Análisis de la Sección Oficial del 67º Festival de San Sebastián (y III)

El análisis de la Sección Oficial llega a su fin con este tercer y último artículo. Aquí se encuentran las películas que considero fallidas, decepcionantes o demasiado planas, tanto de la SO a competición como las tres (finalmente cuatro) que no competían, pues todas ellas cumplen con estas consideraciones. Así ocurrió con la canadiense Y llovieron pájaros, convencional adaptación de la espléndida novela homónima de la escritora canadiense Jocelyne Saucier (publicada en castellano por Minúscula). La dirige Louise Archambault y en ella se narra la convivencia entre tres ancianos que decidieron vivir en el bosque retirados del mundanal ruido por diferentes circunstancias. Una joven fotógrafa y una anciana se introducirán en sus vidas provocando diversos conflictos. Este drama acerca de la vejez, las segundas oportunidades y el amor como motor de la vida, introduce otros temas más espinosos como el derecho a decidir la propia muerte o el dilema de publicar o no las obras inéditas de un autor ya fallecido. Tras una interesante introducción de todos los personajes, algunos de estos dispondrán de la profundidad y el desarrollo que necesitan, pero otros no correrán tal suerte. Una narración algo deslavazada y la supresión de un importante personaje que aparece en la novela, hacen que la película no recoja en su totalidad el espíritu de esta. Aunque emotiva, sincera y delicada con sus protagonistas más longevos, Y llovieron pájaros supone un ligero traspiés en la trayectoria de Archambault después de la notable Gabrielle (2013).
Simplón resultó ser también Blackbird, remake del drama danés Corazón silencioso (Bille August, 2014) –el cual compitió igualmente en San Sebastián, consiguiendo la Concha de plata a la mejor actriz para Paprika Steen- y que sale a flote gracias a sus actores protagonistas. El veterano director Roger Michell inauguraba esta edición del festival con la historia de una mujer que reúne en casa a toda su familia durante un fin de semana para pasar con ellos los últimos días de su vida, antes de que se aplique la eutanasia. Todo se narra con escasa emoción, todo es filmado según los cánones del cine estadounidense más puritano, cobarde y anquilosado. Como ocurría con el filme de August, es en el tercer acto donde la película posee menos garra y algunas revelaciones de la trama resultan forzadas, no habiendo lugar para la sutileza. Para más desgracia, Michell desdibuja a uno de los personajes más interesantes de la versión original, como es el de la pareja de la hija menor, aquí convertido en una chica vegana de escasa hondura y sin la chispa que poseía el porreta de la versión danesa. Lo positivo es que el tono cómico se mantiene y, como quedó escrito antes, cuenta con un notable reparto encabezado por Susan Sarandon, Kate Winslet y Sam Neill.
Se esperaba con ganas la nueva obra de la interesante realizadora polaca Malgorzata Szumowska (Cuerpo, Mug), pero The Other Lamb se convirtió en la gran decepción de esta edición del Zinemaldia. En ella se presenta a la hija de un líder de una secta que vive en mitad del bosque junto a su padre y las numerosas esposas e hijas de este. Más preocupada por la carcasa que por el interior, Szumowska orquesta un recital de sangre, gritos y animales muertos a la búsqueda del impacto pero que termina alcanzando la vacuidad. Todo al servicio de un relato de iniciación, sobre la madurez y el mal del patriarcado. En The Other Lamb confluye la arbitrariedad narrativa con la previsibilidad de su trama, pero nos deja, al menos, un puñado de estampas de enorme belleza.

También decepcionante para muchos (un servidor incluido), pero emocionante para otros fue Zeroville, la enésima película de James Franco, el actor que dirige tres o cuatro largometrajes por año. Todo comenzó mal para Franco, pues la película, que inicialmente se presentaba a concurso, quedó fuera de competición tras ser estrenada unos días antes en los cines de Rusia, incumpliendo así las bases del festival donostiarra. Anécdotas aparte, Zeroville es un batiburrillo de ideas repleto de personajes acartonados -siempre con la caricatura por delante-, con una caótica narración que logra el bochorno. La historia es la de un joven salido de un seminario al que contratan para realizar decorados de cine en Hollywood. Su pasión por el séptimo arte lo lleva directo a la locura en ese mundo de artistas y desconcierto. Zeroville pretende ser un homenaje al cine y a la labor del montador, pero el montaje de esta es tan errático como desastroso. Franco la ha pifiado, aquí confunde la libertad con la barrabasada.
El argentino Sebastián Borensztein (Un cuento chino, Capitán Kóblic) estuvo presente con La odisea de los giles en SO fuera de competición, una adaptación de la novela La noche de la Usina, del escritor Eduardo Sacheri. Una trillada comedia familiar con todos los clichés posibles que recrea las aventuras de un grupo de giles (dícese en Argentina de aquellas personas que por demasiado ingenuas pasan por tontos de cara a los demás) que pierden el dinero que habían invertido para reflotar una cooperativa agrícola debido al corralito de 2001. Hay algunos golpes cómicos muy efectivos, alumbrados gracias a ciertos diálogos y, sobre todo, a un destacado reparto que lideran Ricardo Darín y Luis Brandoni. Pero languidece debido a su exiguo espíritu de furia, de rebeldía, la película nunca se aleja de la convención. No será esta la obra que haga enfurecer y salir a la calle a los argentinos en contra del sistema.

Otra comedia con poco fuste fue Diecisiete, nuevo largometraje de Daniel Sánchez Arévalo, quien vuelve a tratar asuntos como los lazos familiares y el saber perder –ejes que vertebran su filmografía- en la historia en caravana de dos hermanos, un perro de tres patas y una abuela moribunda. Sánchez Arévalo impregna la narración de su particularísimo humor bañado por el drama, en un filme en el que sus personajes y situaciones tan impostados, tan interesados en conectar siempre con el público, terminan ahogándose bajo la fórmula de aunar la feel good movie y la road movie. La omnipresente música de Julio de la Rosa enfatizando las secuencias tampoco ayuda. Sánchez Arévalo sigue teniendo en su ópera prima, Azuloscurocasinegro, la mejor película de su filmografía.
Para clausurar la Sección Oficial los programadores optaron por la canadiense The Song of Names, drama dirigido por François Girard, realizador experto en narrar historias en las que la música es parte fundamental de ella. Adaptando la novela de Norman Lebrecht, Girard compone un filme academicista colmado de intrascendentes diálogos y un final interminable. Nula entrega por parte del reparto para una trama en la que dos jóvenes que crecen juntos se separan al desaparecer uno de ellos antes de dar un importante concierto. Tres líneas temporales (infancia, adolescencia y adultez) que se entremezclan entre la música clásica, rituales del judaísmo y el campo de concentración de Treblinka. No es esta la obra que merecía clausurar un festival como el de San Sebastián.