Cine mexicano actual (I). Amat Escalante: la violencia normalizada

Amat Escalante

Dentro del panorama cinematográfico de México en la actualidad hay tres nombres propios que destacan notablemente, tres directores que han marcado la cinematografía de su país en el siglo XXI: Alfonso Cuarón, Alejandro González Iñárritu y Guillermo del Toro. A pesar de que muchas de sus producciones son exclusivamente estadounidenses, la procedencia y laureada trayectoria de estos realizadores han revitalizado el cine mexicano, situando este país en el foco del séptimo arte a nivel mundial. Del mismo modo, películas clave en las filmografías de estos tres realizadores (muy amigos entre ellos) poseen producción mexicana: Roma (Alfonso Cuarón, 2018), Y tu mamá también (Alfonso Cuarón, 2001), Cronos (Guillermo del Toro, 1993), El laberinto del fauno (Guillermo del Toro, 2006), Amores perros (Alejandro González Iñárritu, 2000), Biutiful (Alejandro González Iñárritu, 2010). Un triunvirato que ha cosechado importantes galardones, entre los que destacan dos Leones de Oro del Festival de Venecia, cinco Óscar al mejor director y dos a la mejor película, así como el premio a la mejor dirección en Cannes. Además, sus obras acumulan más de 25 premios Óscar.

Sin embargo, el cine mexicano contemporáneo no termina aquí ni muchísimo menos. Existen otros realizadores de este país latinoamericano que por sus valiosas trayectorias merecen situarse en lo más alto. Aunque son varios los nuevos nombres relevantes que están apareciendo en la industria mexicana de cine, ha de señalarse especialmente otro trío de directores: Carlos Reygadas, Amat Escalante y Michel Franco. Tres figuras que han aportado nuevas miradas cinematográficas a problemas acuciantes en el México presente, tres carreras que han supuesto aire fresco a una industria que necesitaba un revulsivo. Los tres hacen un cine que pese a unirse en algunos elementos son diferentes entre sí. Todos ellos han visto recompensado su trabajo con importantes premios en los más prestigiosos festivales de cine (principalmente Cannes y Venecia), han recibido los elogios de la crítica y al mismo tiempo han encontrado en un sector de esta una desfavorable recepción de sus propuestas. Un choque que se produce máximamente por cuestiones relacionadas con sus libérrimas narraciones y con la supuesta dudosa moralidad de sus obras. Provocadores para algunos, perspicaces e ingeniosos para otros, no cabe duda de que representan el presente del cine mexicano a día de hoy.

Sería injusto, por otra parte, no citar a cineastas que hay que seguir bien de cerca y que con solo uno o dos largometrajes en su haber han demostrado poseer gran talento e interesantes ideas. En este grupo se hallan Alonso Ruizpalacios, Lila Avilés, Diego Quemada-Díez, Samuel Kishi, Fernanda Valadez, Fernando Frías de la Parra, Rigoberto Pérezcano, David Zonana, Claudia Sainte-Luce, Xavi Sala, Gabriel Ripstein, Jonás Cuarón y Alejandra Márquez Abella. Con filmografías más amplias e idéntico interés se encuentran Nicolás Pereda, Ernesto Contreras, Rodrigo Plá, David Pablos, Fernando Eimbcke, Pedro González-Rubio, Luis Mandoki, José Luis Valle, Enrique Rivero, Kenya Márquez, Paula Markovitch, Gerardo Naranjo o Hari Sama. Sin olvidar nombres de peso en México que siguen en activo como Arturo Ripstein, Luis Estrada, Carlos Carrera o María Novaro.

Realizado el sucinto recorrido por el cine mexicano de las últimas dos décadas, situémonos en una de las citadas figuras clave. Hijo de un mexicano y una estadounidense, Amat Escalante nace accidentalmente en Barcelona a finales de febrero de 1979 durante un viaje de sus padres por Europa. Pasa su infancia y juventud en Guanajuato (México) y más tarde regresa a la capital catalana para estudiar cine, disciplina que también aprende posteriormente en Cuba. En su vuelta a México filma en 2002 el cortometraje Amarrados, premiado en la Berlinale, y en 2004 trabaja como asistente de dirección en Batalla en el cielo (2005), película dirigida por Carlos Reygadas, quien será productor de sus películas y amigo cercano.

