Análisis de la Sección Oficial del 67º Festival de San Sebastián (II)

Tras repasar los títulos más notables de Sección Oficial para quien esto firma, he aquí otras propuestas, de diferentes países y estilos, que también merecen ser reconocidas por su contribución a la elevada calidad de la programación. Empecemos por la española La hija de un ladrón, la esperada ópera prima de la realizadora Belén Funes, quien ya apuntaba maneras con sus cortometrajes La inútil (2016) y Sara a la fuga (2015), este último protagonizado por el personaje en el que se basa para crear su primer largometraje. Una adolescente llamada Sara que se busca la manera de salir adelante en la más absoluta soledad y en territorio hostil: un barrio marginal y pobre. Sara tiene un hijo, y ese hijo tiene un padre, el cual no quiere seguir siendo novio de Sara. La figura materna de Sara se halla ausente y, la paterna, es un buscavidas que acaba de salir de la cárcel y que solo le trae problemas. Sara también tiene un hermano, del que desearía poseer su custodia. ¿Quién eres?, le preguntan a Sara en una ocasión, y solo el título de la película tiene una respuesta clara al respecto. Deudora de los Dardenne, Funes elabora un drama social indagando en el desarraigo familiar, el abandono paternal y la sensación de desamparo. Al hilo de obras de trama similar producidas en nuestro cine en los últimos años como Hermosa juventud (Jaime Rosales, 2014) o Techo y comida (Juan Miguel del Castillo, 2015), que tienen como protagonistas a personajes de extrarradio y a la crisis económica y sus estragos como telón de fondo, La hija de un ladrón se hace grande al no caer en el miserabilismo con su protagonista –como ocurría con la cinta de Juan Miguel del Castillo- y al dibujar un personaje femenino de gran hondura psicológica (interpretado con rigor por Greta Fernández). La solidez y coherencia de su puesta en escena hacen de esta obra el debut de una cineasta con enorme proyección de futuro.
Muy femenina y feminista también resultó ser Proxima, el tercer largometraje de la directora y guionista francesa Alice Winocour. El arduo entrenamiento de una astronauta que tiene como misión viajar en breve a Marte le sirve a Winocour tratar temas como la maternidad o el machismo. Se destaca su corrección a nivel formal, sus interesantes metáforas narrativas (como la herida que no cicatriza, la incomunicación durante la cuarentena o los caballos galopando en libertad) y la hermosa partitura de Ryuichi Sakamoto que se ajusta al relato. Su tercer y último acto, sin embargo, se aprecia algo reiterativo en su mensaje, aunque la convincente actuación de Eva Green y la sensibilidad de la directora para profundizar en la relación maternofilial que se expone hacen que se pase por alto.

