Festival de San Sebastián 2018 (Día 2)

Después de un primer día que culminó con unas expectativas bastante conseguidas en la mayoría de las proyecciones -porque siempre hay alguna película que chirría comparada con el nivel de las otras- la segunda jornada se ha presentado un tanto desigual teniendo en cuenta los títulos de Sección Oficial, que son los que ocupaban mayor protagonismo en el día de hoy. Se comenzó con El reino, el nuevo trabajo de Rodrigo Sorogoyen, quien vuelve a San Sebastián tras ganar el premio a mejor guion en 2016 por Que Dios nos perdone. Sorogoyen habla de corrupción, de cómo dentro de un partido político se clavan puñaladas en la espalda unos a otros, de cajas B, de cuentas en Suiza, es decir, el filme habla de todo lo que se encuentra de actualidad y estamos acostumbrados a ver día a día en el telediario. La película la protagoniza Antonio de la Torre, quien interpreta a Manuel, un vicesecretario autonómico que se ve envuelto en una trama de corrupción. A partir de ahí el director se esfuerza por hacer una radiografía de cómo se manejan unos con otros dentro de un partido, de los chivatazos y periodistas confidentes, lo que viene a ser el ejemplo perfecto de que cuando se destapa algo en un partido político no hay amistad ni compañerismo que valgan, sino que se aplica la regla del sálvese quien pueda. El director no tiene pudor ninguno en mostrar todos los temas posibles para reflejar el carácter de estos políticos, no cree en la autocensura a la hora de filmar una película, y ese es uno de los puntos fuertes que tiene, la crudeza con que muestra cada tema, desde los entresijos de un partido político hasta lo que se cuece dentro de un programa de televisión destinado a la actualidad política. Pero no todo es perfecto, y uno de los fallos del filme es el reparto, no porque no se encuentre a la altura, sino porque da la sensación de que no se arriesga en la selección y opta por lo conocido. Últimamente Antonio de la Torre suele repetirse interpretando el mismo personaje y tampodo destacan Luis Zahera ni Bárbara Lennie.

También en Sección Oficial se ubica Rojo, último largometraje del argentino Benjamín Naishtat, quien se remonta a los años 70 para contar una historia de muertes, secretos y silencios desde que el protagonista, un reconocido abogado (interpretado por un siempre soberbio Darío Grandinetti), es agredido verbalmente por un hombre extraño en un restaurante ante la mirada de los allí presentes, el mismo ser extraño con quien se encontrará en la calle momentos después con intenciones de cobrarse la venganza por haber sido humillado en público. Hasta aquí el argumento de la película posee bastante interés, pero el problema radica en que rápidamente la narración gira por otros derroteros desviando la atención de lo que, a simple vista, trataba en realidad: descubrir quien es ese extraño y el porqué de su llegada. El ambiente del filme no es para nada naturalista y se evidencian unas influencias propias del thriller estadounidense de los años 70, aspectos reconocidos por el propio director. Otra de las características más importantes a destacar es la presencia del color rojo durante todo el metraje, el color de la sangre, el cual se impregna en sucesivos planos durante el transcurso de la obra, creando así una atmósfera con buenas dosis de intriga. Y es justo aplaudir el trabajo interpretativo de Darío Grandinetti, quien junto a Alfredo Castro son de lo más destacable de una obra que, a juicio del que escribe estas líneas, podría haber dado mucho más de sí (al menos buen material había).

Si el nivel de las obras proyectadas en la mañana rozaban el notable no ocurrió lo mismo con los dos filmes de la tarde, igualmente de SO. Primero The Innocent, filme dirigido por el suizo Simon Jaquemet y en donde se plantea un grave problema, pues da la sensación de que el realizador no sabe realmente qué es lo que pretende explicar o reflejar con todos los acontecimientos que le ocurren a la protagonista (interpretada por Judith Hofmann), provocando así que el espectador se cuestione si lo que está viendo puede pertenecer a un mundo real o a uno onírico. Cuenta la historia de Ruth, que se dedica a la neurociencia y pertenece a una familia tradicional y cristiana, pero con el regreso de su antiguo amante -después de estar ingresado en la cárcel durante veinte años-  se cuestiona su vida y su fe. Esta sinopsis se aleja bastante de toda la locura que la película muestra. La obsesión por la religión, el sexo, y esa incapacidad de distinguir entre lo verdadero y lo ficticio conforman un filme bastante irregular.

Y por último, ALPHA (The Right To Kill) del filipino Brillante Mendoza, el cual se sumerge en el universo de las drogas para mostrar la iniciativa por el gobierno de Filipinas para acabar con el tráfico de estupefacientes con la ayuda de las fuerzas policiales lideradas por la SWAT. Para ello deben arrestar a Abel, uno de los mayores narcotraficantes de Manila. Detrás de esa iniciativa lo que denuncia Mendoza es la corrupción que surge dentro de los policías por controlar el tráfico de drogas, hombres con una carrera intachable de cara a la galería y en lo más secreto de sus vidas corruptos como los propios traficantes de verdad. Esa es la crítica que hace el director, pero más allá su obra no tiene mucho interés. El espectador adivina claramente los acontecimientos que se van sucediendo y el destino de los personajes, tanto policías como gente de la calle. Hasta aquí el día de hoy, a ver mañana qué jornada nos depara.

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