El fuego se propaga: de Harry a Katniss (II)

En nuestro recorrido por la llamada ficción young-adult en el cine comercial que llena nuestras salas no podía faltar la última tendencia que arrasa en taquilla y entusiasma a jóvenes y no tan jóvenes.

Ahora, parece que finiquitada (al menos por ahora) la rama fantástica de la tendencia young-adult, lo que prima son las distopías futuristas con mayor o menor trasfondo político. Y la verdad, todos salimos ganando. Primero porque el fondo, mucho más reconocible por cualquier hijo de vecino, es infinitamente más interesante, y segundo porque es lo que toca. El público ya no quiere ver criaturas en pantalla, ni sufrir con Romeos y Julietas interraciales, ni presenciar batallas épicas entre seres de otros mundos. Lo que quiere es que le cuenten algo que le suene, quiere ver política sin cabrearse con la política que sale en los telediarios, quiere una historia que lo sobrecoja y emocione por su realismo (aunque se trate de ficción, incluso ambientada en épocas futuras), le hable de heroísmo auténtico y le ponga delante un espejo del que pueda extraer coraje e inspiración. Vivimos tiempos difíciles, tiempos de un sufrimiento pocas veces paliado (si no directamente provocado) por las autoridades, y el público desea ver en pantalla historias con un punto de rebelión, donde los personajes luchen por su supervivencia y se alcen contra un poder injusto en defensa de la libertad, o al menos de su libertad. Todo ello sin renunciar al entretenimiento, a la comercialidad (no se esperen una maravilla intelectual que les cambie la vida) ni por supuesto a las historias de amor.

Sin duda, las tres sagas más representativas de esta tendencia, todas ellas ya con presencia en la gran pantalla, son Los Juegos del Hambre, de Suzanne Collins, la saga Divergente, de Veronica Roth, y la trilogía de El corredor del laberinto, de James Dashner.

Divergente estrena esta Semana Santa en España su segunda entrega, Insurgente, y el título no deja lugar a dudas. La rebelión ha llegado al mundo de facciones que ha imaginado Veronica Roth sin perder de vista, lógicamente, Un mundo feliz de Aldoux Huxley. Si Huxley separaba a los ciudadanos en base a su inteligencia, Roth los separa por aquello que domina su carácter: Verdad, Osadía, Abnegación, Erudición y Cordialidad. Divergente es principalmente una presentación de personajes y de cómo son las facciones, especialmente Osadía, la escogida por Tris Prior, la protagonista. Insurgente se mete de lleno en la guerra que provoca el ataque de Erudición sobre Abnegación, en cuyas manos está el gobierno de la nación (por aquello de que su carácter los obliga a buscar siempre el bien común y la solidaridad), y ahí es donde Roth pone toda la carne en el asador con el mensaje en pro del carácter eminentemente humano del ser humano (valga la redundancia) y en cómo es mucho más importante lo que nos une que lo  que nos separa. Por desgracia, en Leal, la última entrega de la trilogía, Roth pierde el paso y se mete en terrenos de genética que le van muy grandes y no le hacían ninguna falta. Lástima, porque hasta ese momento la saga, sin ser ninguna obra maestra, había navegado muy bien en el terreno de la distopía política para jóvenes y no tan jóvenes, desde luego mucho mejor que la película de Neil Burger, que a pesar de ser un correcto entretenimiento nunca llegó a captar la brutalidad del entrenamiento de Osadía (seguramente por el asunto de la clasificación por edades), bastante sorprendente en la letra impresa por su violencia (dentro de sus límites… obviamente esto no es La naranja mecánica), o la problemática de quedar sin facción, el temo más grande de todos los personajes en un mundo tan cuadriculado.

