negro es, para quien esto escribe, una obra menor, aunque ha habido contrastes de pareces entre los críticos allí presentes.

Después de la sensación agridulce con la obra de Sarmiento le tocaba el turno al nuevo -y esperado- trabajo de José Luis Cuerda, Tiempo después (progamada en Sección Oficial fuera de competición), que regresa a San Sebastián después de mucho tiempo. Es sabido que el humor de Cuerda es muy particular desde sus comienzos con Pares y nones (1982) pero más si cabe con Amanece, que no es poco (1988). Se trata de socarronería inteligente, e incluso podría decirse que se pasa de intelectual, pero lo que no puede negarse es que es humor absurdo llevado al límite, que conlleva que el espactador termine por amarlo u odiarlo. La primera característica, aparte del estilo de humor típico en la trayectoria del director oriundo de Albacete, plantea una obligatoria comparación con la película de 1988 en cuanto a algunos actores del reparto, ya que recurre nuevamente a Miguel Rellán -que está espléndido y más cómico que nunca-  y a Gabino Diego -un poco en horas bajas-. Aparcando la mera anécdota, Tiempo después tiene un argumento totalmente distinto: es el año 9177, “mil años arriba, mil años abajo”, y el mundo entero está reducido a un Edificio Representativo y a unas afueras donde viven los parados, como José María (interpretado por un divertido Roberto Álamo) que intentará vender limonada en el Edificio Representativo. Con esta sinopsis ya se intuye por completo lo absurdo de la trama, y aquí uno de los posibles inconvenientes, pues si no se conecta desde el principio la película se hará desesperante. No es el caso de un servidor pero en el ambiente de la sala se apreciaba esa dualidad: gente que reía a carcajadas y gente que no entendía lo que estaba viendo o que simplemente no les hacía gracia. Este tipo de humor no es algo que vaya a sorprender y maravillar a grandes masas, se trata de algo minoritario como lo fue en su día Amanece, que no es poco, aunque el tiempo y la recaudación lo dirá.

Ya en el turno de la tarde, y después de dos obras tan diferentes, llegaba la proyección de la ópera prima de la joven cineasta sevillana Celia Rico Clavellino, que lleva por título Viaje al cuarto de una madre y que se ubica en la sección de Nuevos Directores. En ella se cuenta la historia de Leonor y Estrella, hija y madre, que tras la muerte del progenitor se quedan solas y deben abandonar el nido y buscarse la vida. Anna Castillo da vida a la hija y Lola Dueñas borda el papel de madre. La debutante directora acierta en mostrar los duros momentos que pasan los jóvenes al darse cuenta que no saben muy bien qué hacer con su vida, estos quieren trabajar, quieren vivir, pero sobre todo lo que desean es buscar la tan ansiada independencia. Por el otro lado, la posición de la madre es muy real, todos los jóvenes podemos vernos reflejados en la postura de la hija y ver a su madre nos hace recordar las actitudes empleadas por nuestros padres. Es ese el gran logro de la película, poder siempre empatizar con los personajes y la trama, porque todo lo que se ve, se dice, se observa y se intuye resulta cercano, porque existe y no es algo ajeno a la sociedad; la casa en la que viven es la vivienda que podría tener cualquiera, los muebles, la cocina, el vestuario, las caras sin maquillar y tantos aspectos cotidianos hacen a esta historia más cercana y, sobre todo, humana. Cuenta Rico Clavellino que se trata de una película pequeña, refiriéndose a que el rodaje fue en un escenario modesto sin grandes pretensiones, y es cierto, pero también es veraz que se puede considerar una película grande porque se ha preocupado de los más mínimos detalles: el personaje de Dueñas es costurera y aprendió con la madre de la cineasta a coser, y Anna Castillo tuvo que aprender a tocar el acordeón, es decir, pequeños detalles (relatados por la cineasta en el coloquio de después de la proyección) que convierten a una pequeña obra en algo mucho más grande.

Por último, In Fabric, otra propuesta de la Sección Oficial y, por el momento, una de las películas más extrañas y a la vez atrayentes de todo lo que se ha visto durante el certamen. Lo nuevo del británico Peter Strickland causa intriga, risas y desconcierto, pero lo importante es que dentro de esa rareza tan presente durante todo el metraje el entretenimiento y la seducción se mantiene. La historia transcurre dentro del periodo de las rebajas de invierno en unos grandes almacenes y uno de los principales protagonistas es un vestido rojo maldito, pues a todo aquel que se lo pruebe tendrá consecuencias bastante desagradables. Solo con esa sinopsis la película es atractiva, y el desarrollo de la misma así lo confirma, aunque también es cierto que se hace difícil intentar explicar cuál es el fundamento de todo ello. Se evidencia, eso sí, una crítica a los grandes almacenes y a ese afán por vender a toda costa todos los productos que ofrecen, a la frialdad que se respira en el ambiente de esos círculos comerciales, así como a la obsesión de la población por consumir, es decir, In Fabric trata de la alienación en la que la sociedad se sumerge en temporada de rebajas y también de la presión a la que están sometidas las dependientas de grandes empresas que deben demostrar esa frialdad para atraer al público alienado. Una obra bastante extraña, que provoca carcajadas durante las dos horas de metraje y que seguro a cada uno le dejará una sensación distinta, pues no me cabe ninguna duda de que no deja a nadie indiferente.

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