Análisis de la Sección Oficial del 67º Festival de San Sebastián (I)

Valorar el estado de un festival de cine por su palmarés resulta una opción absolutamente desaconsejable. En ocasiones, como el caso que nos ocupa, la ecléctica, exploradora, original y fresca selección de películas de la Sección Oficial no se ve reflejada en el palmarés pergeñado por el Jurado Oficial. Los premios otorgados en esta edición han dejado en evidencia dos grandes males: la decidida apuesta por lo conocido, alejándose de cualquier atisbo de riesgo, y la nula querencia por la diversidad en el reparto de los galardones. Que la brasileña Pacificado (primera obra de este país que gana la Concha de Oro en la historia del certamen), tan sencilla como convencional en sus formas y en la que ni crítica ni público apostaban por ella para alzarse con el máximo premio, se convierta en la gran triunfadora resulta frustrante para un festival, máximo parapeto del séptimo arte que debiera primar la originalidad, la autonomía y la osadía. Que además al filme ganador de la Concha de Oro se le obsequie con dos premios más solo puede entenderse como signo de apatía, incluso de desprecio al resto de títulos de la sección. El dato es sorprendente: 2 películas se reparten 5 de los 8 premios dados.
Un Jurado Oficial, liderado por el irlandés Neil Jordan, que no estuvo a la altura ni de la programación ni de su labor como jurado de un festival artístico, que estuvo más cerca de los Premios del Público que de lo que se le presupone a un tribunal de estas características, como sí lo hicieron los compañeros de otras secciones como Zabaltegi-Tabakalera o New Directors. Pero como ha quedado escrito al principio, un palmarés no siempre refleja la calidad de las películas exhibidas en su sección, así que esta crónica comenzará por lo más destacado de la SO en esta edición número 67 del Festival de San Sebastián. Desde Kazajstán llegó A Dark-Dark Man, la película más brillante e hipnótica de la competición oficial. El realizador kazajo Adilkhan Yerzhanov se sumerge en la sordidez de la corrupción policial y política de su país en un noir de secuencias con gran poder de atracción, donde la violencia aparece en dosis bien medidas y hasta el humor tiene cabida, otorgando al filme una atmósfera novedosa con ecos a Kaurismäki. La luminosa fotografía de Aydar Sharipov y un diseño de efectos sonoros prodigiosos hacen el resto. Un detective corrupto, una periodista en busca de verdad y un falso culpable con discapacidad psíquica que circundan alrededor del asesinato de un niño es la premisa de una trama que tiene en la estepa kazaja otro personaje elemental.

Desde Portugal llegó Patrick, inmenso ejercicio de contención narrativa y formal. La ópera prima de Gonçalo Waddington es una radiografía del horror, la identidad, la enfermedad y el silencio. Un adolescente de 20 años es detenido en París acusado de graves delitos, allí los agentes comprobarán que el joven no es quien dice llamarse, sino Mário, de nacionalidad portuguesa y raptado hace 12 años. El trauma del abuso sexual y el secuestro es representado a través de un personaje frío y esquivo, incapaz de exteriorizar tanto dolor, exactamente lo que le ocurre a su familia. El uso de la elipsis, del fuera de campo y la lentitud con la que presenta a los personajes y muestra los escenarios de la atrocidad hacen de Patrick un filme hábil en el manejo de sus elementos y que jamás tropieza en lo escabroso ni en el dramatismo simplista.
Jon Garaño, Aitor Arregi y José Mari Goenaga -responsables de las celebradas Loreak (2014) y Handia (2017)- regresaron al Zinemaldia con La trinchera infinita, su primera película en castellano, que sí tuvo el merecido reconocimiento del jurado con los premios a la mejor dirección y al mejor guion. En ella se narra el calvario vivido por un topo y su familia durante el franquismo. Arranca con mucho nervio, cámara en mano, en unos soberbios 20 primeros minutos en los cuales el espectador será testigo de los arrestos franquistas a todos aquellos que apoyaron la República. Posteriormente la imagen se estabiliza y aparecerán planos desde las rendijas y orificios de escondites, así como desde las ventanas, provocando la sensación de angustia y encierro del protagonista (un pletórico Antonio de la Torre) una vez oculto en sus madrigueras. La mayor virtud de la cinta reside en la capacidad de sus directores de mirar al pasado manteniendo un pulso con el presente, con gran ingenio en el nombre de los capítulos en los que se divide la narración y apelando en todo momento a la memoria.
Producida por Michel Franco y dirigida por el debutante en el largometraje David Zonana, la mexicana Mano de obra es un sorprendente drama de denuncia social en el que es difícil adivinar qué va a suceder en cada paso que da. Una narración plagada de estupendas elipsis en la que su mensaje poco humanista seguro no agradará a muchos. Una cuadrilla de obreros trabaja en la construcción de una lujosa vivienda para un millonario. Uno de esos obreros muere en un accidente y en el informe de su defunción consta que había tomado alcohol, cuando el difunto ni siquiera bebía, por lo que la familia no recibirá indemnización alguna. Su hermano reclama justicia, pero esta es desoída de manera inmisericorde. A través de encuadres fijos, dejando a los personajes interactuar entre ellos sin cortes en el montaje, Zonana deja expuesto el engranaje de la sociedad, la lucha del individuo por situarse constantemente en mejor posición que sus congéneres. Una película tan incómoda como certera, en la que el humor se introduce de forma dañina, que hiere.

China estuvo presente en la SO con Lhamo and Skalbe, en la que su director, Sonthar Gyal, inspecciona la sociedad tibetana a través de los personajes del título, una pareja que desea contraer matrimonio. La burocracia no se lo permite, porque él ya estuvo casado anteriormente y necesita que su ex esposa firme presencialmente el acta de divorcio. El problema surge cuando se entera de que ella se ha hecho monja y vive recluida en un monasterio. Toda esta gestión provocará conflictos en la pareja y saldrán a relucir antiguos secretos. Cocida a fuego lento, esta enigmática obra versa sobre el concepto de familia, la importancia de los rituales en el Tíbet actual y la comunión entre pasado y presente. La representación de una ópera tibetana actúa como vaso comunicante para analizar estos temas. Lhamo and Skalbe es un poema misterioso y visualmente bellísimo que no debió pasar tan desapercibido entre la crítica.
No fue el caso, para bien y para mal, de la chilena Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, la propuesta más radical y estimulante de todo el certamen. El francotirador del celuloide Torres Leiva centra su trama en una pareja sentimental en la que una de ellas se encuentra gravemente enferma. Entre medias, tres historias entre oníricas, pretéritas y de fábula, que se relacionan con la historia principal de diversos modos y que tienen a la naturaleza como marco. Con planos muy cerrados, asfixiantes, y una optimista luz en sus imágenes, Torres Leiva arma una obra abstrusa, libre y explosiva. Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, aunque imperfecta, es el tipo de filmes a reivindicar en un festival, por su radicalidad y originalidad. Si sus primeros minutos provocan desasosiego, sus últimos son tan desconcertantes como liberadores. Nunca el dolor y la muerte habían sido representados así. Pura dinamita.
Fascinante! Gracias por compartir tu trabajo.