Sangre (2005)

En el primer fotograma del primer largometraje de Escalante aparece un hombre (Diego, el protagonista) aturdido en el suelo y con sangre en la cabeza. Una imagen paradigmática y premonitoria de lo que será su filmografía. La sangre representa un elemento esencial en su cine, presente en todas sus obras y relevante cuando aparece en pantalla, además de titularse con dicho término su ópera prima. En esta primera escena se descubren igualmente otros aspectos fundamentales de su carrera cinematográfica como son el silencio, la angustia de quienes presencian o ejercen la violencia (ya sean víctimas o victimarios) y la vuelta a la normalidad que se produce inmediatamente después del ataque (que en esta ocasión el espectador no ha presenciado).

Sangre (2005), que logra el premio FIPRESCI de la sección Un certain regard del Festival de Cannes, presenta a Diego y Blanca, una pareja tan extraña como cercana. Viven solos en un apartamento en Guanajuato y pasan sus días de forma rutinaria, cada uno trabajando en sus respectivas profesiones y más tarde de vuelta a casa realizando actos comunes a un matrimonio normal. Sin embargo, desde el inicio Escalante nos muestra señales perturbadoras que reflejan que no se trata de una relación normal o, al menos, no una feliz. Blanca es manipuladora y embaucadora, ejerce un control destructivo sobre Diego, que aguanta la opresión con resignación y temor. Además, Diego tiene de otra relación anterior una hija con graves problemas de autoestima (inmersa en un noviazgo tóxico, enganchada a la droga y enfrentada a su madre) a la que no puede llevar a casa porque Blanca se niega en rotundo. Fuera del cautiverio del hogar Diego tampoco es libre, sus actos los mide con precisión en un intento de no molestar o poner celosa a su pareja, logro que no alcanza conseguir.

De esta forma, Escalante exhibe con gran realismo y crudeza la asfixiante vida de los protagonistas, sin privar al espectador de los actos más íntimos de ellos (no hay elipsis en las escenas sexuales ni juegos con los encuadres para no mostrar los genitales). Para ello se apoya en actores no profesionales –que consiguen loables interpretaciones– y en la precisa y bien medida penetración de la violencia en la trama. Una violencia contenida que se manifiesta de la forma más burda y vulgar posible, que aparece en la cotidianeidad. Tanto es así que la normalización de la violencia en la sociedad mexicana es un tema recurrente en la mayor parte de las películas realizadas en México en las últimas décadas. Se trata, sin duda, de un aspecto de enorme preocupación para los cineastas de este país, aunque también para los de otras naciones de Latinoamérica.

Sangre (2005)

La incomodidad que fluye durante todo el metraje no desaparece jamás, pero en sus últimos diez minutos se atisba la poesía. Un río, una comunidad, un paseo incierto, vacas que mugen y un fruto que sirve de metáfora son algunos de los elementos líricos con los que Escalante cierra su historia, provocando una ruptura tonal con lo presentado antes y confeccionando un final en el que son bienvenidas diversas interpretaciones.

Tres años más tarde, en 2008, Escalante estrena en Cannes (nuevamente en la sección Un certain regard) su segundo largometraje, Los bastardos, que también produce Carlos Reygadas y que está coescrito entre el director y su hermano Martin Escalante. La historia de una jornada en la vida de dos migrantes mexicanos radicados en Los Ángeles que llevan una vida miserable ha sido comparada con Funny Games (Michael Haneke, 1997) y La naranja mecánica (Stanley Kubrick, 1971) por lo que respecta a la segunda parte (que abarca realmente dos tercios de la obra), en la cual se produce una home invasion con sepultada violencia cuya detonación puede ocurrir en cualquier momento, y en donde la diferencia de clase y el odio y la rabia acumulados que se originan entre los estratos sociales más bajos contra los más altos resultan crucial para comprender este sádico e irritante juego hegemónico. La cinta de Escalante, en cambio, apunta además a otras direcciones bien distintas: el racismo, la identidad del migrante y la necesidad de matar para vivir.

Jesús y Fausto son los inmigrantes indocumentados protagonistas de la trama, los cuales recorren la ciudad angelina en busca de empleo, sobreviviendo como pueden, en el intento, además, de enviar algo de lana a la familia residente en México. Junto a otras personas en su misma situación se agrupan en una zona donde son localizados por yanquis con sus coches, quienes los contratan por unos diez dólares la hora para hacer diferentes trabajos, regularmente relacionados con la construcción o la agricultura. Una imagen que en España no resulta extraña, dado que dicha situación se repite a diario, por ejemplo, en la madrileña Plaza Elíptica. Más tarde, tras un día de suerte por haber podido trabajar unas horas, Jesús y Fausto deambulan por el parque con un arma, la que tendrán que utilizar para el encargo que han aceptado. Un encargo del cual el espectador desconoce con exactitud y que durante todo el metraje despierta ciertas dudas. Será en el interior de la casa que va a ser invadida donde el filme cambia de tono y pasa a ser predominante un desasosiego extremo. La conclusión de malsana inquietud se resuelve con una impactante escena de las que deja huella por su crudeza y frialdad.

