Astérix: La residencia de los dioses
“Estamos en el año 50 antes de Jesucristo. Toda la Galia esta ocupada por los romanos… ¿Toda? ¡No! Una aldea poblada por irreductibles galos resiste todavía y siempre al invasor”. Muchos sabemos que tras estas palabras normalmente nos espera un buen rato de diversión. Ya sea en formato papel o trasladadas a la pantalla, las aventuras de Astérix y su inseparable amigo, Obélix han sido, desde hace mucho tiempo, un sinónimo de risas y entretenimiento. Astérix y Cleopatra (1968), Astérix y las 12 pruebas (1976), su andaduras en Bretaña o sus aventuras con los vikingos… cualquier ejemplo vale, pues aquellos que hayan devorado las páginas de cualquiera de las obras de Goscinny y Uderzo saben que estos locos galos tienen la capacidad de poner de buen humor a cualquiera. Siempre amenos y más afilados de lo que puede parecer a primera vista, los personajes de nuestro país vecino forman ya parte del patrimonio cultural y humano de todo el mundo, resistiendo a modas y tendencias efímeras durante unas cuantas décadas; no es para menos, pues ya sabemos que esta tropa es bien dura de pelar.
Han tenido que darse varios tropiezos en forma de películas algo desangeladas para caer en la cuenta de que a estos aplasta-romanos lo que mejor les sienta es poder desenvolverse en el terreno de la animación. Ni Depardieu ni Clavier supieron dar forma con la suficiente consistencia a unos héroes que siempre se han encontrado más cómodos entre la tinta y los colores. Ahora, con Astérix: La residencia de los dioses (Astérix: Le domaine des dieux, 2014) y de la mano de Louis Clichy y Alexandre Astier los de Panorámix vuelven a sus clásicas aventuras en un terreno igual de clásico, aunque adaptado a los nuevos tiempos, el de la animación 3-D, un lavado de cara que les sienta mejor de lo que podría pensarse y un toque de frescura que, a pesar de que no tiene el encanto de aquellas películas de dibujos de años atrás, se agradece y disfruta a partes iguales.
En esta ocasión, el obstinado emperador romano, Julio César decide cambiar de táctica para tratar de doblegar a la aldea de los irreductibles galos: Dado que la fuerza no parece el camino adecuado para vencerlos, el caudillo decide intentar seducirlos con otras artes más disimuladas; el arma que decide usar es la esplendorosa cultura del Imperio, pues según su punto de vista, nadie que sea mínimamente cabal podría resistirse a las mieles de la cultura romana. Así pues, César ordena construir al lado de la aldea una lujosa residencia para romanos. Iniciando lo que será un choque de culturas tan divertido como inefable.
En un mercado saturado de propuestas que intentan seducir (casi a cualquier precio) a niños y mayores para sentarlos durante hora y media en la butaca de cine, se agradece que de vez en cuando aparezcan obras con alma y carácter. Las productoras de todo el mundo no dejan de buscar esa fórmula mágica que contente a los más jóvenes y viejos de la casa haciendo que en la maraña de películas que terminan viendo la luz abunden más los engendros que las perlas. Y es que, sin duda, el cine familiar es un terreno más difícil de lo que parece. En este contexto, Astérix: Residencia de los dioses se presenta como un soplo de aire fresco que nos recuerda que quizás dicha fórmula se ha asentado siempre en dos principios tan sencillos como sabios: no tratar a los peques como personas sin cerebro y recordarle al adulto que no está mal dejarse llevar de vez en cuando por el espíritu juguetón de la juventud. Así pues, la obra adaptada por Alexandre Astier es un derroche de imaginación e inteligencia que tiene su virtud en situarse en un punto intermedio entre nuestro humor más básico (el de los mamporros y los romanos volando) y las carcajadas más finas y sutiles (aquellas que producen sus impagables juegos de palabras y guiños al mundo adulto). Por supuesto que nada de esto es nuevo, y quizás ahí reside su virtud. ¿Para qué tocar algo que funciona?. Sería un suicidio relegar la receta de siempre a un segundo plano por culpa de los nuevos gustos, aunque seguramente no sea fácil resistirse a ello, es por eso que se podría decir que el acierto de Astérix: La residencia de los dioses es doble.
En medio de los trompazos, los romanos muertos de miedo, los aspavientos del César, las pociones mágicas y las desternillantes discusiones entre los aguerridos y carismáticos personajes que componen la aldea gala encontraremos que además se puede disfrutar de una sátira casi permanente de muchos de los temas que nos han venido atormentando como sociedad moderna, la cual (no olvidemos esto), no deja de ser hija lejana de aquella romana contra la que luchan Astérix y Obélix. El absurdo peso de la burocracia y sus descabellados trámites, la colonización y los efectos del capitalismo y el comercio en las culturas ajenas al sistema o la lucha por los derechos de los trabajadores, por poner algunos ejemplos, son revisados con la sorna típica de estos maestros galos. Y lo mejor de todo es que los numerosos chistes, gags y situaciones hilarantes se suceden con un timing tan ágil y preciso que la comedia reluce de una forma que, casi, nos habían hecho olvidar.
Parece que Astérix y Obélix han vuelto más en forma que nunca, ambos encarnan dos de las virtudes de elevan el listón de una franquicia que perdió fuelle en los últimos años pero que no se resigna a extingirse: la inteligencia y la fuerza. Ojalá nuestros nobles héroes resistan por muchos años más a las continuas presiones que la historia parece destinada a ejercer sobre ellos porque, mientras sea así, podremos seguir creyendo un poco más en el romanticismo de aquellas cosas que resisten, valientes, a los embistes de otros tiempos.
Calificación: 7’5/10
Título original: Astérix: Le domaine des dieux
Año: 2014
Duración: 82 min.
País: Francia
Director: Louis Clichy, Alexandre Astier
Guion: Alexandre Astier (Cómic: Rene Goscinny, Albert Uderzo)
Música: Hubert Cornet
Fotografía: Animación
Reparto: Roger Carel, Lorànt Deutsch, Laurent Lafitte
Productora: SND / M6