Festival de San Sebastián 2017 (Día 2)

La segunda jornada en San Sebastián comenzó para un servidor con la cinta india Village Rockstars, enmarcada dentro de la sección Nuev@s director@s. Rodada en asamés (lengua oficial del estado de Assam, al noreste de la India), la película nos acerca hasta los lugareños de una remota aldea de dicho estado, y fija su mirada en una niña de 10 años que aspira comprarse una guitarra para convertirse en una estrella de rock. Sin una trama que seguir y ningún conflicto mayúsculo, Rima Das se limita a enseñarnos de manera contemplativa los ritos de estos paisanos, sus preocupaciones, quehaceres diarios y dificultades que deben afrontar en su día a día.

Con 30 minutos me hubiera valido para observar la miseria en la que viven estos niños (los que aun con todo se las ingenian para divertirse y ser medianamente felices), las fuertes inundaciones que sufren a menudo las familias y las vicisitudes que encuentran los adultos para ganarse la vida. No obstante, es Village Rockstars un filme correcto y en ocasiones emotivo, como su hermoso final. Asimismo, cabe recordar que nunca está de más contemplar cómo viven millones de familias en la actualidad que no se asemejan en nada a nuestras vidas o a lo que estamos acostumbrados a ver en el cine comúnmente.

Y continuamos. Si los asistentes al Zinemaldia pudimos disfrutar ayer de la magnífica Palma de Oro en Cannes (The Square) hoy le tocaba el turno al Oso de Oro berlinés, aunque con resultados no tan gratificantes. En cuerpo y alma comienza con dos ciervos que se miran, se rozan, caminan y hacen cosas de ciervos. Luego descubriremos que se trata de un sueño que, sorprendentemente, comparten dos personas a la misma vez. Estas personas son, por un lado, el director financiero de un matadero de Budapest (pobres vacas), y por otro, la nueva supervisora de calidad de dicho matadero. Dos singulares y extrañísimos personajes que el espectador no sabrá ubicar en ningún momento.

Durante sus primeros 40-50 minutos la realizadora húngara Ildikó Enyedi plantea una conseguida atmósfera con unos interesantes personajes que producen comicidad e inquietud a partes iguales. Lástima que lo que resultaba inaudito se vuelva caprichoso y gratuito, con vacuos diálogos y escenas pretendidamente divertidas que pierden bastante gracia una vez se avanza en el metraje y uno no comprende muy bien lo que le están intentando contar. Todos los conflictos aparecidos en la primera media hora no tendrán mayor relevancia posteriormente, como el asunto del robo del afrodisiaco vacuno o la violencia, sufrimiento y muerte de los animales que se nos muestra en primerísimos planos.

Había mejores obras en la Berlinale para alzarse con el preciado máximo galardón, como El otro lado de la esperanza de Aki Kaurismäki o Ana, mon amour de Calin Peter Netzer. En todo caso, En cuerpo y alma es una historia de amor divertida y original, aunque a veces parezca un chiste estirado. Alexandra Borbély, eso sí, resulta ser todo un descubrimiento.

Ya en Sección Oficial a competición tenía lugar el estreno mundial de una película española, Handia. Muchísima expectación para ver la segunda obra de los directores vascos Jon Garaño y Aitor Arregi después de maravillarnos con Loreak, su magistral ópera prima (que recordemos se fue de vacío de San Sebastián hace tres años). Ahora dan un giro con su antecesora y nos trasladan hasta la Guipúzcoa del siglo XIX. Allí conoceremos la historia basada en hechos reales de dos hermanos, Martín y Joaquín, que tendrán que hacer frente a su pobreza económica aprovechándose de la gran peculiaridad que posee el hermano menor, Joaquín. Y es que este mide mucho más de lo normal, lo que viene a ser un problema de gigantismo.

Por el camino seremos testigos de batallas de la Primera Guerra Carlista (excelentemente filmadas), del mundo circense, o de la vida de los ciudadanos de muchas ciudades europeas por aquella época. Handia, estructurada por capítulos con enormes elipsis, posee una gran factura técnica, una bella fotografía de Javier Agirre y una preciosa banda sonora de Pascal Gaigne. Muy cuidada estéticamente, narrativamente pierde cierta fuerza en la parte central, algo obvia, pero se eleva poderosamente en sus minutos finales. Algunos pasajes cómicos con algún personaje de la realeza española o con chistes sobre el euskera o la identidad vasca producen las risas en un relato que es sobre todo un drama sobre el destino, la familia y las oportunidades.

Y por último Visages villages, el documental de Agnès Varda y JR, que tal y como ellos mismos expresan, se trata de una improvisación, y como todas las improvisaciones, posee momentos luminosos y otros no tanto. En una especie de road movie, la película derrocha autenticidad, libertad y optimismo en casi todas sus secuencias, regalándonos instantes verdaderamente geniales. Imprescindible para conocer la mirada inquieta, libre y única de la “abuela de la Nouvelle vague”. Una mujer que mañana recibirá el Premio Donostia del festival y que la Academia de Cine norteamericana le ha concedido el Oscar honorífico. Varda es mucha Varda.

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