Boyhood

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Que a Richard Linklater le atraen los proyectos arriesgados y le gusta salirse de la norma no es ninguna novedad a día de hoy. Sólo hay que echar un vistazo a su filmografía para darse cuenta de que sus películas se caracterizan por tener un espíritu creativo inusual e incluso por presentar en ocasiones una cierta tendencia a la experimentación, si no formal, al menos conceptual. Nos sirven como ejemplos de esto último cintas como Slacker (1991), Waking Life (2001), A Scanner Darkly (2006), o su particular trilogía romántica protagonizada por Ethan Hawke y Julie Delpy, Antes del amanecer (Before Sunrise, 1995), Antes del atardecer (Before Sunset, 2004) y Antes del anochecer (Before Midnight, 2013).

A pesar de que el realizador nacido en Houston no sea un vanguardista por norma y definición estricta y a veces coquetee con facetas del cine más comerciales, no hay que negarle que su carrera está copada de una cierta popularidad realmente inusual si tenemos en cuenta lo transgresivos que resultan algunos de sus conceptos para el circuito de salas habitual. Puede resultar chocante el hecho de que, por ejemplo, su mencionada trilogía se haya convertido casi en una obra de culto del género, obteniendo el reconocimiento de todo tipo de público. Y digo chocante porque, seamos honestos, una serie de producciones basadas en el plano secuencia y el diálogo continuo normalmente no tiene las papeletas para llevarse tales alabanzas. Por tanto, podemos empezar reconociendo que Linklater tiene una especie de varita mágica a la hora de crear fenómenos cinematográficos inusuales. Sus innovadoras propuestas suelen conseguir un éxito notable que las termina de corroborar. Punto de partido para el realizador.

Sin duda este factor de buen recibimiento habitual por parte de crítica y espectadores debe animar a cualquier director que se tercie para seguir innovando. Pero el mérito conceptual de la película que nos ocupa, Boyhood (a.k.a. Momentos de una vida), debe ser enmarcado en un contexto anterior a toda esa serie de grandes y pequeños logros, pues fue allá por mayo del año 2002 cuando la idea empezó a concebirse y desarrollarse en la mente de un Linklater que por entonces estaba casi en su meridiano creativo. Dicha idea consistía en lo siguiente; tratar de rodar una película que nos mostrase el periodo de vida de un niño, desde que empieza a educarse en la escuela, hasta que llega a la universidad, mostrando sus etapas de crecimiento físico e intelectual y todos los factores que influyen en ellas con más o menos determinación e importancia. Hasta aquí no habría novedad alguna si no fuera porque el realizador pretendía rodar la película a periodos intermitentes durante casi 12 años, utilizando siempre al mismo equipo y reparto, por lo que la evolución física, tanto del infante protagonista, como de su familia y allegados, es real, lo que resulta un hito conceptual hasta el momento inédito en la historia del cine.

¿Cómo se afronta un rodaje que se extiende durante más de una década?. Para muchos, el simple hecho de buscar la manera de que una producción de semejantes características saliera a flote, nos resultaría poco más que algo inconcebible. Pero Linklater lo planteó con ese espíritu de naturalidad que sólo los grandes pioneros demuestran cuando van a emprender su particular cruzada. Primero se rodeó de un casting de actores de confianza; unos fieles escuderos que estuvieran dispuestos a trabajar en un proyecto tan difícil como exigente, una producción que, en palabras del propio director, “no empezó a tomar su rumbo real hasta bien entrado en su fase intermedia”. Además, tenían que estar dispuestos a pasar por un trago algo complicado, el de verse en poco más de dos horas y media envejecer 12 años y que todo el mundo tuviera la oportunidad de hacer lo propio, capturando en una especie de metáfora cinematográfica la fugacidad de los años, ésa de la que apenas nos damos cuenta si no nos topamos con algún viejo álbum de fotos que nos devuelva a la realidad de nuestra existencia como seres finitos.

Así que ahí estaba Linklater con su grupo de valientes intentando llevar a cabo una hazaña cinematográfica que muchos tachaban de excentricidad en su momento y que a día de hoy se corona, una vez más, de un reconocimiento casi unánime. Y decimos casi porque no faltan las voces que muestren ciertas discordancias respecto al resultado final como obra artística. Pero eso es otro tema que trataremos a continuación. Lo que resuta innegable es que Ethan Hawke, Patricia Arquette, Lorelei Linklater, Ellar Coltrane y todo el equipo liderado por el director tejano son ya nombres que por méritos propios pasan a la historia del cine. Su proeza conceptual es incontestable y de por sí sola la convierte a Boyhood en una película obligada de ver. Aunque muchos podrán argumentar en su contra que no es la obra maestra rotunda que se esperaba.