Los bastardos (2008)

Un filme hiperrealista gracias nuevamente al trabajo con actores no profesionales, a la morosidad con la que transcurren las escenas (en las cuales el tiempo fluye con idéntica monotonía con la que los protagonistas pasan sus días), a la casi inexistente música incidental, y a los naturales y verosímiles diálogos. Escalante retorna en Los bastardos un discurso acerca de la crueldad humana, esa que hace acto de presencia en la vida de personas sometidas al sufrimiento diario. Un sufrimiento generado por modelos de existencia que se sostienen bajo fuertes dinámicas de relaciones de poder y que producen dolor, impotencia e ira. Sentimientos que más temprano que tarde terminarán por conducir a actos violentos de menor o mayor gravedad.

Como en Sangre, el realizador guanajuatense opta por largos planos estáticos con leves movimientos de cámara y escasos primeros planos. Una técnica que desaparece en Heli (2013), en la cual se observan planos más cortos y el uso de la cámara en mano. Aquí tampoco hay música extradiegética pero se escucha en dos ocasiones la canción “Esclavo y amo”, interpretada por el grupo peruano Los Pasteles Verdes. La primera suena en la radio de un coche y la segunda durante los créditos finales. Si Los bastardos consiguió significativos premios como el de mejor película en el Festival de Morelia o el de mejor película iberoamericana en el Festival de Mar del Plata, Heli se convierte en una película más laureada aún. Escalante se alzó con el premio al mejor director de la Sección Oficial del Festival de Cannes, además de llevarse el mismo reconocimiento como director en los Premios Latino, Fénix y Ariel. De igual forma, Heli obtuvo el galardón a la mejor película en el Festival de la Habana y en el Festival de Lima.

Se trata del filme de Escalante que más polémica ha causado hasta la fecha, especialmente en México, donde un sector tachó la obra de reaccionaria, demasiado violenta e incluso insultante hacia la patria. En Cannes, hubo personas que salieron espantadas de la sala. Él se defiende, «¿Qué sentido tiene no mostrar la violencia solo para que el espectador no sufra, si la vida real no es así? Desde un punto de vista moral nuestra responsabilidad consiste en mostrar esas atrocidades como son, tristes y sucias», declaraba el director en una entrevista a El Periódico. Heli narra el espiral de sordidez humana en el que se ve envuelto el protagonista (cuyo nombre sirve como título a la película y a quien interpreta Armando Espitia) y su humilde familia que integran su esposa, su hijo, su padre y su hermana de doce años. Todos viven en una casa a las afueras de un pueblo cuyos habitantes son escasos, al igual que las posibilidades de ganarse la vida, que pasan por una ensambladora de automóviles (donde Heli trabaja), el narcotráfico o formar parte del cuerpo militar mexicano. Este último camino es el que escoge Beto, el novio de la hermana menor de Heli, cuya relación con ella desembocará en tragedia. De nuevo la droga (que también era clave para describir algunos personajes de las obras anteriores de Escalante) funciona aquí como motor de la trama: dos paquetes de cocaína decomisados son robados por Beto y guardados en casa de Heli, quien al descubrirlo los arroja a un estanque, provocando que el ejército siembre la máxima crueldad con esta familia.

Heli (2013)

Para representar dicha crueldad Escalante insiste en no ahorrar en detalles al espectador, mostrando brutales escenas en la que la intensidad del encarnizamiento y el sadismo son muy visibles. Una de las secuencias que más discusión provocó es aquella en la que Heli y Beto son torturados salvajemente en una vivienda. Fuertes golpes en la espalda con una tabla de madera y la quema de los genitales (que la cámara recoge al completo) son difíciles de visionar por su rudeza y verosimilitud. Pero lo es aún más contemplar a los niños que presencian toda esta violencia, y que no solo lo hacen con total tranquilidad, acostumbrados a tales imágenes, sino que se ríen, lo graban con el móvil e incluso alguno se suma con los golpes. Aquí es, nuevamente, donde Escalante sitúa el foco, en un país plagado de violencia que es asumida por la sociedad de la forma más normal posible, tanto que visto desde fuera horroriza.

