Crónicas diplomáticas
La trayectoria de Bertrand Tavernier como director de cine se remonta a varias décadas atrás, una carrera dilatada sin duda la del realizador galo, quien a pesar de ser relativamente desconocido para el público de habla no francesa, cuenta con varias películas que son dignas de ser vistas al menos una vez en la vida. Entre sus obras más destacadas cabe nombrar su drama Hoy empieza todo (Ça commence aujourd’hui, 1999), o La muerte en directo (La mort en direct, 1980), una producción dramática de tono satírico que contaba entre sus filas con el gran actor Harvey Keitel entre otros. Pero la obra de Tavernier va mucho más allá del género dramático, de hecho, el autor se ha permitido flirtear con registros totalmente opuestos como son el documental o la comedia más frenética, como es el caso que nos concierne en esta crítica en concreto.
Crónicas diplomáticas (titulada en Francia Quai d´Orsay, 2013), es una cinta que desde la sátira y el humor pretende desgranar las miserias grotescas y los trapos sucios que nuestros políticos contemporáneos tratan de ocultar habitualmente ante nuestros ojos. Todos estamos a estas alturas curados de espanto en cuanto a los más que cuestionables actos de nuestros mandatarios. Incluso una gran mayoría es ya incapaz de mantener la fe en una clase política que parece hacer de la incompetencia y el exclusivo provecho propio su dogma particular. También es cierto que son muchas las producciones que tratan el tema de la política desde registros e intereses muy diferentes; y es que, en tiempos de crisis, tenemos política hasta en la sopa y la sobreinformación a la que nos vemos sometidos sólo contribuye a que gran parte de la población se sienta sino confusa, desganada ante tanto humo. Irónicamente, en unos tiempos en los que la política está tan en boga, el interés social que hay hacia ella no tiene término medio; o bien se recibe desde el activismo más enérgico, o desde el rechazo y la indiferencia más absoluta. Es por ello que, cuando aparece una propuesta cinematográfica en nuestras carteleras basada en una trama política, buena parte del público se muestra reticente a entrar en las salas.
Muchos conciben el cine como un mecanismo de evasión, y la idea de que les cuenten una historia sobre políticos cuando ya están intoxicados en su día a día por el mismo tema, les puede parecer un acto de masoquismo puro y duro. Aunque en esta ocasión, la propuesta Bertrand Tavernier tiene su punto diferente, ya que la perspectiva desde la que nos quiere contar su historia es, cuanto menos, insólita, pues la trama de sus Crónicas diplomáticas es una sátira sobre la política vista “de puertas para adentro”. Así pues, Tavernier nos invita a reírnos mirando donde normalmente no nos dejan hacerlo en la vida real, observando los tejemanejes que tienen lugar en los entresijos de los despachos de nuestros gobernantes.
El personaje que nos servirá como vehículo para adentrarnos en aquellos lugares que están reservados exclusivamente para la clase política es Arthur Vlaminck, un joven redactor que ante su sorpresa y casi sin tiempo para asimilarlo, se verá a los servicios del Ministro de Asuntos Exteriores de Francia para escribirle todos y cada uno de sus discursos. El ingenuo Vlaminck se verá envuelto en la absurda y surrealista vorágine de susceptibilidad, dobles morales y juegos a múltiples bandas que supone trabajar en el mundo de la política y será sólo a base de tropiezos como se dará cuenta de que en ese mundo, cada palabra se mide y examina con lupa. Para colmo, la ya dificultosa tarea de escribir conforme a las normas de la dialéctica diplomática se verá complicada aún más si cabe por la excéntrica personalidad del propio Ministro, ya que éste es un hombre delirantemente ambicioso que a pesar de no poseer una mente digamos, muy privilegiada, aspira a poner su nombre entre las figuras más relevantes de la política internacional.
Las aspiraciones del ministro Alexandre Taillard de Worms, quien por cierto está magníficamente interpretado por Thierry Lhermitte, serán el motor de una socarrona trama que pretende poner de manifiesto la incapacidad de nuestros políticos y las argucias absurdas e indignas que traman unos gobernantes que se preocupan más por su retórica y su imagen pública que por los problemas reales de su país. Crónicas diplomáticas es una cinta de voluntad crítica que usa la comedia para retratar a la fauna inclasificable que forman los gabinetes de gobierno y a los mandatarios que gobiernan nuestro mundo, una fauna que se rige por cuestionables códigos de supervivencia, que no duda en pisar al prójimo para escalar peldaños, y que trata de sacar la cabeza del fango de la incapacidad para mantener su puesto a salvo al precio que sea.