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Ahora que se ha explicado en líneas generales la propuesta conceptual de Boyhood quizás sea oportuno entrar en sus pormenores como obra cinematográfica ya terminada. ¿Cuál es el resultado de tan titánica propuesta?, ¿Ante qué tipo de película estamos?. Son muchas las expectativas que levanta una obra de tal magnitud, no sólo por su método de rodaje, sino por lo que se presupone nos quiere contar, nada más y nada menos que una de las etapas de la vida más importantes de cualquier persona, la que está comprendida entre la infancia y la adultez, precisamente aquella en la que nos formamos como seres más o menos independientes a base de educarnos e interaccionar con un entorno lleno de experiencias nuevas. Ante este panorama no son pocos los que pueden esperarse una película de tono reflexivo y profundo. ¿Quién no piensa en su infancia como una etapa llena de pequeños misterios, juegos y magia?. La idealización de la infancia es algo habitual y lícito, pero no se debe caer en el caso de prejuzgar lo que vamos a ver en Boyhood, porque seguramente nos llevemos un pequeño desengaño en cuanto caigamos en la cuenta de que el relato de Linklater no va por ahí.

Podemos decir que la mirada del realizador tejano (quien por cierto firma también el libreto) se aleja de tonos poéticos y transcendentales. Aquí no se mira a las diferentes etapas de la vida de un joven con intenciones metafísicas o transcendentales; en ese sentido no estamos ante una obra hermanada con El árbol de la vida (The Tree of Life, Terrence Mallick, 2011), o Los 400 golpes (Les Quatre cents coups, François Truffaut, 1959). Boyhood tiene una voluntad casi naturalista. Casi se asemeja más a una observación objetiva y fragmentada de la vida de un chico cualquiera, que a la narración dramática de la historia particular de alguien concreto y singular. Sé que suena algo abstracto así dicho, pero mi argumento tiene su razón de ser y gran parte tiene que ver lo que su autor elige contar, lo que decide no mostrar y los resultados emocionales que se derivan de su tono y su forma. Y es que Boyhood es una película extrañamente alejada del dramatismo, me explico, aquí no hay una historia que resalte por tener diversos nudos o giros argumentales estratégicamente dispuestos a lo largo de su metraje, ni tampoco vamos a disfrutar del típico clímax dramático en el momento habitual. La razón es más que obvia, ¿ocurren las mismas cosas en la vida que en las películas?, ¿suceden de la misma manera?. Definitivamente no. Es por ello que Linklater rehuye de las pautas habituales de la narración dramática, haciendo que su obra no fluya como una novela o un guión cinematográfico estándar, sino como la vida en sí misma, con sus etapas de estabilidad y sus cambios casi imperceptibles.

Aunque claro que existen conflictos puntuales en la historia que Boyhood nos ofrece, lo que ocurre es que los hechos más relevantes a veces se gestan durante etapas de cambio muy graduales, y otras veces durante cambios radicales y traumáticos. Tal y como sucede en la vida, las variaciones de nuestra realidad transcurren con una disposición caótica y natural a la vez. Es por ello que la trama de Boyhood no es un argumento convencional como el de cualquier obra dramática, sino que responde a la voluntad de resultar un collage de momentos dispuestos casi orgánicamente para que fluyan con el desorden natural que los mismos sucesos de la vida real poseen esencialmente.

En ese sentido, a muchos les podrá resultar una película algo fría en la que ocurre y se cuenta menos de lo esperado, en cambio para otros esta intención quizás inesperada sea la artimaña que convierte lo científico en poesía, ya que se consigue atrapar algo de la vida y el tiempo en un medio que en realidad es en sí mismo falsedad, un mero conjunto de luces a veinticuatro fotogramas por segundo. Por tanto, en tanto que se la valore como obra dramática o como concepto, dependerá que Boyhood sea catalogada por parte de quien la ve como una obra maestra o simplemente como una buena película producto de un fenomenal concepto. Tanto unos como otro tendrán su parte de razón, pero eso sí, los que se equivocan rotundamente (dentro de su libertad de opinión, claro está) son los que argumenten que Boyhood es una mala película. No se equivoquen, Boyhood podrá no ser la película que usted tenía imaginada, pero sus méritos lucen con suficiente brillo como para dejar en evidencia cualquier crítica exagerada por parte de sus detractores más radicales.

