A Pigeon Sat on a Branch Reflecting on Existence
La última entrega de la Trilogía de la vida de Roy Andersson se presenta con un nombre, cuanto menos, llamativo para una película: A Pigeon Sat on a Branch Reflecting on Existence, algo así como Una paloma se posó en una rama, reflexionando sobre la existencia. Sin duda, este título es ya toda una declaración de intenciones en cuanto a forma y significado, pues encaja perfectamente con la esencia de la obra, primero, adelantando su naturaleza excéntrica, y segundo, otorgándole un significado que está relacionado directamente con el tema central de la misma.
Se dice que el realizador sueco tuvo la idea de bautizar su obra con este nombre al toparse con el famoso cuadro de Brueghel el Viejo, Cazadores en la nieve. En dicho lienzo se pueden ver algunos pájaros posados en una rama que parecen observar con detenimiento una escena rural de invierno en la que los hombres se dispersan mientras se dedican a sus tareas cotidianas. Por lo visto Roy Andersson se preguntó qué pensarían esas palomas sobre nosotros al ver cómo nos comportamos; pregunta que dio lugar a la ésta, su última entrega cinematográfica, una obra satírica que nos mira directamente y nos representa como una especie patética sumida en una absurda y vacua existencia.
La mirada del director y guionista nórdico es tan implacable como hilarante. A Pidgeon Sat on a Branch Reflecting on existence (En duva satt på en gren och funderade på tillvaron, 2014) utiliza la risa sardónica y el absurdo como vehículo narrativo y crítico y como resultado nos queda una especie de espejo de atracción de feria que hace que nos riamos de nosotros mismos viendo el reflejo grotesco de lo que al fin y al cabo somos. La cinta de Roy Andersson es una inteligente y esperpéntica ópera bufa dividida en segmentos más o menos inconexos en las que dos tristes vendedores de artículos de broma sirven como eje central de una historia y un mundo tan absurdo que hasta parece real. Podría decirse que Andersson ha decidido cerrar su surrealista trilogía haciendo que los extremos de la lógica y lo improbable se toquen hasta sumirnos en un continuo estado de incredulidad y hacer que ocurra el milagro de que nos veamos riéndonos de un chiste que en el fondo nos duele.
A Pidgeon Sat on a Branch (…) parece una mala broma de ésas que sólo hacen gracia a unos pocos, un chiste friki que provoca casi más extrañeza que risa, estamos ante una película chocante y deliberadamente grotesca pero es que ése tono extravagante es necesario para conseguir un retrato de la vida que pretende ser precisamente patético y bizarro. Aquí nuestra existencia parece un mal chiste, un chascarrillo sin gracia donde te puede esperar una muerte ridícula a la vuelta de la esquina o donde la vida del prójimo y de los seres vivos que nos rodean parece valer menos que una moneda de madera. Es inevitable a medida que vamos viendo las estrafalarias situaciones que se nos muestran a lo largo del metraje de la cinta que pensemos que en el fondo hay mucha razón dentro del aparente sinsentido y anarquía. Es imposible no darse cuenta de que nuestro mundo muchas veces se asemeja demasiado al mundo desangelado y de tonos ocres de Roy Andersson. Tan sólo hay que ver la escena final para confirmarlo, pues de repente una película que nos ha parecido una marcianada sin ton ni son se vuelve más real y cotidiana que nunca y consigue como por arte de que nos veamos a nosotros mismos en esa parada del bus, hablando de nada con el gesto desanimado y el espíritu adormecido.
Me alucina lo compasivo y lo afilado de la mirada de Andersson. Y a pesar de que no es fácil conectar con algo tan raro, percibo que yo también he estado de alguna u otra forma en sitios parecidos o situaciones similares a las que se muestran en la película. Si se observa nuestra existencia como si fuéramos un espectador ajeno a ella seguramente lleguemos al punto de reír por no llorar, punto exacto al que nos llevan las escenas de la película continuamente. Punto del que ya es difícil retornar una vez se ha llegado. Hay mucha miga detrás de la aparente locura gratuita de esta película, hay mucho más detrás de lo que parece una excusa para hilar unos cuantos sketches delirantes.
El sentido del humor de la cinta de Andersson es hiperbólicamente absurdo, frío y casi distante. A Pidgeon Sat on a Branch Reflecting on Existence nos observa desde la lejanía, igual que los pájaros del fresco del citado pintor, y nos describe como seres vencidos por la apatía. Una especie que se busca a sí misma e indaga por ahí en pos de encontrarle un sentido a la vida dando tumbos entre edificios grises que parecen sanatorios mentales y sobreviviendo al absurdo del mundo. Pareciera que aquí no hubiese lugar para otra cosa que no fuese el nihilismo más absoluto. El amor, la guerra o las relaciones humanas parecen conceptos artificiales e inútiles inventados por los seres humanos y los que crean que nuestra existencia tiene un sentido metafísico quizás terminen por convencerse de que nos rodea la más absoluta nada existencial y que no somos poco más que unos parientes del mono patéticos los cuales, a pesar de que nos hayan dicho que somos inteligentes, parecemos empeñados en demostrar lo contrario.
