El niño y la bestia
La animación es un tipo de cine que siempre está en la cima. Un género que mucha gente suele asociar al público infantil pero que comparte infinidad de relatos con todo tipo de géneros, como el western, drama, romance,… ¿Qué hace que la animación sea algo más? La dificultad por transmitir al carecer de actores y actuaciones y el tener que gustar tanto a los pequeños como a los grandes, entre otros. Y ya si hablamos de animación japonesa la complejidad aumenta, al transmitir los ideales japoneses, sus creencias y evolución humana. El niño y la bestia es la primera película animada que optó a ganar la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián, se convierte así Mamoru Hosoda en el segundo director de anime en saltar la barrera japonesa y optar a premios en los festivales del resto del mundo, siendo el primero Hayao Miyazaki, con multitud de premios en su haber.
Kyuta es un niño solitario que habita en Tokio. Melancólico tras la muerte de su madre decide abandonar su casa, y llega así a un mundo fantástico habitado por monstruos donde conocerá a Kumatetsu, un luchador que busca convertirse en el más grande de su universo. Entre ambos se forjará una relación irrompible que llevará a Kyuta y Kumatetsu a vivir multitud de aventuras. Hosoda dirige, tras La chica que saltaba a través del tiempo y Summer Wars, una nueva obra fantástica donde los sentimientos no se quedan atrás, guiándote por los caminos de la soledad y tristeza a la par que aparece la esperanza y felicidad. Una amalgama entre realidad y ficción que la humanidad de Kyuta entrelaza con la monstruosidad de Kumatetsu. Así pues una relación que empieza siendo fastidiosa para ambos, sin aprender y sin soportarse, acaba siendo de la dureza de un diamante. Una enésima relación frágil que a causa de la soledad acaba cimentándose, pero con la dulzura que siempre caracteriza el cine japonés y, más concretamente, la animación japonesa.
Porque El niño y la bestia no pretende crear una película de aventuras o fantástica, aunque es divertida en ese aspecto, si no que intenta llevarte por el camino del drama familiar, el verse uno solo. Una persona sola ve más allá que una familia, porque busca en cada humano el ver qué le hace feliz, para así poder creer que en la vida habrá algo que a él le consiga hacer feliz. Sin embargo, ¿qué poder ver en un monstruo? El pelaje de Kumatetsu es impermeable a Kyuta, y esa protección es la que unirá tanto a ambos, porque uno depende del otro, y el otro del uno. “¿Por qué nadie le quiere?” se pregunta Kyuta. Esta pregunta da pie a la consecución de la obra, porque el desconocimiento atrae a las personas, y qué mayor desconocimiento que el de alguien del que nadie sabe nada. Esta pareja se unirá en la búsqueda de la fortuna, que ya se adelanta que nunca es conseguida por todos.
La batalla de Kumatetsu por alzarse como el mejor del reino no importa, los secundarios ensalzan el hilo principal pero no son necesarios, porque aquí lo único que llena es la relación entre ambos protagonistas. Ni que haya un malvado liberado al final ni que Kyuta regrese al universo humano para cerrar temas abiertos, solamente el amor mutuo y la persecución mutua hacia el aprendizaje es lo que despierta tu corazón. Y no te levantarás de esta ilusión hasta que los créditos aparezcan. Sin embargo esta realidad te percatará de que no es tan agradable, porque… de vez en cuando una ilusión es más real que la realidad.
Y este enamoramiento por la película no está causado únicamente por los protagonistas, porque la factura técnica del director es de un nivel altísimo. Empezando por una animación fabulosa cargada de detalles que envuelven el punto principal del plano. Esto es digno de destacar, pues mucha animación se preocupa del golpe principal, sin embargo al saber que nadie se va a fijar en el fuera de campo obvian todo lo ajeno a lo protagonista del plano. En este caso se observa una valiosa calidad en ese aspecto. También durante los primeros minutos, hasta que Kyuta abandona el mundo humano, se observa un recurso pocas veces visto, y es el oscurecer el resto de personajes secundarios, sin mostrar sus rostros. Esto realza al importante, y así los espectadores no se pierden con tanta caricatura de persona. ¿Verdad que resulta irónico que el director haya empleado estos dos recursos tan, a priori, contrapuestos? Ni mucho menos, pues al principio sí que conviene centrarse en la importancia, por ello el solamente mostrar a Kyuta, sin embargo una vez avanza la historia Hosoda nos quiere transmitir más, nos quiere mostrar los problemas del universo monstruoso, el que no conocemos, y del que debemos aprender.
Este tipo de delicias llegan muy poco a nuestras pantallas y son las más vitales de visionarse. La amistad entre especies es real, la distancia entre los humanos y los monstruos no es tanta como creemos, la distinción entre universos no es real, por ello un pasillo lleno de flores los une, sin embargo una larga distancia los separa, para que pienses si realmente quieres o no atreverte. El que se atreve ganará, y aprenderá que la vida aparece y desaparece, pero la esperanza siempre está ahí. Una obra reflexiva totalmente recomendable que flojea en el último tercio al alargar en exceso la espectacularidad visual cuando su punto fuerte es la reflexión. Queda claro que el alegrar a todos le ha llevado por este camino, pero un recorte a las dos horas convirtiéndose en una hora y cuarenta minutos habría realzado lo que el nipón quería transmitir, que no es una aventura, sino una fantasía.
Calificación: 8/10
Título original: Bakemono no Ko (The Boy and the Beast)
Año: 2015
Duración: 119 min.
País: Japón
Director: Mamoru Hosoda
Guion: Mamoru Hosoda
Música: Masakatsu Takagi
Productora: Studio Chizu / NTV