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Hace tiempo que Linklater una vez declaró algo así como: “Trato de capturar el momento en lugar de crearlo”. No es una declaración cualquiera, es una declaración de principios. Estamos ante un director que parece empeñado en atrapar con su arte los diversos momentos por los que pasamos en nuestra vida como personas (como hijos, como padres, como amantes….). Volvamos a pensar otro instante en su filmografía. Linklater está interesado en los momentos, en las etapas de una relación sentimental, en los altibajos de la vida, la adolescencia, la juventud… Todas esas etapas, todos esos momentos están condenados a difuminarse bajo el fluir imperceptible del tiempo. Es como si el momento siempre fuera ahora, pero sin embargo ese «ahora» fuera un concepto condenado a permanecer en un eterno proceso de cambio. Todo llega, todo pasa, porque cambia. Y entre tanto, nosotros ni nos hacemos a la idea de que la corriente de los días y las noches nos arrastra con ella porque estamos demasiado ocupados en hacernos preguntas sobre la vida e intentando encauzar la de los demás.

Parece como si el realizador norteamericano estuviese empeñado en mostrarnos que la vida es cambio y confusión, como si nos quisiese invitar a ser conscientes de que nadie es eterno y que no podemos atrapar los momentos porque cada uno de ellos, por bonito u horrible que pueda llegar a ser, se marchan. En ese desconcierto de alegrías y desdichas que llegan sin avisar estamos condenados (o según como se mire, bendecidos a vivir). Ninguno de nosotros, dentro de nuestra inconsciencia o de nuestro ligero discernimiento de nuestra situación como seres mortales puede nadar a contracorriente, podemos acariciar el momento, pero no atraparlo. Incluso el cine mismo es incapaz de perdurar y envejece con el paso de los años, y tampoco él puede descifrar los códigos de la vida. Por eso quizás Boyhood sea tan reacia a mostrarse presuntuosa, porque quizás esperar a hablarnos sobre el sentido de algo tan complicado como existir se le antoje una meta demasiado abstracta. Quizás por eso prefiere observar e invitarnos a a que miremos nosotros.

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¿Y qué es lo que observaremos si vamos a la sala de cine?. Una historia basada en muchos de los recuerdos del propio director cuando tenía la edad del protagonista principal, Mason (quien está interpretado con quizás demasiada indolencia por un Coltrane que en su etapa cercana a la adolescencia peca de cierta frialdad. Mason es un chico al que veremos crecer literalmente como persona y dramáticamente como personaje, desde su infancia, hasta los dieciocho años. Le veremos a Mason recibir una educación y descubrir el mundo con todo lo que ello conlleva, adaptándose como puede a los continuos cambios que la vida le trae, y cayendo en la confusión típica que el paso de los años conlleva, cuando ya no se cree en la magia del mundo, ni en los duendes, y las figuras paternales empiezan a caer como mitos todopoderosos.

Crecer es averiguar cosas, y averiguar esas cosas solamente da lugar a más preguntas, en medio de esa confusión no hay otro remedio que aprender a base de vivir, experimentar. Así que Boyhood observa con naturalidad la vida de Mason con su conjunto de experiencias, las de su familia, las de sus amigos, las de sus compañeras sentimentales… es una historia particular que bien se puede extrapolar a cualquier otra, una de esas vidas en las que, o parece que nunca pasa nada, u ocurre todo a la vez. La vida misma contada por Linklater.

En medio de esa observación hay lugar para las pinceladas sociales. Un poco de crítica antibelicista, otro poco de contexto temporal en forma de objetos «retro» y miscelánea variada, unas elecciones por aquí, algún apunte histórico por allá. Pero todo en un plano tan secundario que deja evidencia el hecho de que que estamos ante una película que pasa olímpicamente de intentar ser un retrato de la sociedad norteamericana de esa época. Como ya hemos comentado, no es esa la intención de Boyhood. Así que no merece la pena pasar por ello como algo más que una mera anécdota.