El corredor del laberinto es otra cosa. De las tres grandes sagas distópicas es sin duda la menos política y la más aventurera, por así decirlo. Sus referentes más claros, como se ha comentado mil veces, podrían ser la serie Lost y El señor de las moscas, por su presentación de un grupo de jóvenes aislados que viven según sus propias leyes y han creado una microsociedad juvenil obligados por las circunstancias. Sin embargo, aunque existe un cierto grado de peso político en la acción, aboga por la libertad como único camino del individuo y plantea una crítica hacia el control que las instituciones ejercen sobre el ciudadano, lo que es principalmente la historia de Thomas y sus amigos es una historia de aventuras, de personas que han de sobrevivir en circunstancias extremas, enfrentándose a peligros y analizando el miedo y las responsabilidades. De nuevo encontramos el concepto del “Elegido”, personificado en Thomas (Dylan O’Brien en la película), quien continuamente recibe pistas y señales que indican que él es el predestinado no solo a liderar a los clarianos sino quizás también a encontrar la solución a los enigmas que los rodean. Por desgracia, Dashner sufre también del síndrome antes comentado con Roth, que es que en la última entrega se le va la cabeza, y es una pena, porque las dos primeras novelas, sin ser tampoco maravillosas, sí son muy meritorios ejercicios de aventuras para entretenerse con ellos, pero La cura mortal es demasiado. Demasiado confusa y demasiado decepcionante cuando termina, aparte de repetir hasta la extenuación el esquema narrativo de las dos anteriores. Afortunadamente, tanto El corredor del laberinto como la saga Divergente sí cuentan con un final ciertamente valiente para los tiempos que corren, que redime un poco el mal sabor de boca que dejan en general sus últimas entregas.

Queda para el final Los Juegos del Hambre, de Suzanne Collins (la mejor escritora de los tres mencionados) por ser quizás no sólo la que mejores películas ha dado por ahora al subgénero (la primera película homónima de Gary Ross era muy notable, mientras que En Llamas, a cargo de Francis Lawrence, fue directamente una película soberbia para cualquiera que la mirara sin prejuicios por ser, precisamente, young-adult…) o la más exitosa, sino por ser también la que con más claridad ha hablado de los tiempos que corren actualmente. Sin necesidad de alcanzar la magistral profundidad de George Orwell en 1984, por ejemplo, Collins ha planteado unos distópicos Estados Unidos del futuro convertidos en una dictadura llamada Panem en la que sus habitantes mueren de hambre mientras cada año veinticuatro adolescentes son obligados a luchar a muerte en un programa de televisión para edificación y dudosos disfrute del país. Panem et circus, pan y circo que decían en Roma, o lo que es lo mismo, comida y entretenimiento brutal para que el pueblo olvide protestar por lo que es injusto. Lo enfermizo y morboso de la propuesta y su escalofriante nivel de realidad (¿a que no es difícil imaginar un mundo futuro en el que pasen esas cosas? Basta con mirar la televisión actual…) es lo que más ha calado en lectores y espectadores, así como la arrolladora personalidad de Katniss Everdeen. Katniss es el paradigma de heroína a la fuerza que primero piensa en su propia supervivencia y acaba convirtiéndose en símbolo de una rebelión antidictatorial a gran escala. Al contrario que Tris, quien se ve más arrastrada por circunstancias que ella apenas controla, Katniss decide conscientemente asumir su papel dentro de la rebelión y la guerra, especialmente en Sinsajo. Aterrador es también la descripción del síndrome de stress post-traumático que hacen las novelas o el mensaje final que termina lanzando Collins: la vida nunca puede ser igual después de acontecimientos como los que ocurren en la trilogía. Que tomen nota tantas y tantas historias en las que los personajes sufren lo indecible y al final están como una rosa.

Próxima parada: Insurgente (R. Schwentke, 2015), 1 de abril. En septiembre, The Maze Runner: The Scorch Trials (W. Ball, 2015), segunda entrega de las aventuras de Thomas y sus amigos clarianos. Y como guinda, el final de la odisea como Sinsajo de Katniss Everdeen en Sinsajo. Parte 2 (F. Lawrence, 2015), que llegará en noviembre.

Y habrá más, seguro. El fuego se propaga, como reza el título de este artículo, y si algo demuestran los tiempos políticos y sociales que vivimos (también en nuestro país,) es que lo hace deprisa. Y el cine es el formato ideal para extender esa llama.

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