El videoclip del viernes

En 2004, Estados Unidos (y por consiguiente, también el resto del mundo) estaba harto de su situación. Arrastrados por los hilos de la política y por uno de los presidentes más controvertidos de las últimas décadas (el inefable  George W. Bush) a una guerra impopular, la nación americana deseaba librarse de la sensación de extrañeza, angustia y necesidad «salvadora» en que vivía desde los terribles atentados del 11-S, seguidos por la intervención militar primero en Afganistán y más tarde en Irak. La sensación era la misma que a finales de los 60 con el conflicto bélico en Vietnam, cuando Robert F. Kennedy hacía del fin de la guerra su principal bandera para ser elegido candidato de los Demócratas a las elecciones presidenciales (objetivo que, finalmente, no pudo cumplir, puesto que sería asesinado en 1968 en el Hotel Ambassador de Los Angeles, justo después de ganar las primarias de su partido en California): un acontecimiento dramático, una necesidad de intervención del gobierno y una guerra que se alargaba demasiado en el tiempo y que la mayoría de la sociedad ni entendía ni apoyaba.

En estas agitadas circunstancias, mientras las calles de medio mundo protestaban enérgicamente contra el gobierno de Bush, Green Day sacaban a la venta American idiot, la primera de sus dos óperas-rock hasta la fecha (la segunda, el excelso disco 21st Century Breakdown, llegaría en 2008). El disco, lleno de rabiosos temas guitarreros, unas cuantas buenas baladas y algunos temas de sonido directamente inclasificable (atención a «Whatsername», la encargada de cerrar el álbum), era hijo de ese clima de ansiedad y de protesta, y recuperaba la rebeldía que la banda formada por Billie Joe Armstrong, Mike Dirnt y Tré Cool había exhibido desde sus inicios, explotando en el celebérrimo Dookie (1994). El disco, aparte de oportuno, fue todo un éxito para la banda, muy necesitada por aquel entonces de un pelotazo que los resarciera de las ventas relativamente bajas de  Insomnia (1995), Nimrod (1997) y Warning (2000). Las ventas superaron todas las previsiones: 14 millones de discos facturados a escala global, y de repente, Green Day volvían a las planas de todas las portadas y a lo alto de todas las listas de éxitos. Curiosamente, a muchos de los fans de siempre de la banda no les gustó el cambio de rumbo, acentuado en sus siguientes lanzamientos, pero no cabe ninguna duda de que Green Day, siempre polémicos, únicos y auténticos, siguen siendo los reyes de eso que se ha dado a llamar punk-rock, destacando por encima de otras populares bandas como Sum 41, Blink 182, simple Plan o Good Charlotte, cuyo talento (considerable) para las melodías y las letras simplemente no se puede comparar con el de los Berkeley.

Sin duda, una de las canciones que más llamó la atención de American idiot fue aquella cuyo videoclip hoy rescatamos para vosotros, «Wake me up when September ends», una maravillosa melodía que Armstrong dedicó a su padre, fallecido de cáncer. El vídeo, rodado por Samuel Bayer (director en 2010 del remake de Pesadilla en Elm Street), es casi un cortometraje en sí mismo, heredero de la más clásica fórmula de amor+guerra que tan bien funciona siempre y con momentos en los que la música se detiene para dejar paso al diálogo. La historia es bien sencilla, y por supuesto muy significativa dentro del momento sociopolítico que vivía Estados Unidos en 2005, cuando se lanzó la canción a modo de cuarto single del disco: una joven pareja se promete amor eterno hasta que la guerra de Irak y el alistamiento de él en los marines los separa. El final tendrán que verlo ustedes mismos en el enlace que proporcionamos más abajo. Además, los tortolitos en cuestión están interpretados por Evan Rachel Wood (vista en Los idus de marzo, Thirteen o El luchador, entre otras) y Jamie Bell (ya muy crecidito desde que asombrara al mundo entero bailando por el pueblo minero de Billy Elliott).

La combinación de las escenas bélicas (rodadas con sorprendente brío para tratarse de un clip) con momentos románticos dignos de la mejor adaptación de Nicholas Sparks, su cuidada fotografía, los medios con que se hizo (nada desdeñables) y por supuesto su duración (más de siete minutos… lo dicho, un pequeño corto) imprimen de un carácter muy cinematográfico a la propuesta de la banda.

Por cierto, para los más curiosos, Wood y Bell se embarcaron a raíz de la grabación del videoclip en una relación sentimental que ha pasado por tatuajes a juego, rupturas, reconciliaciones, un hijo, una boda y un divorcio. Si hay algo más cinematográfico y hollywoodiense que eso…

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