En medio de tanta intención y tanta observación encontramos pautas habituales en el cine del autor que filmó Escuela de Rock (School of Rock, 2003), por ejeplo un exquisito gusto por la banda sonora (Coldplay, Arcade Fire, Flaming Lips, Wilco, Paul McCartney…), un tratamiento de la fotografía natural discreto, y un montaje muy adecuado que hace del obligatorio uso de la elipsis algo particularmente inteligente y natural. Este último apartado es particularmente destacable ya que los continuos saltos temporales en la trama de Boyhood a veces son un guiño al espectador, quien ve con sorpresa que se pueden comprimir 12 años de vida en poco menos de tres horas con cierto garbo y precisión. Eso sí, todo sea dicho. Tanta elipsis es un punto que a su vez juega en contra a la hora de que empaticemos anímicamente con lo que se nos cuenta, ya que, por caprichos de la vida, nos emocionamos más cuando somos capaces de comprender en profundidad la pena y la alegría del prójimo, que cuando nos la cuentan por encima.

En el apartado relacionado con los actores, cabe destacar a los roles interpretados por Ethan Hawke, y sobre todo, Patricia Arquette, ya que es ella quien quizá encarna el personaje que está destinado a sufrir las situaciones más duras de todas los personajes de la película. Sin duda su actuación y su sacrificado personaje, quien lo da todo por sus hijos, pase lo que pase, es uno de los aspectos más destacados en cuanto al trabajo de todo el reparto. En el lado negativo, tenemos a un Ellar Coltrane que si bien como niño tiene un encanto innegable, se va rebelando como un actor soso y frío a medida que pasan los años por él. Quizás es lo que tiene apostar ciegamente por niños que vas a tener que mantener en tu película durante doce años, pero la verdad es que ninguno de los chavales destaca especialmente, más allá de la gracia que demuestran cuando más peques son. Como compensación, un buen puñado de secundarios jugosos equilibrarán la balanza. Pero no me cabe duda de que el factor relacionado con la labor de su protagonista más directo desalentará a más de uno a medida que la película avance en sus escenas.

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No quiero extenderme mucho más, ya creo que he hecho una concesión especial en cuanto a texto y argumentos con Boyhood. Sin duda la ocasión merece la pena. Me quedan muchas cosas en el tintero, pero tampoco es mi intención componer una especie de tesis doctoral pormenorizada, sino una crítica aproximada a lo que realmente es la última película de Richard Linklater.

Sin duda es una producción que me fascina por su concepto, pero considerada como una obra dramática, se me queda en una obra notable, aunque por algún extraño motivo, no digna de pasar a la historia. Es por ello que no me uno al grupo de devotos que no quieren ponerle ni una pega al asunto. Boyhood tiene flaquezas, puede llegar a mostrar cierta incapacidad de transmitir emociones perdurables más allá de la fascinación que su propuesta en sí misma produce. Puede hacerte que salgas del cine con cierta sensación de que algo le falla y que no sepas exactamente qué es. O puede hacerte creer de nuevo en que todo esto es un puto milagro. La vida y el cine.

Sea como sea, mucho se hablará y mucho se dirá sobre ella. Que nadie te ciegue con su opinión, toma todos nuestros argumentos a favor y en contra como una excusa para vivir la experiencia que es Boyhood. Y luego ya hazte las preguntas oportunas si te da la gana o bien lánzate a vivir sin divagar sobre el sentido de todo esto o sobre cuestiones parecidas. Qué caminos debes elegir, si hacemos bien o mal, si atender a los consejos de quienes parecen en el fondo tan confusos como nosotros, si el tiempo nos ha cambiado o si en definitiva merece la pena todo esto. Todas son cuestiones tan atractivas como difusas. A lo mejor el secreto está en que aún podemos sentir. Así que por lo pronto demos gracias a que el cine está aún ahí para hacernos sentir vivos.

Mientras sea así, que pase todo el tiempo que quiera.

Calificación: 8/10

 
 

Boyhood_Ge_MCartelTítulo original: Boyhood

Año: 2014

Duración: 165 min.

País: Estados Unidos

Director: Richard Linklater

Guion: Richard Linklater

Música: Varios

Fotografía: Lee Daniel, Shane Kelly

Reparto: Ellar Coltrane, Patricia Arquette, Ethan Hawke, Lorelei Linklater, Jordan Howard, Tamara Jolaine, Tyler Strother, Evie Thompson, Tess Allen, Megan Devine, Fernando Lara, Elijah Smith, Steven Chester Prince, Bonnie Cross, Libby Villari, Marco Perella, Jamie Howard, Andrew Villarreal, Shane Graham, Ryan Power, Sharee Fowler

Productora: IFC

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