Blade Runner
Vivimos en un mundo dominado por las nuevas tecnologías. Amarrados a nuestros dispositivos móviles, tablets y ordenadores, cada vez somos más presos de un sistema que pretende que nos alejemos de nuestras propias inhibiciones para perder la humanidad que nos queda, perder nuestro propio alma en un proceso de desevolución que se hace más notorio a medida que los años pasan. Somos meros esclavos de las máquinas y estamos aferrados a ellas para ser felices o simplemente para aspirar a llegar a serlo. Ya no hay relaciones humanas, ni tanto contacto entre semejantes. Los adolescentes (y no tan adolescentes) cada vez hablan una jerga más difusa, solo se centran en teclear como locos hasta perder el habla como meros muñecos dominados por un ente supremo y vil, como meras fundas vacías. ¿Y nuestra humanidad?
La ciencia ficción siempre ha sido capaz de leer entre líneas, de caer en la cuenta de que la destrucción de la raza humana no será debida a una bomba H, será debida a nuestra desmedida ambición: queremos aspirar a ser Dios y crear vida; y ese es el primer paso hacia la extinción. Autores como Isaac Asimov (Fundación), Arthur C.Clarke (2001: una odisea del espacio) o Philip K.Dick (Ubik) se han encargado de recordarnos en voz alta las consecuencias directas de la evolución humana y su profundo trayecto hacía lo artificial, hacía bastos mundos teñidos en gris, decadentes, profundamente anti naturales; siempre buscando lo mismo: encontrar la felicidad del instante potenciando la ciencia y olvidando nuestras sensaciones más primarias.
Blade Runner parte de esas premisas para ahondar en las dudas que pueblan el cerebro humano y sus insatisfactorias ramificaciones negativas, derivadas en el miedo más sobrecogedor. Basada en la novela de Philip K.Dick, “¿Piensan los androides con ovejas eléctricas?”, ofrece una visión de un futuro devastado, en el que el ser humano teme no sólo la naturaleza de sus propios actos si no el comportamiento de sus propias creaciones, los androides, aquí denominados Nexus (o replicantes). Creados para facilitar la vida humana en la conquista de otros mundos en un principio, llegan a desarrollar una inteligencia artificial más allá de las previsiones iniciales. Sienten, piensan por sí mismos, pueden tomar decisiones, tienen vida y se rebelan; quieren tener identidad, ser alguien, poder aspirar a evolucionar como personas…y eso no gusta al ser humano. Para ello se crean los Blade Runners, policías encargados de buscar, captar y “retirar” a los androides para así evitar posibles problemas futuros, extirpar por precaución anomalías que aún no se han producido.
A través de la visión de Deckard, uno de los Blade Runners, se narra ese proceso de búsqueda y eliminación; pero ese solo es el punto de partida, hay mucho más. En la cinta se retrata ese proceso de deshumanización de la persona, profundizando en la toma de decisiones continua en la que se ve inmersa fruto del miedo hacía lo desconocido, más que a la propia amenaza real de unos “seres” más afines a nosotros que a las máquinas. Tal como ocurre con el relato, la película aborda esas dudas dirigidas hacía que es real y que no, ¿Quiénes son humanos? ¿Quiénes son androides? ¿Qué nos distancia de estos? El ser humano es absorbido por su propia creación y no identifica ya ni su propia identidad, pretende paliar la soledad creando un mundo artificial del que difícilmente puede escapar sin destruir. No estamos preparados para soportar las consecuencias de nuestros propios actos. ¿Estamos preparados para ser personas? Negativo.
Ridley Scott creó, posiblemente, uno de los mejores productos de ciencia ficción que se recuerdan en mucho tiempo. Con una estética excepcional y unos efectos especiales de impresión, más teniendo en cuenta que el estreno fue en el 82, Blade Runner revolucionó el género de ciencia ficción apostando por una atmósfera neo-noir del todo consolidada dentro de un mundo barroco tejido de sentimientos y dudas existenciales. Supuso una senda continuista respecto a su anterior proyecto, Alien (1979), mucho menos directa y más filosófica que su antecesora pero con una esencia a clásico notoria en cada toma, en cada pequeño resquicio de guion. Interpretaciones más cuidadas dentro de una funda más bonita pero algo menos sólida.
El paso del tiempo ha hecho que la cinta se encalle en el mito para muchos, aunque para otros nunca dejará de ser una obra suficiente, no notable. La apuesta por las formas en detrimento del contenido, dos horas para contar relativamente poco respecto a la historia original (como ya ocurría con Akira), es la principal falta de la cinta y la razón fundamental por la cual la misma empeora tras su primer visionado, más si cabe tras haber visto los innumerables e innecesarios montajes finales que han ido apareciendo en las dos últimas décadas. Fuera de esa esfera de negatividad, se encuentran los fans del concepto, de la idea en la que está basada, de esa estética espectacular casi insuperable hasta la fecha, de esa música de órdago (y de Vangelis), de esas frasazas míticas y del sufrimiento de Deckard; gente para la que sigue siendo y seguirá siendo por siempre una genialidad poética futurista sin parangón, un punto de inflexión en su juventud, una verdadera obra maestra.
2015 es el año del último montaje, está vez el final, el que pone (de momento) punto final al mito. Sinceramente estamos de enhorabuena, su reestreno en cines es un regalo, sobre todo, para aquellos que no han tenido la posibilidad de poder verla en cines (aunque los retoques sean mínimos). Verla en formato digital es una delicia. Altamente recomendable sea como sea.
Calificación: 7,5/10
Año: 1982
Duración: 112 min.
País: Estados Unidos
Director: Ridley Scott
Guión: David Webb Peoples, Hampton Fancher (Novela: Philip K. Dick)
Música: Vangelis
Fotografía: Jordan Cronenweth
Reparto: Harrison Ford, Rutger Hauer, Sean Young, Daryl Hannah, Edward James Olmos,Joanna Cassidy, Brion James, Joe Turkel, M. Emmet Walsh, William Sanderson,James Hong, Morgan Paull, Hy Pyke
Productora: Warner Bros. Pictures