El videoclip del viernes

Fue el primero en inaugurar nuestra querida sección musical de los viernes y, por supuesto, tarde o temprano tenía que repetir. Se nos ve el plumero, nos encanta Romain Gavras. Ya sea por su incontestable capacidad para dejarnos con la boca abierta o por sus particulares constantes y peculiaridades como realizador, el joven artista ateniense nos deja ensimismados cada vez que alumbra alguna de sus propuestas.

Sin duda, estamos ante una de esas figuras que no dejan a nadie indiferente (¿o ya no se acuerdan de Born Free de M.I.A?). Su magnetismo visual es hiperbólico, se nutre de lo singular hasta tal punto que lo extraordinario termina casi siempre por convertirse en un elemento reivindicativo. En el universo de Gavras las contradicciones se tocan por sus extremos y lo convencional parece forzado, casi absurdo. Es por ello que sus conceptos se agarran a una estética a veces fría y distante, a veces tensa como el infierno. No hay lugar para paños calientes en ninguno de sus argumentos cinematográficos, cualquiera de sus trabajos puede dejarnos en pocos minutos con el corazón en un puño o con los ojos como platos; con ver Stress (Justice), Bad Girls (de la ya mencionada M.I.A.) o No Church in The Wild (Jay-Z) basta para comprobarlo. Aunque lo mejor de todo quizás sea el maravilloso talento que el autor demuestra siempre a la hora de fusionar nervio y estética. De esto último da fe el Videoclip del viernes de esta semana, Gosh; un trabajo apabullante que hipnotiza y sienta de perlas al también singular ingenio de Jamie XX, quien, dicho sea, se ha marcado con su álbum In Colour (2015) un trabajazo de esos que suben un peldaño más (o varios) dentro de su género.

Estos dos genios nos agarran de los sentidos y nos sitúan en terreno desconocido, concretamente en Tianchudeng, una especie de «ciudad réplica» de París que fue construída en China hace más de una década con el objetivo de albergar a miles de habitantes y que ahora figura como casi una ciudad fantasma. Este poco convencional escenario sirve como entorno perfecto para una especie de fascinación opiácea donde todo lo que consideramos normal adquiere tintes casi quiméricos. Lo exclusivo y lo excluyente parecen caras de la misma moneda. Lo aparente y lo patente parecen el mismo concepto. El ruido y el silencio, eso sí, son siempre la última opción; al menos cuando tenemos por delante un tema tan interesante como Gosh.

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