Otro trabajo actoral imponente fue el de la veterana actriz Nina Hoss –Concha de plata a la mejor actriz junto a Greta Fernández- quien encarna a una desquiciada profesora de violín con manías obsesivas incontrolables y una inestabilidad emocional muy sufrida en la alemana The Audition. La psicosis de esta profesora por enseñar a una joven promesa del violín es utilizada por la realizadora Ina Weisse para retratar el horror que provoca la más severa disciplina, la ambición más desmedida por alcanzar la perfección, por llegar a situarse entre los mejores, en este caso en el manejo de un instrumento musical. La técnica con sangre entra. Una Whiplash en alemán, formalmente sobria, que tiene en el matizado personaje de la profesora y la interpretación de Hoss lo mejor de la función, junto a un poderoso y estremecedor desenlace.
La otra película sobre la Guerra Civil española a concurso fue Mientras dure la guerra, séptimo largometraje de Alejando Amenábar, quien plasma las dos Españas en el marco de las primeras semanas del alzamiento militar que liderara Franco y sus aliados en 1936. Lo hace a través de las dudas y cambio de posición del escritor y rector de la Universidad de Salamanca Miguel de Unamuno y su confrontación con el militar franquista Millán-Astray. El proyecto era complejo y arriesgado, pero puede afirmarse que Amenábar sale airoso. Y eso pese a que su puesta en escena es demasiado académica, le sobre bastante subrayado musical que busca enfatizar el dramatismo de las escenas, y se permita varias licencias históricas (sin ir más lejos las célebres frases finales del escritor que jamás fueron pronunciadas tal y como se muestran en la cinta y que los investigadores han desmentido hasta la saciedad). Por contra, consigue secuencias notables, como aquella en la que los soldados cantan el himno ante la bandera bicolor. No se trata, ni mucho menos, de la mejor obra de Amenábar, ni siquiera de las mejores sobre la Guerra Civil, pero sí un aporte necesario sobre la atávica rivalidad entre bandos, sobre la necedad de las patrias y las banderas, y un alegato a favor del sentido común, el pensamiento y los intelectuales, discurso ya visto en Ágora (2009) y, en menor medida, en Regresión (2015), sus dos obras anteriores. Al acabar el visionado de Mientras dure la guerra podría gritarse como respuesta: ¡Viva la inteligencia, muera la ignorancia!
Cambiando absolutamente de género se presentó en San Sebastián la otra producción francesa a concurso, Thalasso, secuela de El secuestro de Michel Houellebecq (2014), que como aquella también dirige y escribe Guillaume Nicloux. Se trata de una divertidísima continuación de esa extraña película, que comienza justamente con sus últimos minutos para regresar en la pantalla 5 años después con el escritor Houllebecq (de nuevo interpretándose a sí mismo en una actuación memorable) internado en un centro de talasoterapia. Allí hará amistad con el actor Gérard Depardieu (también haciendo de él mismo), con quien se verá envuelto en desternillantes situaciones relacionadas con sus tratamientos y la llegada de los antiguos secuestradores del novelista. Punzantes diálogos y un diseño formal que mejora a su antecesora, la nueva obra de Nicloux es esa válvula de aire fresco que todo festival necesita, siempre con la mirada puesta en la muerte, la vejez y la fama.

Producido por Darren Aronofsky y apoyado por la Fox, Pacificado, el debut del estadounidense Paxton Winters, es la respuesta cinematográfica a los Juegos Olímpicos celebrados en Río de Janeiro en 2016. La Unidad de Policía Pacificadora que hace mención el título fue creada para lavar la imagen de las favelas y tenerlas controladas encarcelando a los líderes de estas de cara a la celebración de los JJOO. Esta estrategia policial y política se presentó al mundo como un rotundo éxito, pero Winters nos desvela la otra cara de lo ocurrido. La película comienza con la clausura de estos Juegos y con Tati, la joven protagonista con la cual se muestra las miserias allí escondidas -tráfico de drogas, presencia omnipresente de armas, el hurto como medio de vida, la corrupción institucional- inquieta ante la salida de la cárcel de su padre, antiguo líder de su favela. Este, al ver que otro ha ocupado su puesto, tendrá que tomar varias decisiones en un ambiente cada vez más inestable. Pacificado, que se rodó en el interior de una favela, supone una correcta ópera prima, al que le sobra metraje pero que se aprecia el fluido manejo de los tiempos narrativos. Su fotograma final y la forma en la que concluye la película dan cuenta de la cruda cotidianeidad de las personas que viven en estos lugares, hayan sido estos sede de los JJOO o no. Una Concha de Oro que, como quedó escrito en el artículo anterior, parece venirle algo grande a este filme, pero que no impide apreciar y valorar los numerosos aciertos que posee.
Otra propuesta en la que la originalidad no es su fuerte es Rocks, donde la directora británica Sarah Gavron sumerge al espectador en la vida de una adolescente de raza negra en Londres. Rocks es su apodo y una mañana le abandona su madre, quedándose ella a cargo de su hermano pequeño y esquivando constantemente a los servicios sociales, pues la joven desea afrontar sola la situación y así no poner en peligro a su progenitora. Se trata de una película que ya hemos visto antes, quizá con Fish Tank (Andrea Arnold, 2009) como gran referente. Se inserta en la narración grabaciones en vertical grabadas por los móviles de las chicas protagonistas, añadiéndose así una muestra de los tiempos que habitamos. Una cinta amena, familiar, que invita al optimismo y que no cae en el tremendismo, que respeta a sus personajes y que aprovecha la naturalidad y la frescura de su reparto no profesional.