Tras ver la última película de Bertrand Tavernier nos queda claro lo que ya intuíamos desde que tenemos uso de razón. Nuestros gobernantes son sólo la cabeza visible de los que verdaderamente disponen las decisiones políticas que afectan a nuestra sociedad, que no son otros que los que forman sus gabinetes y consejeros subalternos. Irónicamente, aquellos ministros a los que tanto odiamos o apreciamos, son sólo eso, una imagen carismática encargada de transmitir las decisiones de los que verdaderamente gobiernan; meros portavoces de los tecnócratas y asesores que trabajan a la sombra de los despachos. Alexandre Taillard de Worms es sólo un ejemplo ficticio que podría encajar en cualquiera de nuestros ministros, así que la sátira, lejos de quedarse solamente en terreno francés, es aplicable a cualquier gobierno europeo o mínimamente democrático. Así pues, Crónicas diplomáticas es una farsa de voluntad crítica que se mofa de los mandatarios franceses, pero que mira con retranca hacia sus vecinos más inmediatos y nos cuenta su historia como preguntándonos sutilmente, “¿Habéis visto en manos de qué personajes estamos?”.
Lamentablemente, la película adolece de varios defectos que resultan funestos para sus pretensiones tanto cómicas como satíricas. El primero y el más importante de todos es su estructura por capítulos, más o menos asilados, que rompen de cierta manera la continuidad narrativa. Y es que, a medida que transcurren los minutos, nos damos cuenta de que la cosa se transforma en una especie de bucle cansino donde el trasfondo y las situaciones se repiten innecesariamente. Es decir, la película abusa del concepto que nos quiere transmitir, convirtiéndose en una serie de episodios cíclicos y redundantes. En ellos se repite siempre un patrón demasiado similar, el ministro es incapaz de tratar un asunto diplomático por su cuenta, por lo que su gabinete tiene que salvarle los papeles, y en medio del caos, los portazos y las prisas, nuestro escritor de discursos, tendrá que hacer y rehacer sus diatribas decenas de veces para que encajen en los preceptos que la retórica política demanda, midiendo cada palabra, cada frase, y cada coma del texto.
A causa de esta estructura por capítulos, y debido a que tampoco se profundiza ni se nos explica demasiado sobre las diferentes crisis diplomáticas que se supone que nuestros protagonistas deben afrontar, la empatía y el interés nunca terminan por despertar en el espectador con la suficiente fuerza. Y todo a pesar de que el personaje que encarna Thierry Lhermitte es francamente gracioso y carismático, y el ritmo de la película es bastante ágil y fresco. Pero de alguna forma, lo que resulta en un principio simpático y mordaz, acaba aburriendo a base de caer en la reiteración abusiva.
A nadie le gusta que le cuenten el mismo chiste una y otra vez, y Crónicas diplomáticas abusa de eso precisamente, terminando por ser chiste bastante bueno al que se le acaba cogiendo manía por pura pesadez. Sus dos horas de duración y su estructura formal no ayudan en absoluto a que funcione. Contra todo pronóstico, la sátira y los caricaturescos personajes acaban sucumbiendo al ritmo frenético con el que se nos cuentan las mismas bromas hasta el desgaste. La chispa que desprende la película en su inicio se apaga y termina por aburrirnos, y el aburrimiento es lo último que se le puede perdonar a una comedia, por lo que Crónicas diplomáticas acaba terminando por ser víctima y verdugo de sí misma.
Quizás haya más suerte en la próxima ocasión. De momento, se me ocurre una mejor opción de temática e intenciones similares, In the Loop, de Armando Ianucci (2009). Una producción mucho más afilada y divertida de la que nos ha ofrecido Bertrand Tavernier, y por ende, mucho más recomendable que nuestra película en cuestión.
Calificación: 3/10
Año: 2013
Duración: 113 min.
País: Francia
Director: Bertrand Tavernier
Guion: Christophe Blain, Abel Lanzac
Música: Bertrand Burgalat
Fotografía: Jérôme Alméras
Reparto: Thierry Lhermitte, Raphaël Personnaz, Niels Arestrup, Bruno Raffaelli, Julie Gayet, Anaïs Demoustier, Thomas Chabrol, Thierry Frémont, Alix Poisson, Marie Bunel, Jean-Marc Roulot, Sonia Rolland, Didier Bezace, Jane Birkin
Productora: Site 4 View Productions