En la misma dirección apunta Escalante con su cortometraje Esclava (2014), en donde denuncia la prostitución de menores de edad y la aceptación social de ello. Se acepta o se mira para otro lado, como ocurre cuando la protagonista (Natalia Guzmán), desesperada por las constantes violaciones sexuales que sufre y por su condición de esclavitud, salta por la ventana en un intento de escapar, quedando gravemente herida, pero sin parar de caminar para huir de sus captores ante las impertérritas miradas de los viandantes, a quienes ni la sangre ni la casi desnudez de la niña asustada les incitan a actuar, a alertarse. Solo una mujer le ofrece ayuda, aunque no servirá de nada puesto que finalmente es detenida por la policía acusada de delitos de prostitución, en otra muestra más de la nula eficacia policial y del propio sistema. #Basta es el lema que aparece en pantalla para concluir la obra.

Esclava (2014)

En 2016 Escalante retoma dichas preocupaciones con La región salvaje, pero ahora desde un sorpresivo y nuevo enfoque: el de lo fantástico. Ya desde el primer plano (que muestra una imagen del espacio sideral con una gigantesca roca mientras suena una misteriosa música) el espectador es consciente de que se trata de un giro en su carrera cinematográfica. Y, en efecto, así es. Ahora Escalante utiliza música extradiegética para trasmitir inquietud, suspense, emplea constantemente el zoom (tanto hacia delante como hacia atrás) y la fantasía será un elemento sustancial para el desarrollo del filme. En la siguiente escena se observa a una joven (Verónica) manteniendo relaciones sexuales con un alienígena. El acto se consuma través de un tentáculo de este ser extraterrestre que se introduce en la vagina de la mujer.

Dicha criatura ha aterrizado en nuestro planeta (concretamente en Guanajuato) provocando un placer obsesivo a todos los seres vivos, aunque tal goce puede conducir a la muerte. A este extraño ser parecido a un titánico pulpo (plausibles efectos especiales y diseño creativo) se entrega Verónica con perturbación, quien convence a Fabián, el enfermo que la cura de sus heridas, de entrar también en contacto con el monstruo. Por otra parte, la hermana de Fabián está casada con Ángel, un marido de conductas despreciables que mantiene una relación secreta con su cuñado Fabián. Así, melodrama y ciencia ficción se entremezclan en este fascinante cuento construido en torno a un contexto social que vuelve a señalar problemas del México presente: machismo, masculinidad tóxica, patriarcado, homofobia, violencia, corrupción del sistema.

Ganadora del premio a la mejor dirección en Venecia y de 5 premios Ariel, La región salvaje escapa de cualquier convención y transcurre por vías poco exploradas en la cinematografía mexicana. Con un ritmo pausado (a veces accidentado) y un insólito guion, la película más simbólica del cineasta latinoamericano logra el asombro de la platea ante sus hipnóticas imágenes, la extrañeza que genera dicha trama y su consciente ambigüedad. El extraterrestre tentacular, que necesita víctimas constantes para no decaer y que se halla custodiado en una cabaña alejada de la ciudad por un enigmático científico y otra mujer, es definido por parte del investigador como la parte primitiva de todos en su estado más puro, que nunca se va a extinguir y solo se va a perfeccionar. Una metáfora del deseo prohibido, del peligro de las adicciones, de la necesidad de una vía de escape y la pérdida de la racionalidad.

La región salvaje (2016)

Escalante mantiene durante todo el metraje una atmósfera tenebrosa utilizando diversos elementos antes mencionados (como la música o el zoom) y a través de varias imágenes: una espesa niebla, ramas de árboles que azotan ventanas en una noche de tormentas, animales de diferentes especies que se aparean en el interior de un cráter, un brote alérgico, un bosque profundo, etcétera. Igualmente, vuelve a ofrecer al espectador escenas en donde la violencia y los signos de ella son asimilados por la sociedad con estremecedora naturalidad: niños con su familia que contemplan a pocos metros cómo socorren a un moribundo mientras ríen, compañeros de trabajo que suavizan la violencia de género, frecuentes peleas de bar o el escaso asombro manifestado por una multitud ante la presencia de una mujer con manchas de sangre en su vestimenta. Se trata, sin duda, de una obra madura y transgresora, que supone cierta ruptura (sobre todo respecto al aspecto formal) con sus trabajos que le anteceden y que se ubica como uno de los filmes más singulares que se han realizado en México en los últimos años, elevando la notable filmografía de su director.

Una filmografía que dirige la mirada hacia la pobreza, la marginalidad, la violencia (y su normalización) y hacia la situación de México en la actualidad. Pilares que ya se vislumbraban en su cortometraje Amarrados, en donde Amat Escalante (que contaba con 23 años) plasmó en pantalla la cruel historia de un crío indigente que duerme en las calles mexicanas entre cartones, cuya única amiga es prostituta, que roba para esnifar pegamento y sufre las perversiones sexuales de una mujer enajenada.

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