El videoclip del viernes

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Industrial, sintética y poderosa. Una música que describe mejor que nadie la complejidad cerebral del individuo. Nine Inch Nails es capaz de reinventar las sombras y de amplificar el humo inquebrantable de una sociedad viciada por el caos, la rutina, el paso del tiempo, las sombras, la soledad. Con fuerza, pero también con sensibilidad. Con una asimetría simétrica, un salvajismo medido, dándole belleza al ruido más que a la melodía. Si a ello le añades una voz atormentada y un mensaje claro, el resultado es un grupo distinto, cálido y del todo diferente.

Trent Reznor es su corazón. El alma de esta bestia inquebrantable que en cada lp nos narra mundos repletos de sombras, oscuridad y dolor. Detrás de su faceta de multriinstrumentista, tocando todo lo que se le pone por delante y teniendo libertad absoluta para dar alas a su creatividad, se encuentra la visión de un genio dotado de una facilidad pasmosa en la creación de ambientes degradados, marchitos, pero sin dejar de resultar cercanos y honestos. Con sólo escuchar las premiadas BSO que se marca con Atticus Ross para las cintas de Fincher (La Red Social, Perdida, Millenium)  ya nos hacemos una idea: historias sonoras delicadas, cercanas, metódicas y ultrasensitivas dotadas además de estridencia y gravedad. Muy del rollo NIN. Totalmente del rollo NIN.

Hoy centramos nuestra visión en uno de los temas más extraños pero a la vez más atrayentes y complejos dentro de la discografía de Nine Inch Nails. Se trata de «The Perfect Drug», sencillo extraído y directamente compuesto para la BSO de Carretera Perdida del omnipotente David Lynch. Compleja, apabullante, insana pero con una acabado y una composición titánicas, en «The Perfect Drug» se muestra otra visión del amor, pasada por el filtro industrial y electrónico instalado en el cerebro de Reznor. Una visión en la que la muerte, la enfermedad y el caos se sintetizan en una bomba de relojería llamada amor-atracción-deseo siempre vistos desde la óptica de la desesperación y la locura.

Detrás de las cámaras encontramos la figura de Mark Romanek, realizador con una dilatada carrera en esto de los videoclips musicales, que se encarga de crear un lienzo repleto de oscuridad en el que la asimetría del autor y de sus pensamientos es retratada como una sucesión de imágenes perturbadoras sin nexo, como si fuera una película sin conexión en el que instantáneas cada vez más oscuras se suceden para dinamitar lo poco que queda de razón y de claridad. Muy Lynch sí.

Sin más, aquí tienen el clip. Que pasen un fin de semana de esos en mayúsculas.

 

 

 

 

 

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