Belle
La carrera profesional de la actriz, guionista y directora de cine, Amma Asante, es algo que a muchos de los amantes del séptimo arte se nos presenta como un asunto más bien desconocido. No es para menos. La referencia más directa que podemos tener de la realizadora de ascendencia ghanesa es su primer largometraje, Un modo de vida (A Way of Life, 2004), un drama sobre las vicisitudes de una madre adolescente y sus tres amigos situado en el contexto de una población portuaria de un sur de Gales sacudido por la crisis. La artista británica cosechó con su primer largo un puñado de buenas críticas por aquellos festivales que desfiló, pero a partir de entonces su trabajo se ha visto desierto de nuevas obras hasta el año pasado, cuando presentó la película que desde esta semana podemos ver en nuestras salas de cine, Belle.
La última obra de Asante es un drama de época que tiene lugar en la Inglaterra del siglo XVIII. Basada en hechos reales, la película nos cuenta la historia de Dido Elizabeth Belle (Gugu Mbatha-Raw), una joven mestiza, hija legítima de un almirante de la Marina Real que se ve relegada a crecer lejos de su atareado padre y de su apenas conocida madre, en la ostentosa mansión de los Mansfield, donde viven sus aristocráticos tíos-abuelos. A Elizabeth Belle, crecer en las circunstancias de la Inglaterra de la esclavitud y los casi nulos derechos de la mujer se le va a hacer cuesta arriba, pues ni su color de piel ni su condición sexual le van a permitir que disfrute de las libertades que cualquier ciudadano británico puede gozar. Irónicamente las trabas que se le presentan a Belle no son sólo legales, pues como ya hemos señalado, su condición legal está totalmente regularizada como ciudadana británica. Los problemas vendrán, como casi siempre, de los prejuicios raciales y de género que vician la sociedad en la que Elizabeth vive, una sociedad que enjuicia a las personas en función de su rango social y económico, de su sexo, o en el caso de las personas de color procedentes de las colonias británicas, en función de su condición de esclavos, liberados, o simplemente del color de piel que estos tengan.
Elizabeth Belle ha tenido la mala suerte de ir a parar a un país que la sitúa prácticamente en el lugar más bajo de los casi infinitos escalafones en los que se mide al prójimo. Por suerte para ella, bajo su mismo techo vive su prima Elizabeth Murray, una figura que será el pilar emocional de la protagonista cuando sus fuerzas ésta se tenga que enfrentar a los prejuicios que salpican su día a día y sus fuerzas empiecen a flaquear. Aunque bueno, los tiempos difíciles forjan personas valientes, así que Elizabeth se verá obligada a luchar contra lo que haga falta con tal de que la reconozcan como el gran ser humano que es, más allá de sus apariencias externas.
Tomando como excusa narrativa los vergonzosos acontecimientos ocurridos en La Masacre de Zong, un hecho histórico que se resume en el asesinato deliberado y encubierto de 142 cautivos por parte de los responsables de un carguero de esclavos con el objetivo de que su aseguradora les pagase la compensación pertinente por “la mercancía” perdida, la película nos cuenta con un tono encorsetado y flemático una historia de amor, clasismo, y odios raciales que no solo nos narra la historia de una muchacha que debe hacerse su sitio en una sociedad que la margina, sino que plantea una serie de cuestiones éticas, que si bien a estas alturas no son ninguna novedad, nunca está de más recordarlas de vez en cuando (si no echen un vistazo a la actualidad de nuestro mundo en los medios de comunicación).
Es curioso, pero el principal problema de Belle no reside en ella misma. La película, aunque no sea una obra que se pueda considerar ninguna obra maestra, es una de esas cuidadas producciones a las que resulta difícil ponerles alguna traba. Tiene un reparto competente que ejerce su oficio con rigor y profesionalidad (desde la desconocida actriz que encarna a la protagonista, hasta el consagradísimo Tom Wilkinson, quien encarna a Lord Mansfield con un porte y un carácter digno de mención). Su dirección artística es igualmente sublime y está cuidada al detalle, por otro lado, sus planos son las más de las veces todo un regalo para la vista, pues muchas de sus tomas parecen obras de museo. Sin embargo, tal y como veníamos anticipando la obra decae por influencias totalmente ajenas a ella misma. Y es que resulta inevitable no recordar otros títulos (algunos recientes, como 12 años de esclavitud de Steve McQueen, presentada en 2013) que por méritos propios dejan algo ensombrecida la cinta de la prometedora directora británica. Por ejemplo, cualquiera que haya tenido el placer de recrearse con el arte de la genial Jane Austen, ya sea en las páginas de un libro o en alguna de las numerosas adaptaciones que se han hecho a la gran pantalla, entre las que destaca el Orgullo y prejuicio de Joe Wright (2005), podrá darse cuenta sin demasiado esfuerzo que Belle trata algunas de las cuestiones que aparecen en las otras obras con mucho menos genio y soltura. Es decir, todo aquel que haya quedado marcado por el ingenio de Austen irremediablemente acabará nostálgico del sentido del humor, la inteligencia y el afilado tacto que tanto hacen destacar a sus títulos entre todos los demás.
Belle va sobrada de planificación, pero carece de esa chispa de ingenio y espíritu a la hora de calar en el espectador, su propio rigor y su aristocrático tono de emociones contenidas es una barrera que por desgracia la separa de lo magnífico y la aleja un poco de quien decide acercarse a ella. Todo lo que vemos lo hacemos con la sensación de que ya nos lo han contado en otra ocasión, y lo que es más importante, mejor.
¿Estamos entonces ante una película recomendable?. La respuesta depende de si ya tienes otras obras de referencia que traten un conjunto temático similar al que se nos ofrece. Pagar la entrada para disfrutar de Belle cuando ya se tiene cierta saturación en cuanto a propuestas parecidas juega proporcionalmente en contra de la cinta. Pero todo esto no quita que estemos ante una producción que agradará a quienes disfruten de los dramas de época, la narración sosegada y académica, las historias amor dispuestas a superar barreras, y la vistosidad que los grandes palacios, los enormes jardines y los preciosos vestidos pueden obsequiar.
Quizás la mala suerte de la última película de Amma Asante reside en haber salido la luz en un momento poco adecuado. Como la protagonista de la película, le toca injustamente luchar contra prejuicios y comparaciones en base a otros modelos ya existentes. No se me escapa que quizás es injusto someterla a un juicio de tal rasero, pero a lo mejor si su responsable más directa, hubiese sido más valiente a la hora de presentar un guión que peca en demasía de contención e incluso de algo de previsibilidad, la cosa hubiera sido distinta.
Para hacerse un hueco en cualquier lugar hay que luchar, es una de las conclusiones que los espectadores sacamos cuando termina la película. Pero luchar implica arriesgar, y aquí se intuye demasiado miedo a salirse de los márgenes. Por tanto, el esfuerzo queda patente, pero me huele a que su directora aún deberá proseguir su batalla para convencernos al resto de los mortales de que se merecen un lugar entre los grandes de la fábrica de sueños.
Calificación: 6/10
Año: 2013
Duración: 105 min.
País: Reino Unido
Director: Amma Asante
Guion: Misan Sagay
Música: Rachel Portman
Fotografía: Ben Smithard
Reparto: Gugu Mbatha Raw, Tom Wilkinson, Sam Reid, Sarah Gadon, Miranda Richardson, Penelope Wilton, Tom Felton, James Norton, Matthew Goode, Emily Watson
Productora: DJ Films Ltd.