La vida en esta película se antoja aséptica, ahogada en el esperpento y en la fuerza invencible de la rutina. El ser humano a ojos de Roy Andersson no parece más que un monigote que sobrevive por inercia y se guía por acciones casi mecánicas (sólo hay que ver su apagadísima y acertada puesta en escena). Una especie que parece que ya se ha olvidado de lo que es la verdadera empatía, un ser que incluso ha convertido su lenguaje en algo superficial, transformándolo en un vehículo de lo inexpresivo, en un generador de frases vacías. Es inevitable no sonreír cuando se repite ése mantra de “me alegro que estés bien” de forma mecánica e inerte. La más absoluta nada que se representa en la pantalla nos salpica y hace que nos preguntemos si no estábamos manchados ya desde antes de la apatía que nos cala sin darnos cuenta. No es poca cosa lo que digo. Pero es que para colmo a veces la cinta se permite dejar de lado sutilezas para darnos un bofetón bien fuerte en nuestros ya pervertidos valores morales. Y al que crea que exagero le remito a las dos escenas que vienen introducidas por el rótulo Homo Sapiens. En pocos minutos he visto cómo un cine al completo lloraba de la risa cuando se electrocutaba a un mono, mientras en la escena siguiente tragaban saliva con un acto similar pero esta vez dirigido a nuestros semejantes. Que me digan si tan sólo eso ya no es un guiño rebosante de sorna e inteligencia en forma de bofetón audiovisual a nuestros conceptos sobre lo bueno y lo malo.
Cuando salen los títulos de crédito finales en la pantalla uno se pregunta si al final no somos más que eso… unos simples monos que han evolucionado hasta olvidarse de lo que fueron. Roy Andersson relativiza nuestro puñetero antropocentrismo y nos pone en nuestro sitio en poco más de hora y media. Después de la inquietud, de la extrañeza y de la risa, nos acabamos preguntando si al fin y al cabo no somos más que unos seres que han naufragado en su propia inteligencia obteniendo los frutos más amargos de ella. Una película que genera este tipo de reflexiones a través del humor y que logra que te rías del lado más patético de tu existencia merece todo el reconocimiento del mundo. Así que, por favor, no se queden en la superficie, intenten ir más allá de la carcajada. Hay mucho detrás de las situaciones patéticas de A Pigeon Sat on a Branch Reflecting on Existence, igual que había mucho que rascar en el humor absurdo de los Monty Python. Además, hay mucho mérito en lograr que nos divirtamos tanto y al mismo tiempo nos hagamos tantas preguntas. (Mérito, por cierto, reconocido en el último Festival de Venecia, donde se llevó el León de Oro a la mejor película).
Roy Andersson nos ha regalado una enorme sátira de personajes tan increíbles como nosotros mismos, ni más ni menos. Ahora toca asimilar que la vida es una broma de tan mal gusto que deja en la puta mierda a los absurdos artículos de broma que venden los dos pobres desgraciados que protagonizan la película. Ni colmillos de plástico ni leches, la vida en un saco de la risa de esos ridículos que suenan forzados cuando se los aprieta. Eso sí que es una metáfora certera y no lo que nos quieren colar los típicos autores pedantes de postín. Si queremos resumir nuestra existencia sólo tenemos que pensar en la carcajada sin razón y a destiempo que suelta el dichoso artículo de broma y voilà. Admitámoslo ya… Todo lo demás; la filosofía, la ciencia, (¿la religión?) y los pomposos productos de nuestra inteligencia son tan solo un intento de autoconvencernos de que en el fondo dominamos este absurdo vacío que nos asfixia. Nada más allá de la verdad. Tan sólo basta observarnos un poquito para darnos cuenta de que somos una especie fracasada. ¿Lo veis? Otra vez no sé si reirme o llorar…
Calificación: 8/10
Título original: En duva satt på en gren och funderade på tillvaron (A Pigeon Sat on a Branch Reflecting on Existence)
Año: 2014
Duración: 101 min.
País: Suecia
Director: Roy Andersson
Guion: Roy Andersson
Música: Tradicional
Fotografía: István Borbás
Reparto: Holger Andersson, Nisse Vestblom
Productora: Roy Andersson Filmproduktion AB / Nordisk Film- & TV-Fond