El bosque de los suicidios
Que haya un lugar donde los seres humanos se dirigen en tromba para poner fin a sus vidas mediante el suicidio es algo aterrador, siniestro y bastante intrigante. Si tal lugar es real, se trata de un bosque llamado Aokigahara y se encuentra situado a los pies del Monte Fuji, en Japón, le añade aún más misterio e interés al común de los mortales. Dan ganas de indagar más en el asunto, de conocer los entresijos e historias que le rodean. Por ende, qué mejor punto de partida para desarrollar ficción ahí, ya sean películas, novelas o cualquier otro arte. Pues bien, la ópera prima del californiano Jason Zada consigue que tal bosque en cuestión resulte ser de lo más tedioso y soporífero posibles.
Cuenta la mitología japonesa que Aokigahara posee una maldición muy lejana en el tiempo, y que en él habitan demonios, además de los fantasmas de todos lo que allí perecieron. Lo cierto es que en el Japón feudal del siglo XIX, asolado por tremendas hambrunas y epidemias, muchas familias pobres abandonaban allí a los niños y ancianos que no podían mantener, y por tanto, fueron miles los que fallecieron en el interior de esa arboleda. Lo cierto es que en la actualidad el turismo ha tenido que ser limitado por las autoridades únicamente a zonas vigiladas y se instalan numerosas señales de advertencia en distintos idiomas para intentar disuadir a los posibles suicidas. Lo cierto es que los excursionistas que se introducen hasta el interior del bosque colocan cinta adhesiva en los árboles por allí por donde avanzan como medida preventiva de pérdida. Lo cierto es, también, que el gobierno local enumera en más de 100 los cadáveres anuales que se encuentran, y que la cifra sigue subiendo año tras año. El bosque de Aokigahara está considerado como el lugar donde más gente se ha suicidado en todo Japón y el segundo en todo el mundo, por detrás solo del puente norteamericano Golden Gate. Para más inri, un mito popular sostiene que los yacimientos de hierro magnético que se ubican en lo profundo del bosque hacen que brújulas y GPS dejen de funcionar, con las consecuencias nefastas que esto encierra. Como pueden adivinar, grandes ríos de tinta han corrido sobre este paraje e incluso se ha llegado a publicar un manual del suicido en donde se recomienda este bosque como lugar idóneo para realizar la hazaña.
La gran mayoría de estos datos y anécdotas se nos muestran en la cinta y son tenidos en cuenta por su director. Pero solo eso. Nada de valerse de ellos con inteligencia y eficacia para lograr una atmósfera de pánico y escalofríos en el público. Nada de irlos enlazando en la narración con sutileza y oficio. Nada de eso. Sino que todo resulta un pastiche de tópicos y clichés del género más rancio y anticuado posibles. Ya desde la apertura del filme el espectador puede observar cómo se masca la tragedia, cómo se atisba el desastre. La manera que utiliza Zada para iniciar su trama y presentarnos a sus personajes no puede ser más desafortunada, con un montaje confuso, desordenado y malo hasta decir basta. La historia nos sitúa al comienzo en Estados Unidos, donde una mujer llamada Sara (una impertérrita Natalie Dormer) presiente que su hermana gemela se encuentra en apuros y al no responder a su móvil decide viajar hasta donde la vieron por última vez, es decir, el susodicho bosque nipón. Allí conocerá a un enigmático hombre que decide ayudarla en su testaruda decisión de introducirse en el maldito lugar, desoyendo las advertencias que le aconsejan todo lo contrario. Este último personaje (encarnado por Taylor Kinney, el prometido de Lady Gaga), que resulta ser más propio de un psicópata de telefilme de sobremesa, produce la risa involuntaria y la vergüenza ajena por partes iguales cada vez que sale en pantalla. La historia del pasado de las dos gemelas que se nos cuenta utilizando el recurso del flashback está tan trillada en el género como un sótano con la bombilla fundida. Y si el comienzo era pésimo, ojito a su desenlace. Una locura inenarrable. Entre lo humillante y lo pueril.
Pretende beber del cine de terror japonés (J-Horror), incrustando leyendas orientales y otras claves de esta corriente que usa tanto el thriller psicológico y lo paranormal, pero no utiliza nada bien la fórmula. Recordemos que en las últimas décadas se han producido títulos de este subgénero tan interesantes como The Ring (Hideo Nakata, 1998), La maldición (Takashi Shimizu, 2002) o Dark Water (Hideo Nakata), realizándose muchos remakes estadounidenses de varias de ellas aunque en su mayoría poco disfrutables. Esto solo es Hollywood haciendo terror barato para lograr pasta en taquilla. Nada más. No hay arte, solo mercado, meros productos de venta y compra. Los sustos de manual, las interpretaciones de cine de serie B y la originalidad se la llevó un espíritu. Desaprovechada en todos los niveles, descuidada en todos los aspectos y vacía de cualquier contenido. No logra ningún propósito (si es que los tuviera), ni tan siquiera el del entretenimiento. Absolutamente nada destacable en el terreno de lo positivo. Parece ser que sumergirse en este célebre bosque y en las fábulas que le rodean no está siendo muy próspero para el séptimo arte, y si no que se lo pregunten a Gus Van Sant que con su último largometraje, The Sea of Trees, salió abucheado y vapuleado de Cannes el pasado año.
Lo dicho, The Forest es una de las primeras bazofias de este 2016. Aléjense de ella todo lo que puedan.
Calificación: 2/10
Año: 2016
Duración: 93 min.
País: Estados Unidos
Director: Jason Zada
Guión: Nick Antosca, Sarah Cornwell, David S. Goyer, Ben Ketai
Música: Bear McCreary
Fotografía: Mattias Troelstrup
Reparto: Natalie Dormer, Taylor Kinney, Yukiyoshi Ozawa, Eoin Macken, Rina Takasaki, Kikuo Ichikawa, Noriko Sakura, Yûho Yamashita, Stephanie Vogt, James Owen, Nadja Mazalica, Terry Diab
Productora: Gramercy Pictures / Lava Bear Films