Aguas tranquilas
Horas después de haber visto Aguas tranquilas (Futatsume no mado, Naomi Kawase, 2014) se me viene a la cabeza que la metáfora que se utiliza constantemente en su guión ya la conocía de otras obras. Aquella idea de utilizar el mar como símbolo de la frontera entre lo que conocemos y lo que escapa a nuestro entendimiento y nuestros sentidos ya me sonaba de haberla leído en las páginas de Moby-Dick (Herman-Melville) o en las de Walden (texto de Henry David Thoreau la cual, por cierto, me consta de haberla citado en otra crítica anterior. Aunque en este caso se trataba de un lago el objeto simbólico), dos de las obras más importantes del movimiento trascendentalista norteamericano original del siglo XIX. Ninguna de estas relaciones entre la película de la realizadora japonesa y los escritores norteamericanos es frívola o casual, pues podemos afirmar que Aguas Tranquilas tiene mucho de la espiritualidad trascendentalista y las inquietudes de ésta, aunque claro está, a causa de su contexto geográfico y cultural, todo su argumento está empapado por una esencia oriental que nos remite a los postulados religiosos y folclóricos propios de la nación del sol naciente. Con esto queremos decir que estamos ante una obra con motivaciones filosóficas; la última cinta de Kawase es una de esas obras que lanza más preguntas que respuestas y se permite tratar al espectador como un ser inteligente y sensible que sabe inferir sus propias conclusiones ante lo que se le sugiere. Aunque suene a cliché, Aguas tranquilas no es una película para todo el mundo, sino más bien una propuesta de target minoritario que utiliza la sugestión sensorial y las relaciones entre los seres humanos y su entorno para hacernos reflexionar sobre las dudas eternas que nos inquietan desde que somos seres inteligentes, aquellas que tienen que ver sobre el sentido de la vida, el amor y la muerte.
Quienes no conozcan la obra de la realizadora japonesa y decidan ver su última película tal vez se encuentren con un microcosmos tan particular que difícilmente remite a otras obras cinematográficas. Quizás lo más acertado sería pensar en Terrence Malick, autor con quien comparte temática y elementos argumentales comunes, pues ambos hacen una lectura espiritual a partir de elementos naturales. Tanto Malick como Kawase, Melville o Thoreau intentan resolver sus dilemas metafísicos partiendo de lo sensitivo, uno de los infinitos caminos de los muchos que hemos inventado para intentar descifrar el mundo de lo intangible.
¿Qué es lo que se esconde tras la superficie de las cosas que vemos, tocamos o podemos sentir? ¿Podremos alguna vez aliviar nuestra angustia vital averiguando las incógnitas que hay en el fondo inexorable de aquel lugar donde no llegan nuestros sentidos o tendremos que terminar por rendirnos y aceptar de una vez por todas que nos es imposible saber cuáles son los motores y arcanos de la vida? Aguas tranquilas habla de todo esto y parece sugerir que es inevitable adoptar una postura estoica ante el curso natural de nuestra existencia. Intentar resistirse a aceptar que la vida, la muerte, el amor y el desamor son parte de nuestro destino y siempre serán un misterio solo nos llevará al sufrimiento, por lo que la mejor opción es adaptarse a todo lo que nos ocurre sin miedo, entendiendo que, aunque no vayamos a saber nunca lo que hay más allá de la frontera de lo cognoscible, somos parte de ello y debemos disfrutar del camino, aunque no sepamos hacia dónde nos lleva. O según quiera verse, sumergirnos en las olas del mar, aunque no sepamos lo que guardan sus profundidades y a veces éste se torne un elemento hostil o caprichoso capaz de hacernos daño.
Como ya hemos visto, espiritualidad y filosofía confluyen y son a su vez los motores centrales de la obra de Kawase. Por tanto, sobra decir que estamos ante una película de tono contemplativo, pausada y reflexiva. La cadencia calmosa de ésta, unida a que dura unos 110 minutos, puede crispar los nervios de más de uno; además, su discurso se antoja a veces algo forzado y manierista, por lo que las buenas intenciones de la autora pueden verse ensombrecidas por una cierta ansia comunicativa. Hay que decir que esto tampoco es nada sorprendente, ya que una obra de características tan ambiciosas siempre está sujeta a sus propios equilibrios o excesos y dependen en gran medida de la actitud que el espectador guarde ante ella. A nadie se le escapa el amor/odio que despiertan en la comunidad cinéfila películas como El árbol de la vida (The Tree of Life, 2011) del propio Terrence Malick y obras similares, por lo que Aguas tranquilas es una de esas propuestas que subjetivamente son susceptibles de generar tanta pasión como rechazo.
Tratando de ser objetivos, hay que admitir que estamos ante una producción un tanto irregular. Sus ambiciones temáticas se ven acompañadas por un buen sentido estético y una intuición sensitiva prodigiosa. Lo que más destaca en primera instancia en la cinta de Kawase es la omnipresencia de la naturaleza; el sonido de las olas del mar y del viento, las ramas de los árboles en continuo movimiento, la luz del sol que se filtra entre los resquicios que estos dejan, las sombras de la noche… Lo natural es contexto y a la vez protagonista de una historia que gira en torno a las relaciones personales, familiares y sentimentales de dos adolescentes que empiezan a descubrir las mieles y sinsabores de la vida. Mientras tanto, el amor, el sexo, la muerte, y las pequeñas cosas que suceden un día cualquiera desfilarán en pantalla con la naturalidad que lo hace en la vida real. Un incierto devenir en el que lo mismo parece que nunca ocurre nada, que te cambia la existencia en cosa de un segundo.
Hay buenas interpretaciones también, y tiene una buena puesta en escena, incluso me atrevo a decir que nos regala una de las muertes mejor rodadas de la historia del cine (humana, realista y sobrecogedora a partes iguales). Es decir, Aguas tranquilas brilla por momentos, pero como en uno de esos días nublados, a veces se pierde entre sus propios claroscuros, un excesivo ímpetu expositivo en su apartado filosófico y un cierto aire inconcluso lastran la naturalidad que impera en la idiosincrasia de esta cinta. Parece que, de nuevo, el ansia por entender (o comunicar) entra en conflicto con lo intuitivo y lo primario, haciendo que ninguno de los dos vehículos narrativos funcionen a plena capacidad.
Quizás estamos ante una batalla eterna y sea imposible hablar de obras perfectas cuando miran tan alto (o tan profundo). Sea como sea, nunca viene mal adentrarse en lo insondable. Por inabarcable que nos parezcan, sumergirnos en nuestras propias dudas siempre resulta un viaje apasionante. Naomi Kawase solo nos pide que estemos dispuestos a mojarnos un poco.
¿Estás dispuesto tú?
Calificación: 6’5/10
Título original: Futatsume no mado (Still the Water)
Año: 2014
Duración: 110 min.
País: Japón
Director: Naomi Kawase
Guion: Naomi Kawase
Música: Hasiken
Fotografía: Yutaka Yamazaki
Reparto: Nijiro Murakami, Jun Yoshinaga, Makiko Watanabe, Hideo Sakaki, Tetta Sugimoto,Miyuki Matsuda, Jun Murakami, Fujio Tokita
Productora: Kumie